VOTO RAZONADO Y RAZONES DE MIS VOTOS

 

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

 

Debo empezar por reconocer o confesar que apenas ayer, por primera vez, participé de manera deliberada y consciente en un acto de campaña electoral correspondiente al proceso electoral en curso. Debo reconocer, además, que fue de manera casi accidental, pues una apreciada colega nos invitó a sus amigos y compañeros de chat a acompañarla a una reunión vía zoom con dos candidatas a las que yo no tenía el gusto de conocer y que me cayeron muy bien por combativas. 

 

En realidad, ingresé a la reunión vía zoom, primero, por la calidad profesional de mi colega y amiga, por lo que su invitación me pareció atendible; pero también por la curiosidad sobre lo que se dijera. No obstante que las candidatas, a diputada local y a alcalde, respectivamente, no corresponden a mis circunscripciones electorales. Es decir que, de cualquier forma, no iba a votar por ellas, pero de todas maneras con gusto escuché con atención las intervenciones, aunque por elemental prudencia no participé, ni siquiera con preguntas -por las razones ya expuestas-, salvo para saludar y despedirme de los demás asistentes, algunos de ellos queridos amigos comunes míos y de la colega que nos invitó.

 

Si parto del supuesto de que soy un ciudadano promedio que pretende estar informado y que intento tener una participación ciudadana activa, no deja de sorprenderme a mí mismo, ahora me doy cuenta, mi falta de participación política y de involucramiento en el proceso electoral en curso. La verdad es que me entiendo como un académico cuyo objeto de estudio es el gobierno y los asuntos públicos, pero no soy militante de partido político alguno ni apoyo a candidato a algún cargo político de elección popular en este proceso -salvo el apoyo moral a mi hermano que compite como candidato en una circunscripción municipal donde no voto-. Pienso, entonces, que una falta de involucramiento a favor de un candidato o de un partido o coalición puede darme la distancia suficiente para mantener la objetividad, independencia y autonomía deseables para mis análisis.

 

No obstante, desde luego que voy ir a votar el 6 de junio próximo, si Dios me presta vida y salud. Pretendo, como en el proceso electoral pasado, emitir un voto dividido en función de lo que observo en el contexto político nacional y local. Así es que, para empezar, tengo la certeza de que voy a expresar de manera libre mi voluntad de voto, sin coacción alguna. Pero me doy cuenta, también, que votaré con gran desconocimiento de las y los candidatos y de sus ofertas electorales, en el caso específico de mi alcaldía y de mis diputados. Ni siquiera he puesto atención en los nombres de partidos y candidatos que aparecen en las bardas o escucho en el perifoneo, salvo la excepción comentada. De tal forma que esta nota semanal me permite razonar mi voto, expresar mis razones y proponerme conocer mejor a los candidatos, al menos los de las circunscripciones electorales donde voto.

 

Hace poco más de tres años participé como sinodal en el examen doctoral de la diputada federal por mi distrito electoral, candidata entonces de la coalición que resultó mayoritaria, así es que me propongo volver a votar por ella por sus cualidades profesionales personales. Sucede que ahora ella es candidata a diputada local, ya no federal; mi duda metódica, entonces, sólo es por qué partido votaré, pues ya tengo definida la alianza y la candidata. Este voto me resulta fácil de emitir y no necesita mucho razonamiento, es un voto de colega y amigo, aunque no desconozco, insisto, que tengo que elegir entre los partidos de la coalición que la postula. Supongo que a varios de los lectores les podrá suceder lo mismo, dado el carácter -en principio- eminentemente local de esta elección intermedia; muchos o algunos conocen de cerca o de no tan lejos a uno o varios candidatos, pero de todos modos tienen que elegir por un partido, aunque pueden votar por todos los de la coalición si es que votan por un candidato propuesto por una coalición, a condición de no equivocarse -marcando uno que no sea de la coalición- para no anular su voto. En mi caso, es a la única o único candidato que conozco -de aquéllos por los que sí puedo votar- y mi simpatía es personal.

