CRÓNICA POLÍTICA: Peña Nieto, sensatez para retirarse del PRI

Rosy RAMALES

En la historia política mexicana registra el 4 de marzo de 1929 como el día de la fundación del Partido Revolucionario Institucional (PRI) con el nombre de Partido Nacional Revolucionario (PNR), por Plutarco Elías Calles.

En 1938 cambió a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) hasta que en 1946 adoptó su actual denominación. Y así está cumpliendo 90 años de existencia frente a la más grande coyuntura: Renovarse, morir o reducirse a un instituto testimonial.

Bueno, en su reciente sesión ordinaria del Consejo Político Nacional los priistas acaban de tomar una decisión fundamental para intentar levantarse de la lona donde quedó tras las elecciones del 2018: La consulta directa para renovar dirigencia nacional.

Una decisión para salvarse o para terminar de cavar su tumba. Porque la consulta directa también es una arma de doble filo cuando la envuelve la simulación.

Por eso es bueno solicitar al Instituto Nacional Electoral (INE) organice la elección priista, además de contar con un padrón interno real para dar legitimidad al proceso electivo.

Veremos qué dice el órgano electoral y cómo sale el PRI de su elección interna; si ello es suficiente para volver como el partido de las mayorías o, por lo menos, como un partido competitivo. Claro, tampoco podrá levantarse de la noche a la mañana.

Por lo pronto, los priistas tendrán que resolver diversos asuntos internos como lo es la permanencia o no del ahora Ex Presidente de México, Enrique Peña Nieto, tal como lo demanda la corriente Democracia Interna en la siguiente frase:

“Que quede claro, Peña no sólo no puede ser consejero político, sino que debe ser expulsado del partido por el inmenso daño que le causó, llevándolo del triunfo del 2012 a la peor derrota de su historia en el 2018”.

¿Por qué razón? Democracia Interna argumenta: El desprestigio y corrupción del gobierno encabezado por el ex Presidente, así como de mandatarios locales; la falta de acciones y las contrarreformas.

Todo el enojo ciudadano generado por lo anterior se trasladó al PRI, y las elecciones concurrentes del 2018 dieron como resultado la más dolorosa debacle del partido en casi toda la geografía electoral federal, local y municipal.

Eso, después de haber recuperado la Presidencia de México en 2012.

Tampoco debe endosarse toda la factura a Peña Nieto. Los militantes también tienen culpa. ¿Dónde estuvieron y qué hicieron antes y durante el sexenio peñista?

Parte de la membresía de Democracia Interna no escapan de la responsabilidad. Vaya, tampoco se crean la reencarnación de la Madre Teresa de Calcuta. Porque bien que cometieron atrocidad y media cuando integraron la esfera del poder priista.

Quizá el PRI jamás recuperó la confianza ciudadana, sino el triunfo del 2012 obedeció a otras razones. En las campañas suelen correr ríos inmensos de dinero que no es reportado a la autoridad electoral.

¿Fue parte de los mil 800 millones de dólares aportados por “El Chapo” Guzmán? ¿O tal aportación solo existe en la imaginación de quienes han formulado la acusación con el ánimo terminar de hundir a Peña Nieto?

El triunfo y la derrota siempre son fenómenos multifactoriales.

En 2012 había un priismo cohesionado y ávido de retornar al poder después 12 años de estar en la banca; una ciudadanía cansada de dos sexenios del PAN, y había candidato.

Pero ya nada existió en 2018. Los acuerdos internos se rompieron; el presidente Enrique Peña dejó hacer y deshacer a los gobernadores priistas; como jefe político del PRI impulsó candidaturas de cúpula y al final, la externa presidenciable.

Con toda su preparación y aire ciudadano José Antonio Meade no pudo darle la victoria al PRI. La cúpula le permitió imponer (ex) panistas en la estructura de campaña y en las candidaturas al Congreso de la Unión, y al mismos tiempo le impidió sumar.

En la elección presidencial mismos priistas de la estructura formal del partido jugaron para hacer perder al PRI como si su candidato real hubiera sido Andrés Manuel López Obrador.

No resultó extraña la facilidad con la cual los gobernadores priistas (con sus excepciones) se sumaron a AMLO.

¿Traición al partido? ¿O acuerdos de sobrevivencia?

Como haya sido, siempre cabe la probabilidad de la traición. Y no solamente por aquellos priistas que no movieron un dedo a favor de los candidatos del PRI, y, por el contrario, alentaron la ruptura y la dimisión.

A Ulises Ruiz también le corresponde culpa en la debacle priista. ¿O no?

Sin embargo, tiene razón cuando, vía la corriente Democracia Interna, considera que Peña Nieto no solo no debe ser consejero nacional, sino que ya no debe ser parte del Revolucionario Institucional.

Pero ¿expulsándolo? Los procesos son largos y tortuosos.

Peña Nieto debe tener sensatez para dimitir a las filas priistas. Por su propio bien y por el bien del partido. Con su permanencia se arriesga a empeorar la crisis interna.

¿Qué puede aconsejar alguien que durante seis años solo abonó a la derrota? Hacerlo consejero se ve más bien como dotarlo de protección interna frente a lo que venga.

¿EXISTE EL PRI?

Existen siglas, pero el partido en el mundo fáctico quien sabe. Parte del priismo se ha ido al Partido Verde Ecologista de México (PVEM), otra parte se mudó a Morena, y otro tanto permanece estático.

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Correo: rosyrama@hotmail.com

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