ORACIÓN FÚNEBRE PARA UN AMIGO

 

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

Acostumbrados a escuchar elegías para los próceres, olvidamos reconocer las hazañas cotidianas, las de nuestra vida diaria, las nuestras. 

Agobiados por la pandemia mundial, en el cementerio de una población rural limítrofe entre Jalisco y Michoacán, alguien -a quien mucho agradezco- leyó en mi nombre el texto siguiente. 

Señoras y señores:

Hoy se cumple la voluntad del señor ingeniero don J. Jesús Romero Conchas de regresar a su tierra. Para quedarse, para siempre, donde nació: en San Jerónimo, municipio de Ayotlán, Jalisco.

Su esposa -doña María Teresa González Pérez- y sus hijos -Paty, Mónica y Emilio- han respetado y han cumplido esa voluntad.

El señor ingeniero don Jesús Romero Conchas, en primer lugar, fue todo un señor.

Un señor que formó una familia y estuvo dedicado a su familia. 

Murió precisamente como consecuencia de un momento de dedicación a su casa, a su familia, en su casa.

Murió como vivió, trabajando. 

Fue un hombre de trabajo y de estudio. 

Es el ejemplo que le deja a sus hijos y a sus nietos.

Cuando fue joven, muy joven -como muchos otros jóvenes de México y del mundo- salió a buscar su vida a la capital de su país.

Ahí estudio y se convirtió en ingeniero; uno de esos profesionistas que construyen carreteras, puentes y aeropuertos.

A eso estuvo dedicado muchos años, como ingeniero en una de las empresas constructoras más importantes del país. En su momento, la más importante. Y él trabajó ahí.

Después puso su propio negocio y siguió trabajando, hasta el último día en que pudo hacerlo.

El señor ingeniero don Jesús Romero Conchas se ganó a pulso la palabra DON.

El DON es una palabra al mismo tiempo afectuosa y de reconocimiento.

Para mí siempre fue y siempre será DON CHUCHO, por afecto y por reconocimiento.

Como suele suceder, nos conocimos en la tarde de nuestras vidas; cuando los dos tuvimos la fortuna de compartir la felicidad de cargar a un nieto, al mismo nieto, al mismo tiempo -como aquella tarde en que atravesamos la explanada enfrente de la iglesia virreinal de Tepotzotlán, buscando un restaurant para comer con la familia-.

Gracias a don Chucho y a doña Tere, mi esposa, nuestros hijos y yo conocimos San Jerónimo, paseamos por sus calles, visitamos su iglesia, disfrutamos su casa.

Formal y materialmente integramos una familia ampliada.

Pero, además, nos hicimos amigos, muy buenos amigos.

Lo recuerdo siempre contento, alegre, sonriente.

Tenía muchas cosas de qué estar contento, entre otras, por haber nacido en Jalisco.

Tal vez, también, por eso le gustaba cantar. 

Y a nosotros nos gustaba escucharlo.

Lo vamos a seguir escuchando, porque -además de cantar para su familia y para sus amigos- grabó varios discos; por puro gusto y para nuestro gusto.

La vida de don Chucho fue una vida plena, llena de realizaciones y muy afortunada. Nació aquí, tan cerca de las aguas termales.

Su papá y su mamá nacieron y vivieron en San Jerónimo. También doña Tere.

Don Chucho tuvo, además, la suerte de tener hermanos y hermanas:

Guadalupe, Antonio, David, Alicia, Mercedes, Eustolia, Dulce, Beatriz -y Juan, que ya también se adelantó-.

Por eso regresaba cada que podía a San Jerónimo y por eso construyó aquí su casa.

Por eso él quiso estar hoy aquí, cobijado por la tierra de San Jerónimo y rodeado de su familia.

Hoy, se cumple su última voluntad y se cumple la ley de la vida.

Sus familiares y sus amigos lo despedimos dándole gracias a Dios por haberlo tenido.

MUCHAS GRACIAS TAMBIÉN A USTED, DON CHUCHO, POR HABER SIDO COMO USTED FUE.

SU EJEMPLO LO SIGUEN SUS HIJOS Y LO VAN A SEGUIR TAMBIÉN SUS NIETOS. 

Usted puede partir tranquilo, satisfecho y orgulloso.

Muchas gracias, don Chucho.

Descanse en paz.

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