 

Razono ahora mi voto con respecto a los demás cargos de elección popular sobre los que tendré que marcar en las boletas. En este caso mi reflexión es distinta, pues ya no tiene el ingrediente personal que acabo de comentar. Para los demás cargos a elegir reflexiono sobre la utilidad de mi voto en el contexto nacional y local de la elección, reitero. Para mí, entonces, principalmente, es un voto -o un conjunto de votos, los que yo tengo- a favor o en contra del actual presidente de la república; consecuencia natural de su campaña permanente a través de las “mañaneras” y otras cosas que en seguida reseño.

 

La verdad es que el presidente de la república en funciones nunca me ha simpatizado ni me ha inspirado confianza política, profesional, democrática, personal u otra que lo haga merecedor de mi voto a favor. Me explico. De entrada, nunca me pareció políticamente correcto su transfuguismo partidista y menos aún su lucha política al margen de la legalidad para alcanzar notoriedad. Me parece que, en su momento, cuando era candidato a gobernador de Tabasco, no terminó en la cárcel gracias al apoyo del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas -al que después desplazó de su liderazgo partidista (otro dato que, desde luego, tampoco me gusta)-; pero, claramente, en mi opinión, estuvo fuera de la legalidad (también como jefe de Gobierno del DF, a todas luces violó un amparo y procedía su desafuero -curiosamente, varios de los que ahora lo critican siguen pensando que el desafuero era improcedente-).

 

Se puede explicar el transfuguismo por la legítima ambición de ocupar un cargo público, pero, aunque hay algunos políticos mexicanos de gran prestigio, como Porfirio Muñoz Ledo, por ejemplo, afortunados en esta suerte de salto al vacío, no deja de haber un espacio que deja la duda ética política y la necesidad de justificación. Aunque, acepto, siempre puede haber razones que expliquen o justifiquen el cambio de partido de un político práctico acosado por sus competidores al interior de su propio partido. Pero, sobre todo, siempre animado por la ambición política. Político que no tiene ambición política no es político, verdad de Perogrullo. Luego, entonces, opino que el presidente de la república es fundamentalmente un político práctico. Más aún, profesional, experto, perseverante y exitoso. Siempre pienso, al respecto, que sólo hay algo peor que un político profesional: un político no profesional. Así es que no lo condeno por ser político, sino por su forma de hacer política y sus resultados.

 

Los políticos profesionales, se supone, tienen una propuesta política, un objetivo, un conjunto de políticas de gobierno que forman su oferta política más allá de su legítima ambición por llegar al poder, o que la justifican. Así es que de manera rápida me refiero a la oferta política del presidente de la república; más aún, a su obra de gobierno, pues ya tiene casi tres años de ejercer el poder, así es que ya tiene manera de ser evaluado a partir de resultados y no de suposiciones. Y en esta elección está en juego la mayoría que lo apoya en la Cámara de Diputados federal. Por esto, insisto, se trata de votar a favor o en contra del presidente; quiere uno que siga haciendo lo mismo que hace hasta ahora o que ya no pueda hacerlo.

 

La oferta política de ya saben quién se llama pomposamente “cuarta transformación de la república”, de la que, en rigor, no alcanzo a apreciar nada en lo absoluto, como no sea una centralización rampante del poder presidencial, así como una serie de actos simbólicos de poco efecto económico transformador -salvo sus contra-efectos- pero de una intensa movilización política populista. Con algo más grave aún, la militarización de la administración pública, la polarización del debate político y el abuso del poder presidencial fuera de todo control constitucional y legal; sin la más mínima autocontención, ni siquiera verbal, menos aún. Por si fuera poco, están debidamente identificadas y contabilizadas las mentiras y medias verdades con que se conduce cada vez que interviene en público, e interviene a cada rato.

 

Además, la curva de aprendizaje de todo inicio de gobierno le ha resultado adversa por voluntad propia, particularmente en la economía nacional, pues su mala gestión ha aumentado el número de pobres. La cancelación de la construcción del nuevo aeropuerto internacional de México, en Texcoco, tengo la convicción de que es mucho más que un sin sentido, es un delito del que tendrá que enfrentar la acusación una vez que ya no tenga el fuero constitucional que ahora tiene. Claro, siempre y cuando su partido político o la coalición parlamentaria que lo apoya pierda la mayoría y, más adelante, la presidencia. Espero que esta grave decisión, supuestamente apoyada en una consulta popular cuando todavía ni siquiera asumía el cargo, le pueda ser debidamente castigada por el daño causado a la economía nacional.

