Periodismo: Y sigue la mata dando.

Joel Hernández Santiago

 

Hay muchos problemas en México. Muchos. La inseguridad es uno de los más graves: la muerte masiva o individual de personas es cada día mayor en gran parte del país; las desapariciones forzadas son cada vez más frecuentes e intensas sin que pareciera haber solución…

 

La violencia social está a la vista cada día; la situación económica está en franca crisis e impacta a todos en México –pero sobre todo a los que menos tienen, por esa inflación inaudita en muchos años y no sólo producto de repercusiones internacionales–; salarios insuficientes; falta de empleo; creciente ‘economía informal’; inversiones internacionales a la baja; sistema de salud sin medicinas para sanar y salvar a personas mayores y a niños con cáncer; la pandemia sigue ahí, acechando…

 

La política exterior fuera de control y con conflictos cada vez más frecuentes: Estados Unidos, España, Panamá, Perú, Austria… La educación sin rumbo por falta de una secretaria de Educación que ha perdido el control de la misma… Gobernadores alineados a un proyecto personal disfrazado de proyecto de Nación, como son los Morenistas y la 4-T… Y tanto, mucho más…

 

Y en medio de este huracán de problemas le agregan uno más que llama poderosamente la atención pero que visto de una manera simple y sencilla, no debiera ser un conflicto nacional.

 

Se trata de la manera cómo desde Palacio Nacional se ha tratado de forma adversa el tema del periodismo y la libertad de expresión. Y esto ha sido así desde el inicio de este régimen, pero se ha incrementado de manera muy grave en las semanas recientes: una confrontación que proviene del poder político y no del poder social…

 

El caso Loret de Mola está ahí, y el Ejecutivo machacante, interminable, cargado de indignación y de encono… Y no es asunto de estar con Loret o no; no es Loret el real problema, es el riesgo grave en el que se coloca a la libertad de expresión y de pensamiento.

 

Y se hace por una sola razón: La no aceptación de la crítica a hechos de gobierno y, al momento, la defensa del hijo del Ejecutivo y el desvío de la atención hacia lo que consideran agravio a una 4-T que con Loret o sin Loret sigue su marcha –o por lo menos eso debiera ser-.

 

Y se trata de la manera cómo desde Palacio Nacional se defiende al hijo residente en EUA y de quien se expuso que utilizó una casa que es propiedad de una empresa que en este sexenio se presume que se ha beneficiado con contratos millonarios con Pemex, y mejoras a esos contratos.

 

Desde la más alta tribuna se han asestado acusaciones y señalamientos e, incluso, amenazas y despliegue de información privada, lo que constituye, según abogados, una ilegalidad.

 

La polarización del país está hoy más evidente que antes, desde que comenzó el discurso de unos contra otros; el discurso del desprecio a los adversarios políticos y apoyo a quienes comulgan con el proyecto 4-T;  el discurso en contra de “conservadores”, “neoliberales”, “anti-4-T”. Pero sobre todo el discurso en contra del periodismo, de los periodistas y de sus medios.

 

Este discurso ha escalado gravemente. En una actitud inaudita, la mañana del 14 de febrero desde Palacio Nacional se mandó un mensaje ‘urbis et orbis’, para los de casa y para los de fuera de casa: periodistas de México y del mundo.

 

Se acusó a medios mexicanos de ser “cómplices de una andanada en contra de la 4-T”, como si el exponer hechos de gobierno fuera exclusivo del gobierno mismo y no de los periodistas que informan, investigan, buscan, preguntan, indagan, verifican, checan, se comprometen con la verdad y hacen un trabajo social y democrático. Todo desde un eje central: Loret de Mola.

 

Y se acusó a medios internacionales: “Si el Washington Post defiende a la mafia del poder, allá ellos; si el New York Times defiende, allá ellos; si los ingleses Financial Times o The Economist, lo mismo, porque las empresas de esos países saqueaban con complicidad de la llamada clase política mexicana”, declaró el presidente de México.

 

Y hace tabla rasa de la situación. Y agrava la situación y agrava el origen del asunto: el posible conflicto de interés de su hijo, el que éste mismo no ha podido demostrar de forma fehaciente su capacidad adquisitiva y muchas otras preguntas hechas y cuya respuesta sembró aún más dudas al afirmar que él es asesor de la empresa de un personaje muy cercano al gobierno federal y que contribuye de forma gratuita en las obras del Tren Maya.

 

Pero junto a todo esto. Lo que llama la atención es que habiendo tantos, tantísimos problemas muy graves en México y que merecen la atención puntual y detallada del gobierno federal, la atención presidencial se centre de forma machacante en una persona y en un tema. Un tema que debiera ser intocable: la libertad de expresión.

 

El país merece todo el tiempo del mandatario mexicano. Merece toda su atención. Merece su calma. Su serenidad y sobriedad, su lucidez, su inteligencia y su compromiso para atenderlos de forma eficiente y solucionarlos. Esa es la tarea. Esa es la responsabilidad. Y para remediar todo esto es que quiso ser presidente de México y más de treinta millones de mexicanos confiaron en él. Y ya faltan menos de tres años para que concluya su mandato. ¿Lo hará?

 

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