TRANSFORMAR PARA NO CAMBIAR: LA LISTA DE TAPADOS

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

 

La llamada transición mexicana a la democracia, entre otros varios resultados -positivos unos, negativos otros y faltantes los más- tuvo como principal consecuencia, o al menos la más notoria, la desaparición del “tapado”. A la totalidad de los jóvenes que actualmente tienen entre 18 y 26 años y que fueron a votar el pasado 6 de junio, no les tocó conocer siendo ciudadanos con derecho activo y pasivo de voto esa etapa gloriosa de la democracia mexicana mejor conocida como “democracia dirigida”; en la que el presidente de la república designaba a su sucesor y también a todos los gobernadores de los estados de la república. Al jefe del departamento del Distrito Federal, como era un cargo administrativo, nadie veía mal que fuera designado y removido directamente por el propio presidente; ahora ya se llama jefe de gobierno y es de elección popular directa. Aunque, según publicó Rafael Loret de Mola -pero no he tenido oportunidad de confirmarlo, a falta de fuentes incontrovertibles- la titular actual del cargo es la mamá de un nieto del presidente de la república en funciones. De tal forma que, por lo expuesto, estimo útil hacer una breve reseña acerca del “tapado”.

 

La institución del “tapado” fue posible gracias a que durante mucho tiempo, en México, las elecciones presidenciales eran meramente testimoniales, es decir, de a mentiritas. Se trataba de un protocolo -eso de convocar a elecciones- que había que cumplir, pero nada más para “legitimar” una decisión tomada previamente por el presidente en funciones y líder máximo del partido gobernante; que, además, era un partido hegemónico, es decir, sin que tuviera competencia efectiva por los otros partidos políticos que, habitualmente -salvo el Partido Acción Nacional, primero, y luego el Partido de la Revolución Democrática, después-, eran creados por el propio gobierno o al menos con la aquiescencia del presidente. 

 

Así es que cuando el “tapado” era destapado, dadas sus características, habilidades y virtudes, reales o supuestas o inventadas por la mercadotecnia que acompañaba a su designación, los ciudadanos a quienes el presidente en funciones ya les había hecho el favor de ahorrarles el trabajo de elegir a un nuevo presidente, pues quedaban muy esperanzados de que con el nuevo presidente se prolongarían las cosas buenas que hubiera hecho el anterior y se corregirían los errores en que éste hubiese podido incurrir. Esto, en el supuesto sin conceder de que el presidente en funciones hubiera podido tener algún desacierto, pues normalmente su vocación de servicio a la Patria era suficiente para poner fuera de duda la pertinencia y oportunidad de su desempeño. 

 

El destape del “tapado” era un ritual republicano de la mayor importancia y cuidado. Pero si lo vemos desde una perspectiva meramente administrativa, pues era un proceso de selección del personal idóneo para ocupar el cargo más importante al interior de una organización, en este caso, el Estado Mexicano; en donde el que elegía era uno solo, el presidente en funciones. Imagine por un momento que usted es el presidente o la presidenta de la república en funciones y que tiene que elegir a su sucesor. Así es que respire profundo, cierre los ojos, medite un momento y suponga usted, después de reflexionar con responsabilidad, lo que haría para realizar una buena selección de sucesor o sucesora. 

 

Pues eso que está usted pensando es lo que hicieron todos los presidentes de la república. Primero, se informaron muy bien de lo que pensaban y hacían los posibles candidatos, de una primera lista imaginaria, para tratar de adivinar quién sería el más leal a quien lo designaría -está usted en lo correcto en este punto, cualquier cosa que haya pensado- y, de paso, quién podría hacer mejor la chamba de presidente de la república -pues luego hay varios a los que el saco les ha quedado muy holgado-. Esto implicaba la simpatía que pudiera suscitar entre los electores que irían a votar por él, así es que por lo tanto no debería ser francamente antipático. Pero, también, debería generar la aceptación de los llamados “factores reales de poder”, es decir, entre otros, los grandes empresarios mexicanos. Esto no implicaba mayor problema, finalmente, porque los más ricos normalmente también eran y siguen siendo los contratistas de las grandes obras públicas que emprende el gobierno, o bien dependen de las licencias, permisos y demás autorizaciones gubernamentales. Así es que nada más era cuestión de ver cómo se habían portado unos y otros en los negocios públicos -también en esto está usted en lo correcto, cualquier cosa que haya pensado-.

 

La formalidad republicana para el destape pasaba necesariamente a través del partido oficial. Una vez, dicen que llegó don Fidel Velázquez, acompañado de los dirigentes del sector Obrero del entonces partido oficial -porque ahora ya hay otro, ya cambió- a la secretaría de Hacienda a solicitar audiencia con el titular de la dependencia, pero la secretaria le dijo que estaba ocupado y tal vez hasta le preguntó si tenía cita; por fortuna fue a consultar si lo dejaba pasar y, cuando finalmente se reunieron, el líder obrero le informó al secretario de Hacienda que los trabajadores sindicalizados agrupados en el partido lo habían seleccionado como su candidato a la presidencia. 