 

En suma, advierto un gobierno populista, aparentemente de izquierda, pero con políticas de derecha -si es que todavía existe o alguien cree en esa distinción supuestamente ideológica en la calidad de la gestión de los asuntos públicos-, cuyos resultados económicos, políticos, sociales, democráticos, han sido completamente desastrosos. La forma en que se ha enfrentado la pandemia y sus consecuencias, por ejemplo, me dejan fuera de duda al calificar de negativo su desempeño como presidente de la república. El acoso personal del presidente al poder judicial y a los organismos constitucionales autónomos es indignante. Más todavía la corrupción, ineptitud, simulación y encubrimiento evidentes en la tragedia reciente ocurrida en el Metro de la Ciudad de México.

 

Puesto que estoy convencido de la necesidad y conveniencia de que el poder controle al poder, me parece que mi voto debe empoderar a quienes tengan la posibilidad de controlar a un presidente que se excede -como he dado algunos ejemplos, pero hay muchos más- en el ejercicio de su poder constitucional. A este respecto, hay que precisar que mientras no haya segunda vuelta en una elección, el voto útil es preferible darlo a quien tenga posibilidad real de ganar, y es lo que haré con mis demás votos.

 

Como a todas luces me refiero a que mis demás votos serán a favor de la alianza opositora formada por tres partidos políticos de larga tradición (que MORENA no tiene) en el proceso de la transición mexicana a la democracia -aunque cada uno tenga sin duda sus propias contradicciones, fallas e impresentables, pues nadie es perfecto-, queda pendiente saber a cuál de ellos entregar mis votos. De entrada, estoy convencido de la necesidad que los tres partidos mantengan su registro como tales. Habrá entonces que ver, también, con detalle, notas curriculares de candidatos. Es una tarea pendiente que no puedo retrasar.

 

Lamentablemente, parece -según he leído en la prensa- que la mayoría de los candidatos de todos los partidos no han entregado sus respectivas declaraciones 3 de 3, lo que una vez más habla mal de los políticos prácticos. Pero, lamentablemente, los ciudadanos promedio no tenemos alternativas ni viables ni útiles, más allá de elegir entre estos políticos profesionales, para controlar al poder -las candidaturas independientes terminaron sólo como una ilusión pasajera e inalcanzable-. Más bien, tenemos que confiar en que ellos se controlarán mutuamente; otro día se les podrá exigir cuentas y votar en contra de ellos y retirarles la confianza que ahora se les pueda otorgar. Mientras tanto, esperemos que los que ahora son opositores hagan su tarea de control del poder presidencial omnímodo y que la hagan bien, por el bien de México, es decir, de nosotros sus electores. 

 

Así es este asunto de la democracia electoral y del control democrático del poder político. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, luego entonces hay que evitarlo o controlarlo, mientras se pueda. Por fortuna, ningún voto es fijo y eterno, salvo el de los militantes fieles y convencidos, y aún éstos llegan a cambiar de partido cuando su líder emigra a otro partido. Pero los que no somos militantes de un partido político somos mayoría. Así es que salgamos a votar, no importa que nos equivoquemos; habrá oportunidad de rectificar, pero sólo si nos mantenemos en democracia. Y mi mayor temor es que el presidente de la república, gracias a su exceso de poder incontrolado, acabe con lo poco de democracia que hasta el momento se ha podido construir en México.

 

Tal vez pueda parecer al lector contradictorio o confuso o idealista todo lo que ahora digo, pero no soy ni fundamentalista ni fanático, sólo creo en la democracia y en la fuerza de mi voto, mis votos; aunque sólo sean uno o unos cuantos. Y, aunque no lo parezca, secreto o secretos.

 

Ciudad de México, 25 de mayo de 2021.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e investigador. Doctor en Estudios Políticos por la Universidad de París (Francia) y doctor en Derecho por el Instituto Internacional del Derecho y del Estado (México); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas por la Universidad de Alcalá (España) y posdoctorado en Regímenes Políticos Comparados por la Universidad de Colorado, Campus Colorado Springs (Estados Unidos de América); especialidad en Justicia Electoral por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (México).

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