Ilustración de Luis Fernando / texto de Salvador Mendiola
[Vivió 86 años. Nació y murió en su Polonia querida. El pasado 29 de marzo el compositor Krzysztof Penderecki se fue de este mundo, y a él dedica esta vez su ilustración el artista gráfico Luis Fernando…]
El Frank Zappa de la gente amargada
En uno de los programas del maestro Julio Estrada por Radio Universidad fue donde escuché por vez primera la música de Penderecki. La accesible y lúcida explicación del maestro Estrada me hizo entender que estaba escuchando la música de vanguardia más avanzada en la composición orquestal.
Lo que esa vez escuché por radio fueron las composiciones Anaklasis y Treno a la memoria de las víctimas de Hiroshima. Era el Penderecki del momento, lo más adelantado en música experimental. Desde ese momento nada en la música ha vuelto a ser igual para mí, esa escucha fue toda una iniciación, porque esa vez, hará unos 50 años, realmente escuché el porvenir de la música y de muchas cosas más; y al mismo tiempo percibí íntegro el sentido místico de una memoria profunda y solitaria, la de Krzysztof Penderecki mismo.
Música comprometida con la historia como sí es, no con una corriente política maniquea o como un ideal abstracto y sin sentimientos; música comprometida con el sentido trágico de la existencia, la música de un creyente en Dios que no cree que Dios nos hable en esta vida… Lo que me ha llevado a pensar ?de modo irónico y sarcástico? que Penderecki puede ser considerado algo así como el Frank Zappa de la gente amargada por la historia, uno de los hombres santos que, como el humorista Zappa, no dejan de reclamar justicia en todos los crímenes de la historia, el llanto interminable. Pero música al fin. Música, entonces, pura, libre de ideologías. La Música. La unión analéctica de lo apolíneo y lo dionisiaco que nos reveló la escritura de Friedrich Nietzsche.
Arte emancipador de la conciencia
Krzystof Penderecki nació el 23 de noviembre de 1933 en Debica, al sur de Polonia. Comenzó sus estudios de composición en 1953 con Franciszek Skoliszewski y después los continuó en la Escuela Estatal Superior de Música en Cracovia dentro de la clase de Artur Malawski y, tras la muerte de éste, con el profesor Stanislaw Wiechowicz. Obtuvo el diploma con honores en 1958. Muy pronto adquirió fama mundial por lo novedoso de sus composiciones y lo original de sus partituras, se le reconoció como un músico experimental de vanguardia, uno que no recurría a la música electrónica ni a la música concreta, pues seguía empleando los instrumentos tradicionales de la orquesta, aunque con usos interpretativos fuera de lo considerado como correcto. Eran obras atonales, y de un serialismo complejo, como la utilización de la serie de tonos y notas B-A-C-H (Si-La-Do-Do#) en La pasión según san Lucas (1966), un oratorio para coro y orquesta.
Penderecki vivió casi noventa años de mística creatividad, la suya fue una vida productiva y santa, hizo arte de resistencia, arte emancipador de la conciencia. Una vida de músico ejemplar, por ello será largamente recordado y respetado. Por su música. Él acaba de morir este 29 de marzo pasado, descanse en paz. Extrañaremos al hombre Krzystof Penderecki; pero celebraremos al artista que así ya trasciende la muerte.
Con la composición de Anaklasis en 1960 inicia Penderecki su propia línea evolutiva independiente, marca su diferencia personal como compositor de vanguardia. Es la primera composición hecha con su “nuevo estilo” para dos grupos instrumentales: con instrumentos de cuerda y percusión. El papel principal se le asigna al muy diverso grupo de instrumentos de percusión, formado por palos de timbales, tam-tam, tom-tom, gong, triángulo, címbalos, campanas, bongos, vibráfono, tambores, conga, xylorimba, claves, piano, celesta y arpa. La parte central de la obra, interpretada principalmente por este grupo instrumental, es, de forma más que excelente, todo un concierto para instrumentos de percusión.
Un grito que es plegaria
Pero lo más valioso como música experimental de este compositor es su trabajo con los instrumentos de cuerda. Un trabajo que es desarrollado de forma perfecta en el Treno (1960), una pieza para 52 instrumentos de cuerda frotada. Por su estructura musical en sí esta obra es una de las más interesantes y seguramente de las más revolucionarias de la música contemporánea, precisamente por la forma en que emplear el aparato de los cinco instrumentos de cuerda de una orquesta sinfónica. La construcción formal es de geometría sublime, una legítima transformación del tiempo y el espacio, y todo con el enriquecimiento de la calidad tonal, los glissando y el vibrato. Música como nunca había sido escuchada, música comprometida con el duelo interminable por las víctimas de Hiroshima. Un grito desesperado que se transforma en plegaria cargada de íntimo respeto por los vivos y los muertos.