 

Luis Spota escribió una serie de novelas sobre el tema -que seguramente ahora van a ser nuevamente muy leídas-; sobre todo la que reseña el momento en que el presidente en funciones le informa a su elegido que ya lo eligió, se llama “Palabras Mayores”. Don Daniel Cosió Villegas, historiador, también escribió sobre el tema -pero como ensayo, aunque más bien era una crónica-, y dijo que México era una monarquía sexenal hereditaria en grado transversal, por aquello de que todo ocurría entre los miembros de la familia revolucionaria de entonces.

 

Para dejar constancia del cambio y de que no es igual a los anteriores presidentes que destapaban a su baraja de candidatos a través de terceros, el presidente Andrés Manuel López Obrador en dos ocasiones en menos de un mes ya dio a conocer personalmente y en una mañanera la lista de sus precandidatos a la presidencia -haciendo la debida aclaración, desde luego, que no se trataba de tapados-. Bueno, la segunda vez aumentó un nombre a la lista, pero el tema quedó ya abierta y públicamente señalado. Aunque, si uno analiza la lista de los candidatos y candidatas destapados, rápidamente se puede dar cuenta que ni son todos los que están ni están todos los que son, puesto que hay algunos que nada más están de relleno, dado que sus antecedentes ni remotamente pueden avalar la propuesta que con diferentes intenciones hace su jefe. Además de que hay por lo menos uno que ya dijo esta boca es mía y no aparece en la lista original ni en la ampliada. 

 

La otra regla no escrita del destape durante los gobiernos del anterior partido hegemónico y después nada más dominante -por esto perdió la elección presidencial en el año dos mil-, es que la lista de los “tapados” ocurría en el quinto año de gobierno y aquí apenas vamos en el tercero. Así es que las especulaciones sobre la causa, motivo o razón del destape anticipado de la baraja de precandidatos no han faltado, por lo que con gusto me sumo a las especulaciones al respecto. Parto del supuesto -como hipótesis central- que, hasta el momento, todo indica que el candidato presidencial de MORENA en 2024, sea quien sea, ganará la elección. Así es que la primera especulación que recojo es que, después de la tragedia humana ocurrida en Tláhuac y la tragedia política para el partido gobernante ocurrida el 6 de junio en la Ciudad de México, el presidente vio tan seriamente afectada la credibilidad e imagen de sus dos precandidatos favoritos, que estimó necesario el destape, como una forma de rescatarlos y evitar que sean exhibidos en sus debilidades, al anunciar que cualquiera de ellos podría ser “el bueno”.

 

Desde luego que no me sumo a esta especulación porque yo tengo otros datos. Sigo pensando en que como le costó tanto trabajo al presidente en funciones llegar al cargo que ocupa, pues ya se encariñó con seguir viviendo en el palacio virreinal que habita. Así es que supongo, es mera especulación, que al igual que le sucedió a otros presidentes -dicen que fue el caso de Luis Echeverría y también de Carlos Salinas-, al actual ya le gustó la idea de que pueda reelegirse, o por lo menos ampliar el mandato para el que fue electo. Además, como indicios irrefutables para respaldar mi teoría del caso, tenemos el intento fallido del gobernador todavía en funciones de Baja California para prorrogar su mandato, y el otro intento todavía en proceso de ratificar -por los propios ministros de la Corte, incluido el beneficiado- la ampliación del mandato del presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; ampliación ya acordada por el Congreso de la Unión, así es que ya falta menos. También hay que tener presente el respaldo a favor de la permanencia en el cargo del presidente en funciones que podría tener un resultado favorable en las dos consultas por venir, la que se ha dado en llamar o señalar respecto a perseguir con la justicia a los anteriores presidentes de la república, aunque la pregunta formal nada diga respecto a ellos. 

 

Pero, más todavía, hay que considerar la consulta sobre la revocación de su mandato. Imaginen ustedes que el año próximo con una asistencia por lo menos la mitad de los inscritos en el padrón electoral, el presidente obtenga un respaldo de más del cincuenta por ciento a favor de continuar en el cargo. Si esto no fuese una forma de pedirle que no se vaya, que él puede interpretar como que no se vaya nunca, es previsible que ante un resultado electoral favorable nuestro presidente interprete y decida continuar su sacrificio por la Patria en el cargo de presidente. Obviamente que por lo ya expuesto no iré a votar a ninguna de esas consultas.

 

Así es que mi hipótesis auxiliar -aunque espero equivocarme, pero tengo muchas dudas- es que la supuesta lista de tapados es una cortina de humo en espera de los resultados electorales próximos, para que, en caso de resultar favorables, el presidente promueva una iniciativa presidencial sea para prorrogar su mandato o sea para reelegirse -pues hay que patear la pelota como venga-. En tal caso, puesto que de los males el menor, mejor nos conformamos -a la antigüita- con buscarle bien en la lista de tapados a ver quién resulta el menos peor. En cualquier caso, los electores que fueron a votar en 2018 por una cuarta transformación de la república supongo que no van a quedar muy contentos, a menos que ni siquiera se hayan dado cuenta de lo que está pasando.

 

Ciudad de México, 12 de julio de 2021.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e Investigador. Doctorado en Estudios Políticos por la Universidad de París (Francia) y doctorado en Derecho por el Instituto Internacional del Derecho y del Estado (México); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas por la Universidad de Alcalá (España) y posdoctorado en Regímenes Políticos Comparados por la Universidad de Colorado, Campus Colorado Springs (Estados Unidos de América); Especialidad en Justicia Electoral por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (México).

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