LA VISITA A DONALD TRUMP

Dos políticos diametralmente opuestos en campaña permanente -uno de izquierda y otro de derecha, uno líder social y otro líder empresarial-, que han basado su gestión gubernamental más en la comunicación y la posverdad que en los resultados tangibles, se reunieron la semana pasada para darse ambos un espacio de entendimiento útil a sus respectivas aspiraciones y necesidades. 

 

Si ese encuentro, cuidadosamente preparado y operado -no hubo ni una pregunta de los periodistas, pues hubiera dado al traste con el espectáculo montado-, no hubiese sido provechoso para ambos cualquiera de los dos se hubiera negado y el otro no lo hubiera convencido, siendo como todos sabemos que son. Uno y otro tenía mucho que ganar, aunque como veremos en seguida, tampoco fue tanto; pero reunirse era lo más conveniente para ellos pues tampoco tenían nada que perder -ambos estaban bien dispuestos a callar cualquier cuestión incómoda-.

 

Las aspiraciones son bien conocidas: uno busca la reelección y el otro, por lo pronto, mantener la mayoría legislativa en la Cámara de Diputados (después, la ratificación del mandato). La necesidad inmediata era darse un respiro frente a los graves problemas que ambos enfrentan como consecuencia de la pandemia universal en curso y cuyas consecuencias, en ambos países, son de las más graves -si no es que dentro de poco las más graves- a nivel mundial en número de muertes, de personas contagiadas y de personas desempleadas.

 

La histórica complejidad de la relación entre los dos vecinos y, ahora, socios renovados -motivo del festejo, aunque sin el tercero de a bordo, el canadiense-, hace necesario o al menos conveniente -pues para eso están las cancillerías- que los jefes de Estado se reúnan de vez en cuando para revisar la agenda bilateral, aunque muy poco sea -como en este caso- lo que puedan resolver con una puesta en escena.

 

La reunión fue muy útil -para ellos- porque le permitió a ambos dar un aparente golpe de timón -en vivo y a todo color- a su manera tradicional de hacer política: uno pudo coquetear con el electorado latino -uno o dos puntos porcentuales de votos latinos más le caerían como agua del cielo en periodo de sequía, a como le pintan las cosas- y el otro con los empresarios -no a los que llevó a la cena, que desde luego están de su lado y tenían sus contratos públicos asegurados desde antes, sino a los otros-, descontentos por la falta de medidas económicas contracíclicas como las que Trump echó a andar en su país frente a la pandemia. Ahora, ¿qué empresario le puede negar sus méritos neoliberales y neoporfiristas ganados a pulso?

 

Parece que, en México, los que se dicen de izquierda y antiyanquis como que no tienen mucho que aplaudir, aunque la disciplina partidista los obligue, pero los neoliberales y neoporfiristas tampoco. Para éstos, de todos modos, el TLC ya estaba operando, solo que ahora se llama T-MEC y ya había iniciado. A lo mejor, hasta la oportunidad hay de diversificar un poco con nuevos socios en Europa y Asia que quieran puentear con México su acceso al mercado del otro lado.

 

Desde hace varias semanas, supongo, AMLO ya se habría dado cuenta que hoy la tabla de salvación de su 4T es el libre comercio y lo poco que caiga de inversión extranjera para crear empleos formales -a los inversionistas nacionales por eso los llevó a cenar-, puesto que el mundo feliz ofrecido en campaña desapareció totalmente con el coronavirus, aunque la debacle la había empezado desde antes (con sus políticas económicas, además de cancelar el Seguro Popular sin tener listo un repuesto).

 

Político pragmático como siempre ha sido, lo único que falta ver es hasta dónde quiere procurar el golpe de timón que ya inició al darle las gracias a Trump por lo bien que nos trata y compararlo con Washington y con Lincoln (con estos halagos, ¿qué le puede preocupar a Trump una ley inquilinaria confiscatoria y de congelación de rentas en la Ciudad de México?). Pero -entre otras cosas, por esto- sí alcanzó a advertirle que son socios y amigos pero que no se meta en casa ajena.

 

Ciudad de México, 16 de julio de 2020.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

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