Desde los años setenta del siglo pasado Penderecki se alejó de la experimentación de vanguardia, hizo música más cercana a lo tradicional, adoptó formas más melódicas y estructuras más canónicas. Esto desconcertó a un grupo de sus seguidores y admiradores; pero lo confirmó como un inspirado espíritu romántico, ya que de esta manera pudo expresar mejor sus inquietudes trascendentales. Hizo música sagrada para un tiempo sin Dios. Aquí resulta sobresaliente el Concierto para pianoforte y orquesta.
Catolicismo polaco
Penderecki fue católico, creía muy en serio en Dios y la enseñanza de la iglesia de Roma. Eso me hace pensar, otra vez en tono sarcástico, que decir “polaco católico” es un grosero pleonasmo. Sometido y explotado bajo la bota soviética del tirano José Stalin, más la de sus propios burócratas comunistas, el pueblo polaco se volvió más católico que nunca, más católico que nadie; por eso de allí saldrá el papa Wojtyla o Juan Pablo II. También esto provocará en 1980 la gran revuelta del sindicato Solidaridad (“Solidarnosc”) en contra de la nomenclatura y la forma dictatorial de gobierno del partido comunista títere de Moscú.
La diferencia católica esencial de Penderecki está en su misticismo; los místicos no son vistos como normales por ninguna religión, y más mal vistos lo son para el dogma romano. Penderecki por eso no fue una dócil oveja beata y mocha, él siempre vivió un cristianismo “solitario solidario”, más político que litúrgico. Y esto contará mucho para que el sindicato le comisionara, en ese año clave de 1980, la composición de una pieza musical para acompañar la inauguración de una estatua en los muelles de Gdansk, en conmemoración de quienes fueron asesinados en las protestas contra el gobierno comunista en 1970. Dicha pieza llevó por título Lacrymosa, luego Penderecki la convirtió en otra de sus obras maestras: Réquiem polaco (1993), una pieza en 16 movimientos para cuatro solistas, coro mixto y gran orquesta sinfónica.
Un héroe de la contracultura
De modo paradójico, la música de Krzysztof Penderecki ha tenido buena fortuna como fondo musical de varias películas; prácticamente todas ellas del género de terror. Se le puede escuchar en El Exorcista de Friedkin y en El resplandor de Kubrick; David Lynch también ha recurrido a la música de Penderecki en la película Corazón salvaje y en la serie Twin Peaks.
No es algo sencillo tratar de explicar con palabras la novedad en sí de las partituras vanguardistas de este compositor polaco. Me hubiera encantado poder consultar al maestro Eusebio Ruvalcaba para tratar de decirlo mejor aquí. Pero… yo entiendo que su sistema notacional está basado en las reglas y conceptos de la diagramación gráfica. Cosa que se nota en la forma visual de marcar los tempos. La división en compases es reemplazada por la división del tiempo. Cada página de la partitura está dividida de acuerdo con un diagrama gráfico que organiza la música en sectores de tiempo que, a su vez, determinan en segundos exactos el principio, la duración y el final de cada fragmento dado. Las relaciones mutuas entre instrumentos o grupos de instrumentos no son decididas por la cuenta de descansos, sino a través de una sección longitudinal gráfica de la partitura. Sólo se ve la música que se toca, no hay símbolos superfluos; esto permite mayor concentración al director y los instrumentistas, porque en el texto sólo ven lo que sí están tocando.
Sólo una vez en mi vida tuve la oportunidad de ver en persona al gran músico y ser humano Krzysztof Penderecki: esto fue en febrero de 1974. Él contaba en ese momento con 40 años de vida, estaba en la plenitud de su creatividad y era todo un héroe de la contracultura por su forma de luchar contra el estalinismo y a favor de la teología de la liberación, yo tenía 21 años. Penderecki vino esa vez a México para el estreno, por parte de la Orquesta Sinfónica Nacional, de La pasión según san Lucas, dirigida por Jerzy Katlewicz, en Bellas Artes. Al concluir la ejecución de esa obra con una duración de hora y media, una ejecución en todo conmovedora y al mismo tiempo reflexiva y crítica, apareció en el escenario el compositor mismo, pues él había supervisado los ensayos. Nos pusimos de pie de inmediato y le aplaudimos por no sé cuántos minutos, era como ver en persona a Stravinsky o a Beethoven. No lo puedo olvidar. Él sonreía y agradecía el aplauso, trataba de leer la recepción de su obra. Yo quedé convencido de que la música es mi mejor idea de lo divino del universo; entonces yo era todavía católico, ahora soy ateo y siento lo mismo. La música es para mí lo más sagrado, es el arte que tiene el nombre mismo de Ella La(s) Musa(s), tal como me lo enseñó para siempre el maestro Miguel García Mora.
NTX/LF/SM/VRP/JC
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