Sinaí, el Afganistán egipcio.

 

Guadi Calvo*.

 

Tras el sangriento golpe de 2013, que termina con el gobierno del primer presidente elegido democráticamente en la historia de Egipto: Mohamed Morsi, un ingeniero formado en los Estados Unidos, quien, con políticas neoliberales, acompañadas de un proceso de islamización en lo social, beneficiando su alianza con la omnipresente Hermandad Musulmana, aliada a su partido el Ḥizb al-Ḥurriyyah wa-l-ʿAdālah (Partido Libertad y Justicia (FJP)) había generado en el país, que todavía estaba muy lejos de recuperarse del estigma autoritario que marcó la dictadura de tres décadas de Hosni Mubarak, fuertes adhesiones en las áreas rurales, al tiempo que en las grandes ciudades dada la crónica crisis económica y las cada vez más notorias restricciones religiosas, particularmente contra los sectores chiitas y cristianos coptos, provocaron importantes focos de resistencia en los grandes centros urbanos. Por ejemplo, en el Cairo que, con sus más de 21 millones de habitantes y donde todavía resonaban los ecos de las jornadas de la Primavera Árabe, que habían terminado con la dictadura y habilitado el proceso democrático, que colocó a un presidente, que si bien estaba legitimado por la constitución, al mismo tiempo postulaba cerrar la sociedad y procuraba medidas como la de privatizar el Canal de Suez, un emblema cuasi sagrado para el nacionalismo egipcio.

Tras el golpe, que con el transcurso de los días se iría conociendo la magnitud de la represión que había dejado más de cinco mil muertos, solo en un episodio conocido como la “matanza de la plaza Rabaa” en el este de El Cairo, las fuerzas de seguridad asesinaron a cerca de mil manifestantes, que exigían el retorno de Morsi al gobierno. Además, los sesenta mil detenidos, que prácticamente exterminó la cúpula y los principales cuadros de la Hermandad Musulmana, qué tras ser juzgados, muchos de ellos serían condenados a muerte o a larguísimas penas de prisión. Entre los detenidos aparecía, incluso el ex presidente Morsi, quien murió de “causa naturales”, antes de ser ejecutado. Para muchos las razones de la muerte de Morsi, se vieron agravadas por las condiciones de su encierro.

Tras el golpe, irrumpe en la escena política del país, el general Abdul Fattah al-Sisi, entonces presidente del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que a muchos les trajo ciertas ilusiones de un remozado nasserismo, al punto de imponerse holgadamente en las elecciones presidenciales en 2014. Trágicamente, para los más de cien millones de egipcios, al poco tiempo la figura del general, comenzó a diluirse hasta terminar pareciéndose más al pronorteamericano Anwar el-Sadat, que al nacionalista y añorado Gamal Abdel Nasser.

La profunda y crónica crisis económica que vive Egipto, ha tenido desde hace décadas un factor determinante, que ha sido la actividad de los grupos terroristas que han sabido golpear en muchas oportunidades los centros turísticos siempre repletos de extranjeros.

La merma de las visitas de turista internacional a Egipto había comenzado con la masacre de Luxor, donde el grupo fundamentalista al-Gama‘a al-Islamiyya (grupo islámico), responsables del asesinato el-Sadat en 1981, en noviembre de 1997, produjo la muerte de sesenta y dos turistas, de seis nacionalidades diferentes, aunque en su mayoría treinta y seis fueron suizos. Este tipo de asaltos que con menos espectacularidad continuaron, alcanzó su punto culminante en octubre de 2015 con el derribo del Airbus A321, de la aerolínea rusa Kogalymavia, un vuelo chárter que retornaba desde Sharm el-Sheikh, un centro turístico del sur de la península muy concurrido por turistas rusos a San Petersburgo en octubre del 2015, dejando 224 muertos. El atentado finalmente se lo adjudicó la Wilāyat Sinaí, (Provincia del Sinaí) la franquicia del Daesh egipcia.

El terrorismo wahabita en Egipto y particularmente en el Sinaí, tuvo un fuerte incremento a partir del golpe de 2013 dadas las matanzas y persecuciones posteriores contra sectores integristas, que históricamente han sido muy fuertes. Egipto, por ejemplo, junto a Argelia, fue el país africano de donde más voluntarios partieron hacia Afganistán para unirse a la guerra antisoviética. Dichos combatientes, que más tarde se los conocería como los “árabes afganos”, incluso combatieron en Bosnia, en la Guerra Civil argelina (1991-2002), en Georgia y en Chechenia. Muchos de estos veteranos, pasarían a formar parte de al-Qaeda, la organización fundada por Osama bin Laden y que, tras su muerte en 2011, lo sucedería justamente un egipcio, llamado Ayman al-Zawahiri, formado en la Hermandad Musulmana, quien ha dirigido la organización hasta hoy.

Desde 2011, al-Qaeda, había operado en el Sinaí, con el nombre Ansar Bayt al-Maqdis (Partidarios de la Casa Santa) una organización que provenía de otra más antigua la Yama’at al-Tawhid wal-Yihad (Organización de Monoteísmo y Yihad) con presencia en la península desde de fines del siglo pasado. Tras el nacimiento del Daesh en 2014, rápidamente Ansar Bayt al-Maqdis, abandona al-Qaeda, hace su juramento de lealtad o Baya’t al nuevo califa Ibrahim (Abu Bakr al-Baghdadi) y cambia su nombre a Wilāyat Sinaí, cómo se los conoce hasta hoy.

