RUSIA, UCRANIA Y MÉXICO

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

 

Las noticias que vemos estos días sobre una posible tercera guerra mundial, ahora con posibles combates nucleares, así como la emergencia de Rusia como una potencia militar beligerante -Vladimir Putin ahora sí se animó a invadir la capital de su país vecino, pues ya antes había invadido Crimea-, tienen antecedentes que vale la pena recordar para tratar de entender lo que sucede y avizorar lo que pueda pasar más adelante, sobre todo aquí en México.

 

El desenlace de la Segunda Guerra Mundial fue definido por la intervención de las dos grandes potencias económicas y militares de esa época: los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Puede decirse que las dos potencias fueron las triunfadoras de la guerra, pues los países europeos beligerantes quedaron materialmente destruidos y tuvieron que iniciar su reconstrucción, así que nadie pudo cantar victoria. La URSS misma tuvo cruentos episodios militares en su territorio, pero la economía de guerra de cualquier manera afectó a todos los participantes y hasta a los que no participaron, así son estas cosas.

 

El reparto del mundo se realizó en las conferencias que sostuvieron los líderes mundiales, así es que después cada potencia ayudó a sus aliados a reconstruirse y a recuperar su vida institucional como Estados Nacionales libres e independientes. En realidad, no fueron tan independientes pues al final de cuentas cada uno resultó integrante de alguno de los dos bloques ideológicos, políticos, económicos y militares: la Organización del Tratado del Atlántico Norte y el Pacto de Varsovia.

 

Un bloque era partidario de la democracia y economía liberales, en tanto que el otro lo fue del socialismo realizado, es decir, de la planeación estatal centralizada de la economía y de la vida social en su conjunto. En el mediano plazo, de 1945 a 1989, cada bloque trató de maximizar sus recetas, mecanismos, paradigmas, propuestas o como usted les quiera llamar, conforme a su respectiva ideología política, para resolver las necesidades básicas de su población y mejorarlas mediante el crecimiento económico y el desarrollo social.

 

Entre tanto, cada potencia hegemónica por su parte trató de adoctrinar, convencer y tener contentos a los habitantes de sus territorios aliados. Para lo cual cada uno desplegó también su ideología y prácticas políticas en el terreno del otro bloque. Si a esto le agrega usted que al interior de cada país había una historia nacional de lucha por la dominación política entre las élites tradicionales y las emergentes que a cada rato surgen con ganas de gobernar, pues resulta que el conflicto mundial entre los dos bloques mencionados por mantener su poder y zonas de influencia se aderezó con las luchas nacionales por alcanzar o mantenerse en el poder local.

 

Como sucede en estos casos de luchas nacionales, unos se decían defensores de la tradición, monarquía, república, statu quo o como usted le quiera llamar, y los otros se decían portadores del cambio, la innovación, la justicia o lo que usted quiera; siempre sucede así. Desde luego que dichos grupos nacionales habitualmente buscaban el apoyo de alguna de las dos potencias mundiales y vino lo que se dio en llamar la “Guerra Fría”. Esto es, no peleaban las dos potencias entre sí sino a través de sus aliados nacionales en sus territorios nacionales. De paso se espiaban unos a otros -cosa que sucede hasta la fecha-, lo que trajo como consecuencia muy buenas películas, como las de James Bond.

 

Hubo entonces guerras por todos lados, pero la única vez que las dos grandes potencias se enseñaron los dientes y parecía que se iban a pelear lanzándose unas cuantas bombas atómicas mutuamente, fue cuando la crisis de los misiles en Cuba, en 1962. Sucede que un dictador tropical, Fidel Castro, pidió o aceptó -dicen que pidió- tener en su territorio cohetes nucleares para amenazar a los Estados Unidos que prácticamente son sus vecinos, unos cuantos kilómetros de mar de por medio.

 

Los Estados Unidos tenían y tienen bases militares en Europa y Asia, a tiro de piedra de la entonces Unión Soviética, por lo que finalmente tuvieron que ponerse de acuerdo: yo no pongo mis cohetes nucleares en Cuba y tú retiras los que tienes cerca de mi casa. Con esta tranquilidad, volvieron sin problema a nuevas guerras locales, donde cada bloque patrocinaba de alguna manera o le daba armas y asesoría a alguno de los contendientes nacionales. ¿Dónde? Donde usted quiera, en Europa, Asia, África o América Latina. Era la lucha por el poder mundial en la que, a veces -aunque no siempre-, eran los terceros los que ponían los muertos.

 

Paralelamente, en lo que a crecimiento económico y desarrollo social se refiere, además de la lucha ideológica, política y militar también estaba en juego ver de qué cuero salían más correas, es decir, qué ideología y su sistema político y económico podía resolver mejor los problemas sociales esos de empleo, alimentación, salud, educación, seguridad, urbanización, comunicaciones, protección del medio ambiente y todo lo que usted guste y mande.

 

Esta discusión sobre qué sistema económico era el más chicho se resolvió sin necesidad de guerra. En 1989 nada más desapareció la URSS. Si se hubiera tratado de una empresa privada se podría decir que desapareció porque resultó quebrada, es decir, no tuvo dinero para mantenerse en el mercado. Lo cual no tuvo nada de sorprendente. Alemania, que después de la Segunda Guerra fue dividida entre los dos bloques, tuvo una parte socialista prosoviética y otra capitalista proamericana. Como todos los berlineses del lado prosoviético querían irse a vivir al lado proamericano, los soviéticos tuvieron que poner un muro para evitar que se les vaciara de población el lado que les tocaba. La pobreza y falta de desarrollo siempre fue evidente en todos los países prosoviéticos por una sencilla razón: su ideología tan beligerante sencillamente no funcionaba de manera eficaz, eficiente y efectiva en lo económico. No resolvía los problemas sociales que juraba y perjuraba resolver, pues.

