THE CROWN

 

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

 

Ayer vi el último capítulo de la cuarta temporada de esta serie que, si usted no la ha visto, se la recomiendo por varias razones que empiezo a explicar. Para empezar, aclaro que no se trata de una telenovela puesto que habla de la vida real de una familia real -en el doble sentido, una familia de a deveras y de la nobleza-, pero que tiene toda la trama de una telenovela y de las buenas -hay mucho dinero, infidelidades, divorcios, abdicaciones, resentimientos, locos de remate, muertos, heridos y todo lo que usted guste y mande-.

 

Ciertamente todos los chismes en torno a esa familia son bastante conocidos, aunque a usted no le gusten los chismes ni quiera andar en el de la familia real de Inglaterra, pero lo más probable es que sepa varias cosas de la intimidad de esas personas; cosas, por cierto, que si sucedieran en la familia de usted cuidaría mucho que nadie las supiera y si alguna persona las anduviera contando por lo menos usted se molestaría y hasta le llegaría a reclamar; de tal suerte que, si después hicieran una exitosa serie de televisión -traducida, además, a un montón de idiomas de todas partes del mundo- describiendo lo que pasa en la casa y con la familia de usted pues como que a lo mejor no le gustaría ni tantito.

 

Imagine que su familia tiene doce castillos que usted puede habitar o cuando menos visitar cuando usted quiera; imagine también que todo el dinero que usted quiera gastar se lo da el gobierno e imagine también que todas las personas que usted trate o se las encuentre casualmente en la calle se van a sentir muy halagadas y orgullosas de haberle saludado. Es más, hasta su jefe le puede prestar un helicóptero para que vaya usted a saludar a su mamá, nada más por que se trata de usted, lo cual de entrada suena como de película.

 

A lo mejor a usted le gusta ver un partido de futbol o de beisbol por televisión, también de vez en cuando tal vez usted ve carreras de coches igualmente por televisión; pero, si es que le gusta tener caballos, a lo mejor le puede ser un tanto oneroso mantener una cuadra de caballos pura sangre; pero si le gusta este pasatiempo o deporte o negocio, no sé si usted acostumbre ir a Francia o a Estados Unidos a ver cómo realizan la crianza de caballos en esos países, para tener ideas que le permitan mejorar la raza de los que son de su propiedad. Eso sucede en la vida real de esta familia real.

 

En eso de los coches dicen que los más caros son los Rolls Royce y piense por un momento que su familia tiene varios de esos coches, pero también uno que otro carro deportivo; claro que ha de ser muy molesto eso de que ande un par de guardaespaldas en otro coche acompañándole a donde quiera que usted vaya o, peor aún, que si usted está comiendo con su cónyuge o con su familia siempre haya dos o tres camareros presentes para servir los bocadillos que la servidumbre a su servicio haya preparado según sus deseos más caprichosos. Claro que puede tener alguna ventaja, por ejemplo, que si usted quiere tener una comida o una cena privada con otra persona se la puedan servir en su departamento privado al interior del castillo grandote donde vive toda su familia.

 

Imagine que tiene usted una casa de playa en las Bahamas y un jet privado para viajar de su casa que está en Londres a su otra casa en el Caribe cuando usted guste; incluso, si usted gusta, puede invitar a algunos amigos ya sea que lo acompañen, que lleguen por ahí o que ya le estén esperando. Ahora que, dependiendo de la temporada puede usted ir a cazar siervos en los terrenos de su propiedad, con la confianza de que sus vecinos no van a andar persiguiendo a sus animalitos y menos intentarán irse a meter sus terrenos, en sentido literal no figurado.

 

Imagine ahora que si usted quiere viajar fuera de su país pues no tiene problema ni de transporte ni de hospedaje ni de alimentación ni de pensar en quién le va a cuidar a sus niños si son menores de edad, en cualquier lugar del mundo al que usted quiera ir, o si no los quiere llevar pues los deja en casa donde siempre habrá quienes los cuiden. Ya más grandecitos, si quiere usted saludar a sus hijos pues que su secretario los convoque cuando usted pueda recibirlos. Claro que puede usted tener algunos otros inconvenientes, por ejemplo, que cuando llegue usted a donde sea haya mucha gente esperándole en el aeropuerto o, peor aún, que tenga usted que ir en su carro descubierto saludando a todas las gentes que salieron a la calle para verle pasar. Me parece que son cosas éstas que a usted le pueden parecer francamente incómodas y a veces hasta molestas, pero tendría que acostumbrarse. Desde luego que puede haber cosas más molestas todavía, por ejemplo, que si el gobierno no le da dinero suficiente tenga usted que vender su yate que, en realidad, no es un yate sino un barco algo grandecito al que por costumbre y por tratarse de usted, casi de cortesía, pues le llaman yate.

