SEP: ¿Hacia dónde?

Joel Hernández Santiago

 

La Secretaría de Educación Pública fue fundada el 3 de octubre de 1921. El país estaba presidido por Álvaro Obregón. La idea de su creación tuvo su origen en octubre de 1920 cuando el escritor, educador y filósofo oaxaqueño, José Vasconcelos, presentó una iniciativa ante el Poder Legislativo.

 

En su propuesta, Vasconcelos urgía: “Una dependencia federal cuyas funciones civilizadoras, llegaran no sólo a una porción privilegiada del territorio, no sólo al Distrito Federal, sino también a toda la República, necesitada, de un extremo a otro, de la acción del poder público y de la luz de las ideas modernas (…) salvar a los niños, educar a los jóvenes, redimir a los indios, ilustrar a todos y difundir una cultura generosa y enaltecedora, ya no de una casta, sino de todos los hombres”. 

 

Así, en octubre 1921, Vasconcelos ocuparía el cargo de ministro de Educación Pública, en la inteligencia –se le dijo- de que llevaría a cabo su proyecto educador y universal, según establece el artículo 3º Constitucional.

 

Durante años a la SEP, luego de la gestión de Vasconcelos como principal gestor e ideólogo de su creación, ocuparon la cartera de la educación hombres vocados y capaces en materia educativa. Relevantes en sus tareas pero también en su visión educadora del país, por ejemplo: 

 

Narciso Bassols, Ignacio García Téllez, Otilio Montaño, Ezequiel Padilla, Aarón Sáenz, Moisés Sáenz, Justo Sierra, Jesús Reyes Heroles, Agustín Yáñez, Jaime Torres Bodet… Gente ilustre que dejó huella en el desarrollo educativo del país. 

 

Otros también han sido secretarios de Educación Pública; unos más por razones políticas que por razones de impulso y fortalecimiento educativo; algunos de ellos han dado al traste con la educación pública en México y han cedido la tutoría de la educación a entidades ajenas a esta responsabilidad. Ejemplos hay muchos. Uno parece repetirse ahora.  

Así, por lo menos en las dos décadas recientes, los titulares de la SEP han estado más ocupados en atender asuntos sindicales con una Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE); una organización beligerante, brazo político de intereses diversos y que está más atenta a los intereses de sus líderes que al apoyo del magisterio, de los maestros y de la educación pública mexicana. 

El SNTE por otra parte, parece haber desaparecido y tan sólo se ajusta al momento y circunstancia; ha sido por años más una fuerza de interés político que de interés magisterial. No aporta ni ha aportado seguridad cierta y bienestar a los maestros y trabajadores y mucho menos ha impulsado al país, a través de ellos, hacia un estado de excelencia educativa.

El resultado es que la calidad de la educación de México es de 6.3 por ciento y que ocupa el lugar 102 de 137 países, según el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) realizado por la OCDE. 

En el momento hay en México más de 16 millones de estudiantes en educación básica; con un millón 374 mil trabajadores de la educación para 156 mil planteles escolares. 

Un panorama extremadamente delicado, porque esos 16 millones de mexicanos deberán ser capaces de desarrollarse en el trabajo, en su entorno, en su futuro personal y colectivo, bajo la premisa de que la educación forja seres humanos mejor dotados y capaces para enfrentar los avatares vitales. Por supuesto hay los que de plano no quieren ser parte de este desarrollo, pero son excepción. 

Y frente a este panorama, lo ideal es nombrar a funcionarios públicos muy dotados, capaces, sensibles y conocedores a fondo del tema educativo. Los hay en México. Muchos de ellos no en la administración pública; sí en la academia o en la enseñanza misma. 

Gente que entiende la magnitud del reto y que cuenta con apropiadas herramientas de conocimiento, intelectuales, filosóficas y operativas para reconstruir y construir un nuevo panorama educativo nacional: Más floreciente, con calidad educativa, con capacidades magisteriales y de programas educativos ajenos a lo ideológico y sí a lo universal. 

Pero no, no y no. Al momento la 4-T no ha tomado en serio su enorme responsabilidad educativa. Para empezar la rectoría de la educación la ha dejado en manos del sindicalismo educativo. El gobierno federal y los gobiernos estatales se lavan las manos y dejan hacer y dejan pasar… 

De ahí que lo que menos importa es nombrar como titular de la SEP a uno u otro personaje vinculado más al Palacio Nacional que al país y su aspiración educativa. De ahí que luego de Vasconcelos y los ilustres educadores mexicanos, hoy se cubra la cartera con gente cuya capacidad y conocimiento en la materia son prácticamente nulos.  

¿Importan hoy los niños mexicanos y su educación? ¿Importa desarrollar un programa de rescate de la educación pública en México? ¿Importa el futuro de los 16 millones der niños mexicanos en el sistema público de educación? ¿Importa más la subsistencia y el futuro político en la 4-T? ¿Es bueno aceptar cargos para los que no se están capacitados y con bases suficientes?

Ya estuvo ahí la maestra Delfina Gómez, un verdadero desastre educativo. En su lugar llega Leticia Ramírez, una gestora de gobierno con 28 años de experiencia en ello, según se anuncia; que alguna vez fue maestra en aula –no por lo menos en esos 28 años-; exlíder de la Sección 9 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE)… y párele de contar. 

Esta persona es muy cercana al presidente, y por ello, será la Secretaria de Educación Pública de México. ¿Conoceremos alguna vez su proyecto educativo? ¿Estará sustentado en su propia formación, experiencia, conocimiento, filosofía y el amor por la educación nacional?

El presidente afirmó el 28 de noviembre de 2019 que, “en términos cuantitativos, en su administración le interesa tener servidores públicos con 90% de honestidad y solo 10% de experiencia.” ¿No será mejor un 100 por ciento de ambas categorías? 

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