 

Coincidentemente, a partir de los años ochenta del siglo pasado llegaron a gobernar sus respectivos países un señor, en Estados Unidos, y una señora, en Inglaterra, que nadie se imaginó que fueran a tener tanta influencia en la economía mundial en los años posteriores a sus periodos de gobierno. Sus países prosperaron económicamente y sus vecinos y aliados también, y otros que no eran sus vecinos ni sus aliados pero que les copiaron las recetas también.

 

Como dicen que más tiene el rico cuando empobrece que el pobre cuando enriquece, los países de Europa antiguas potencias económicas que fueron saliendo mejor de su reconstrucción después de la guerra, pronto volvieron a serlo, se unieron y formaron primero una Comunidad Económica y ahora una Unión Europea, a la que fueron agregando a algunos países del antiguo bloque soviético; incluidos algunos que son vecinos de Ucrania, a la que todo parecía que no le faltaban ganas de solicitar su inclusión. Cosa que para nada le gustaba al señor Putin pues para empezar les invadió Crimea. El caso es que el señor Putin todo indica que tiene muchas ganas de reconstruir la antigua hegemonía soviética.

 

Si a esto le agrega usted que en los países del socialismo realizado la gente se moría de hambre por millones, gracias a su sistema económico. Al grado que los dirigentes de China, otra gran potencia mundial, por ejemplo, mejor les copiaron las recetas y ahora todo indica hasta que en algunos años va a desplazar a los Estados Unidos como primera potencia económica mundial. No olvidemos que en su momento la URSS y China fueron los portaestandartes del socialismo realizado.

 

Desde luego que los dirigentes rusos también copiaron las recetas neoliberales y mal que bien ahí la llevan. Pero, chinos y rusos solo copiaron las recetas económicas y no las políticas, pues tuvieron el cuidado de mantener gobiernos autoritarios, es decir, sin democracia auténtica, libertades para criticar al gobierno y esas cosas que antes decían que eran vicios burgueses y ahora nos dicen, aquí en México, que son cosas de gente fifí.

 

La forma como los mexicanos resolvemos nuestra necesidad de empleo siempre ha sido: autoempleo (incluido el informal), trabajamos en las empresas privadas, en el sector público o nos vamos de mojados o con visa a trabajar a los Estados Unidos. Aprovechando el boom neoliberal ese del que ya platiqué, a inicio de los años noventa del siglo anterior a un presidente mexicano, o a alguno de sus colaboradores, se le ocurrió suscribir un tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. En buena hora el asunto prosperó y la economía mexicana también. El gobierno mexicano actual hace algunos meses todavía estaba muy contento son su ratificación, pero parece que ya cambió de idea.

 

En realidad, la economía mexicana está prendida con alfileres: uno, son las remesas de dinero que mandan a sus familias los mexicanos que trabajan en Estados Unidos, es más dinero que lo que ingresa por venta de petróleo (una parte del cual le vendemos a los Estados Unidos, aunque nos lo devuelve como gasolina -la mayor parte de la que se consume en el país- y, como para efectos prácticos, PEMEX es una empresa quebrada -igual que la CFE- pues no parece que aquí podamos refinar el petróleo aunque ganas no falten); otro alfiler es el monto de las exportaciones a los Estados Unidos. Así es que podemos parar de contar, pues resulta fácil darnos cuenta que nuestra dependencia económica de los Estados Unidos nos impone ser sus aliados en materia geopolítica. Además de que está visto que resulta mejor vivir en una democracia liberal que en el socialismo realizado, si tiene duda puede preguntarle a cualquier cubano. Pero creo que no se necesita mucha ciencia para darse cuenta de ello.

 

Nada más que ahora resulta que en el asunto ese de la invasión de Rusia a Ucrania, el gobierno mexicano como que no quiere decir que Putin ya ni la amuela con andar matando gente en sus casas ahí en Kiev. Hace unos meses invitó y recibió con honores nacionales al presidente de Cuba. Envío un avión militar a Bolivia para traer sano y salvo al presidente depuesto Evo Morales. No hay condena alguna por lo que hacen los gobiernos de Venezuela y Nicaragua. Pero eso sí, denuncia la injerencia de los Estados Unidos en nuestros asuntos nacionales por diversas declaraciones y colaboraciones que son habituales entre países vecinos y además socios comerciales. Es decir, que el gobierno mexicano actual a veces interviene y a veces no. ¿Cuándo? Pues cuando quiere pues la política de no intervención en los asuntos de otros países, como siempre ha sido, a veces se aplica y a veces no.

 

Así es que puestos a mirar con alguna atención el asunto de la invasión de Rusia a Ucrania, condenada por los Estados Unidos y por los países de la Unión Europea -con los que también tenemos tratados de libre comercio y de inversión-, todo parece indicar que o estamos con melón o estamos con sandía. Nada más que todo parece indicar también que el gobierno mexicano actual todavía no se decide bien a bien con quién quiere estar.

 

Ciudad de México, 28 de febrero de 2022.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e Investigador. Doctor en Estudios Políticos por la Universidad de París (Francia) y doctor en Derecho por el Instituto Internacional del Derecho y del Estado (México); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas por la Universidad de Alcalá (España) y posdoctorado en Regímenes Políticos Comparados por la Universidad de Colorado, Campus Colorado Springs (EUA); cursó estudios en el Hammersmith and West London College (Ingaterra).

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