Mauritania, libre del azote muyahidín

La guerra del Sahel, que se inició a partir de la revuelta tuareg en 2012, circunscribiéndose al norte de Mali, tuvo como catalizadores la desaparición del coronel Mohamad Gadaffi, quien fungía como una barrera natural al terrorismo wahabita, y el derrocamiento del presidente de Mali, Amadou Touré, en marzo de 2012, de quien se cree mantenía un acuerdo secreto de no agresión con al-Qaeda.

Hoy, en el occidente africano, el terrorismo disputa palmo a palmo con los ejércitos locales y las diferentes unidades pertenecientes a los ejércitos de los Estados Unidos, Francia y algunas otras naciones de la Unión Europea esa amplia región que se extiende por siete naciones. Más allá de las ingentes inversiones materiales y en vidas, los mencionados ejércitos no han podido reducir la letalidad de estas organizaciones terroristas. Muy por el contrario, desde 2012, cuando comenzaron a operar enmascaradas detrás de la revuelta reivindicatoria del pueblo tuareg, cada vez con más fuerza en esa región las diferentes khatibas, hoy adherentes del Daesh o al-Qaeda, se siguen expandiendo.

Están presentes en sectores del norte y centro de Mali, el noreste de Burkina Faso, el oeste de Níger, el suroeste del Chad, mientras que también han comenzado a filtrar muyahidines en Costa de Marfil; y como para completar el espectro terrorista de África Occidental, habría que sumarle a Boko Haram, que desde el norte de Nigeria ha golpeado en la región del Lago del Chad y Camerún, casa vez con más frecuencia. Esta situación produjo durante 2019 casi tres mil muertos en toda esa región.

Será muy complejo evitar que siga desarrollándose el terrorismo sin cortar de cuajo la red de financiadores que lo sostiene. Esa extensa red que fluye fondos de forma permanente a estos grupos va desde las monarquías del golfo, a los carteles suramericanos de la droga, quienes pagan protección para trasladar sus cargamentos desde el Golfo de Guinea, hacia el Mediterráneo vía terrestre y desde allí a Europa. Además, estos grupos obtienen ingresos de sus propios “emprendimientos”: el contrabando, el tráfico de personas, el secuestro y extorsiones, entre otras actividades.

Frente a este cuadro de situación, mientras los países de la región se debaten desesperados ante las incontenibles acciones terroristas, Mauritania parece ser una isla refractaria a la problemática en la que se hunden sus vecinos. De un tamaño similar al de Venezuela, con una población que no alcanza a los cinco millones de habitantes, de los que prácticamente su totalidad, más del 98 por ciento, son musulmanes, se sostiene incólume frente al terror, a pesar de compartir una frontera de 2.250 kilómetros con los sectores más calientes de la guerra en Mali, y tener el antecedente de haber sido el primer país del Sahel en sufrir un ataque terrorista y haberlos sufrido un largo lustro.

En julio de 2005, Abdelmalek Droukdel, al mando de una khatiba de 300 hombres del Grupo Salafista para la Predicación y Combate (GSPC) llegaría desde Argelia para atacar el cuartel del ejército mauritano en Lemgheity, donde asesinaron a cerca de una veintena de soldados, en venganza por la detención de varios de sus “hermanos” detenidos en Nouakchott, la capital mauritana. Durante los siguientes cinco años, Mauritania sufriría una serie de acciones terroristas perpetradas por el GSPC, llegadas desde Argelia y Mali, particularmente con el secuestro de turistas y cooperantes de diferentes ONGs.

El emir GSPC Abdelmalek Droukdel, quien sería el cerebro de la mayoría de esas acciones, trazaría una importante trayectoria en el terrorismo africano. En 2017 formaría el Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin o Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes, (JNIM, por sus siglas en inglés), la rama de al-Qaeda en el Sahel. Droukdel fue asesinado en el norte de Mali, el pasado 3 de junio, por tropas francesas de la Operación Barkhane.

Luchar o pactar

Históricamente Mauritania sufrió de una inestabilidad crónica, por las causas de siempre de las jóvenes naciones africanas, pobreza estructural, corrupción, golpes de estado, explotación de las antiguas metrópolis, a lo que se le suma a Mauritania en las últimas décadas grandes sequías, que agotaron las ya pobres producciones agrícolas del país e incluso obligó a muchas tribus nómadas a establecerse a las afueras de los grandes conglomerados urbanos, lo que incrementó las tasas de desempleo. A estos males se les suma las constantes divisiones en las fuerzas armadas, los contubernios políticos y las permanentes tensiones tribales y raciales. Mauritania en medio de la transición, casi geográfica, entre la cultura negra subsahariana y el norte islámico no ha logrado atenuar las tensas relaciones históricas que tienen los haratin (negros esclavos liberados) con sus antiguos amos y traficantes los árabes, teniendo en cuenta que esa práctica recién se eliminó en 1981, aunque todavía unas 45.000 personas siguen en esa condición.