A los frecuentes ataques en el Sinaí se le habían sumado una importante cantidad de acciones contra puestos policiales, militares y atentados contra mezquitas chiitas e iglesias coptas que han dejado centenares de muertos en el resto del país.

La debacle social, económica y de seguridad, que se agudizó tras el golpe contra Morsi, no le ha dejado otro caminó al presidente al-Sisi, que acercarse a Arabia Saudita, en procura de financiación, que no solo lo obligó a abdicar de sus postulados nacionalistas, sino incluso en 2016 a entregar las islas de Tirán y Sanafir en la desembocadura del Golfo de Aqaba, de gran valor estratégico para El Cairo. Las dos pequeñas islas, en verdad sauditas, se encontraban desde 1950, bajo protectorado egipcio. La entrega de dichas islas generó el primer gran cortocircuito entre al-Sisi y su pueblo, a las que se sumarían otras con el correr de los años.

Hacia el Sinaí.

Para resolver la creciente actividad de la insurgente de la Wilāyat Sinaí, que ya había generado ataques incluso en El Cairo, aunque el epicentro de sus operaciones se encuentra en la Península del Sinaí, al-Sissi inició lo que se conoció como la Operación Sinaí 2018, donde participan juntos a las Fuerzas Armadas, todos los organismos de seguridad egipcias, que han centrado desde febrero de aquel año la lucha contra ese grupo wahabita, que a pesar de prácticamente estar cercado en ese territorio, que gracias a su extensión y a las áreas montañas con la que cuenta, el grupo se ha sabido resistir a los embates de las fuerzas armadas y generar líneas indestructibles de abastecimiento, siendo apoyado por algunas de las tribus de la región, de entre las que también se están proveyendo de nuevos reclutas.

El ejército egipcio ha establecido en torno a la península de unos 60 mil kilómetros cuadrados, un cinturón de seguridad para que nadie pueda entrar o salir de ese territorio dos veces el tamaño de Bélgica.

El cerco además de la obvia intención de impedir la fuga o asistencia a los terroristas tiene un objetivo, también fundamental, evitar la llegada de periodistas y funcionarios internacionales que puedan denunciar lo que es un secreto a voces, la guerra sucia que al-Sisi libra en el Sinaí, desde hace ya más de cuatro años y cuya población que alcanza a algo así como un millón de almas, en muchos casos debe soportar las represalias de los dos bandos, como tantas veces ha sucedido en este tipo de guerras.

Muchos creímos que con el inicio de la Operación Sinaí 2018 y dada la potencia de fuego de las Fuerzas Armadas egipcias, una de los más poderosas de la región, acrecentada por las importantes compras de armamento que desde el año 2015-2016 viene haciendo a Francia de manera sumamente discreta, particularmente los aviones de combate Dassault Rafale, aunque también misiles, blindados y sistemas de comunicaciones y de espionaje, utilizados para perseguir a la sociedad civil.

La aventura del general al-Sisi en el Sinaí, se resolvería en unos pocos meses. Lo que no se estaría verificando en el terreno, ya que a pesar de la falta de información algunas señales, como la continuidad de censura absoluta a la información proveniente del frente y la prohibición que todavía se mantiene, para a los periodistas de viajar al Sinaí, indica que la derrota de los terroristas todavía está muy lejana. Demostrando que las fuerzas de al-Sisi, han encontrado una resistencia que no había sospechado, al tiempo que los canales de aprovisionamiento y refuerzos, nunca han sido cortados, lo que sin duda también señala un fuerte apoyo de amplios sectores de la sociedad civil, históricamente resentida con el Cairo, por las largas postergaciones materiales que la región ha sufrido.

Se ha conocido que la gran mayoría de los soldados enviados al Sinaí, son reclutados de manera coercitiva y que, con solo cuarenta días de entrenamiento, son enviados, mal armados y peor asistido respecto al equipo básico y a la alimentación, a enfrentar a guerreros con armamento de última generación, convencidos ideológicamente y con muy buenas pagas, curtidos no solo en las duras condiciones del Sinaí, sino en muchos casos en frentes tan duros, como Siria, Irak, Libia e incluso Afganistán.

Lo que hace sospechar que las noticias que no llegan desde el frente, ocultan, información similar a la que se conoció el pasado sábado siete de mayo, en la que se informaba que al menos onces militares egipcios murieron en un ataque integrista, mientras otros cinco habrían sido heridos en el norte de la península, sin que se precisara más datos del lugar del ataque, aunque algunas versiones están mencionando que los hechos sucedieron en Qantara, provincia de Ismailía, al este del canal de Suez, cuando una patrulla militar perseguía a un grupo de muyahidines que finalmente se esfumó en el desierto. También se conoció que la semana anterior, presuntos insurgentes, dinamitaron una tubería de gas natural cerca de la ciudad de Bir al-Abd, también en el norte del Sinaí, que cada día se asemeja más a Afganistán.

 

*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

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