 

Pero puede haber cosas peores, que agredan y molesten para toda la vida a usted y a toda su familia, por ejemplo, que, si usted se la pasa así de manera muy cachetona gracias a la familia de la que forma parte, de pronto tenga que trabajar a tiempo completo lidiando con problemas que usted no puede resolver, porque la primera regla es que no se meta en lo que no le importa. Y todo esto porque un hermano o un tío suyo se enamoró de una señora varias veces divorciada y tiró la toalla para poder casarse con ella, es decir, renunció a la corona del reino más grande en ese momento de la tierra y ahora resulta que a usted le toca ser rey y a su hija, poco tiempo después, jovencita y recién casada, pues tendrá que ser reina. Y aquí es donde empiezan las desgracias de estas personas. No sigo con otras más porque a lo mejor usted ya las conoce, sea porque terminó de ver la serie antes que yo o para no quitarle el gusto de descubrirlas si es que la quiere empezar a ver.

 

¡Ah¡, se me olvidaba. Imagine que usted o su mamá o su esposa o su suegra o su hermana o su abuela es la reina de una monarquía parlamentaria donde ella reina, pero no gobierna, porque el que gobierna es el primer o la primera ministra que es de elección popular y, aunque sean muy respetuosos de la monarquía, a veces se ponen sus moños, tienen sus propios intereses y como que se jalonean con la reina. Sobre todo, si se trata de una mujer primera ministra pues, aunque ya actualmente se oiga mal por aquello de las reivindicaciones de género, no puedo dejar de recordar el refrán popular aquel que dice que más de dos mujeres juntas…; ahora imagínese usted enfrentadas y cada una de ellas montada en su macho.

 

Si usted tiene una familia nuclear creada por usted y su pareja sabrá que eso de tener una familia tiene sus responsabilidades y sus dificultades, pero también muchas recompensas. Como para mantener a su familia usted tiene que salir a trabajar, sea por cuenta propia o al servicio de otro, de cualquier forma, el ambiente laboral presentará sus dificultades, pero también sus recompensas. No se diga si trabaja usted en o dirige una gran organización -pública, privada o social-, la complejidad de los problemas crecerá, así como las recompensas. Ahora que si es usted jefe de Estado -rey o presidente- o jefe de gobierno -primer ministro, presidente o canciller o como se le llame en el país donde le toque vivir y gobernar-, tenga usted la seguridad que la complejidad de los problemas a resolver crecerá exponencialmente, igual que las recompensas. 

 

Por ejemplo, el presidente de la república mexicana vive en un castillo colonial modernizado y no paga renta; a él le gusta mucho hablar por radio y televisión y viajar por todo el país, gusto cumplido todos los días. A cambio, tiene que andar resolviendo los problemas de gente que ni conoce, a los que suma los problemas que él mismo crea y otros que ya venían desde antes. A diferencia de la reina de Inglaterra y su familia, la vida de nuestro presidente y de su familia apenas se empieza a conocer con mayores detalles poco a poco, aunque al final de cuentas también se escribirá mucho acerca de su vida -pero solo en nuestro país- algo ya se empieza a escribir; quién sabe si algún día haya por lo menos una película, aunque veo difícil una serie de televisión de varias temporadas y en un montón de idiomas, pero algo habrá. Creo que eso también le va a gustar, pues como escribió otro inglés -Oscar Wilde- en una de sus novelas -La importancia de llamarse Ernesto-, solo hay una cosa peor que hablen mal de uno, es el que no hablen; cosa que nuestro presidente parece que toma muy a pecho.

 

Pero sin darme cuenta me empecé a meterme en cosas que no vienen al caso para los televidentes. Estoy hablando ya de las diferencias entre una monarquía parlamentaria y un presidencialismo hegemónico; entre una economía liberal o neoliberal -si usted gusta llamarle así- y una economía mixta con un intervencionismo estatal creciente -aunque manteniendo muchas recetas neoliberales-; entre una democracia consolidada y una democracia emergente amenazada de regresión democrática; entre un antiguo imperio que se reduce inexorablemente y una colonia que nunca ha perdido su dependencia; entre un gobierno con controles democráticos y otro sin ellos -salvo lo que pueda pasar el año que entra-.

 

Respecto a esto de los controles, el momento culminante de la serie, a mi juicio, es cuando la reina se niega a disolver el parlamento por una sencilla razón, por respetar la voluntad democrática de su pueblo y de su sistema de gobierno. Nadie podrá decir que fue un asunto de señoras enojadas entre sí, por lo que usted verá que pasó después, pero que no le cuento por lo que dije antes. Reitero, para mi gusto fue el mejor momento de toda la serie -conste que los diálogos con Winston Churchill fueron deslumbrantes-, y a pesar de mi admiración y respeto por Lady Diana cuya carismática personalidad opacó a todos los demás miembros de la familia real, menos a la reina, una gran señora que hace honor al servicio que le tocó prestar con devoción a su país -y a la comunidad de países que encabeza- aunque haya sido más bien por azares del destino. Una gran señora que iluminó con su personalidad la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI.

 

Ciudad de México, 20 de noviembre de 2020.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e Investigador.

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