El país se encuentra entre los más pobres del mundo, a pesar de contar con importantes recursos mineros: yacimientos de oro, uranio, piedras preciosas y petróleo, entre otros, además sus casi 750 kilómetros de costa atlántica, donde se encuentra uno de los bancos pesqueros más ricos de mundo, explotado hasta la devastación por empresas españolas y japonesas.

A este estado de situación hay que sumar la prédica fanática de los muchos imanes wahabitas financiados por los sauditas, que iniciaron a miles de jóvenes en sus estrictas normas de la sharía. Entre 1989 y el año 2008, solo en Nouakchott, el número de mezquitas aumentó de 58 a 900. El fundamentalismo predicado tanto en mezquitas como madrassas fue marco propicio para el reclutamiento de cientos que pasaron a formar parte del GSPC, que a partir de 2007 pasó a denominarse al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) en la que los milicianos mauritanos se constituyeron en la colectividad más numerosa, después de los argelinos. La desatención de las fronteras de los gobiernos débiles concentrados en las luchas internas, brindó la posibilidad a los takfiristas de operar a su antojo dentro de las grandes áreas que carecían de control estatal por más de cinco años. El caso más representativo de esa anomia se produjo en 2008, en el campamento militar de Tourine, al norte del país, donde una docena de efectivos mauritanos fueron secuestrados y más tarde degollados, por los rigoristas, dejando al descubierto la falta de preparación del Ejército, lo que ya durante la guerra del Sahara Occidental (1975-1978), el Frente Polisario, había dejado en evidencia dado que el ejército siempre estuvo mal pago, falto de armamento y sin entrenamiento. Produciéndose una muy baja moral de combate.

En febrero de 2008 también se produjo un pretendido acto terrorista contra la Embajada de Israel, que apenas dejó tres transeúntes heridos, aunque nunca se pudo aclarar si el hecho fue una operación realizada por AQMI o un simple episodio policial. Mauritania, fue uno de los pocos países de la Liga Árabe en establecer relaciones diplomáticas con Tel-Aviv que abrió su embajada en 1999, lo que “extrañamente” no concitó demasiados resquemores entre los más fanáticos y produjo un extraordinario beneplácito en la Casa Blanca.

La experiencia del ataque al campamento de Tourine precipitó el mismo año un Golpe de estado que llevó a la presidencia al general Abdel Aziz (2009 a 2019), que junto a su ministro de defensa Mohamed Ould Ghazouani, el actual presidente, llevarían adelante una profunda reforma militar, al punto de convertir a las Fuerzas Armadas en el objetivo fundamental de la “obra” del Gobierno. Las tropas fueron revalorizadas, con mejoras sustanciales en sus sueldos, las bases militares reconstruidas, todo el armamento renovado, y la tropa recibió un mejor entrenamiento, incluso con cursos dados por oficiales de Francia y los Estados Unidos. Además se reorganizó y reorientó el servicio de inteligencia, a los que se lo dotó de equipamiento, formación, junto a un gran presupuesto, para la creación de unidades de élite como el Grupo Nómada (GN).

Con esa inversión Mauritania ha conseguido el control de sus fronteras y pasó a ser miembro de la Asociación contra el Terrorismo Trans-Sahara. En 2012, también participó del Programa de Mejoramiento de la Educación en Defensa de la OTAN (DEEP).

Tras la cruda experiencia que significó la segunda parte de la década del dos mil, Mauritania y con un Ejército absolutamente modernizado, se adhirió a la fuerza conjunta conocida como el Grupo Sahel 5, junto Mali, Burkina Faso, Níger y Chad, creada en 2014, para combatir las acciones terroristas, que interviene junto a las tropas francesas de la Operación Barkhane y otras fuerzas occidentales.

Más allá de todas estas previsiones militares, para evitar que el terrorismo incluya a Mauritana en su hoja de ruta, muchos analistas creen que existe un pacto secreto de no agresión, entre la autoridades mauritanas y los terroristas a semejanza del que tenía el expresidente malí Amadou Touré.

Según algunos documentos encontrados en la residencia de Osama bin Laden, en Abbottabad, Pakistán, tras su “muerte”, en 2011se confirmaría el acercamiento entre las autoridades de Nouakchott y el fundador de al-Qaeda. Otro dato significativo en esta dirección es que, en 2015, cuando el Daesh proclama la creación de la Wilāyat (provincia) de África Occidental no incluía a Mauritania.

Hasta la actualidad el país “extrañamente” sigue libre del azote muyahidín, desconociéndose si el garante de ese milagro es Allah o el Departamento de Estado norteamericano.

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