López Obrador se gusta tres años después de su triunfo

La noche del 1 de julio de 2018, Andrés Manuel López Obrador irrumpió con una victoria sin precedentes y el sistema político mexicano saltaba por los aires al no ganar ninguno de los partidos que tradicionalmente habían gobernado el país, el PRI y la derecha del PAN. Por primera vez un candidato curtido en la calle más que en las instituciones miraba a la izquierda y llegaba al poder del país de habla hispana más grande del mundo, la segunda economía de América Latina.

A sus 64 años López Obrador había logrado convencer a millones de nuevos votantes principalmente de las clases medias y del norte del país, que hasta ese domingo le habían dado la espalda, elevando su techo. Con más de 30 millones de votos (Peña Nieto había logrado 19 millones) López Obrador se convertía en el presidente con mayor respaldo de la historia de México blandiendo una palabra ajena a la vida política: “esperanza”. Con el paso de los años el término que lo impregnaba todo ha dado paso a un estado agridulce donde la palabra “polarización” domina el discurso. El propio López Obrador, durante un mensaje al país a modo de balance, bajó sus expectativas e hizo un repaso de mínimos: “No estamos en los primeros lugares de mortalidad por covid”, “no ha habido masacres”, “no ha habido devaluación del peso”. La “esperanza” daba paso al “podríamos estar peor”.

Con este argumento, López Obrador, renunció este jueves a las dos horas diarias de rueda de prensa y lo cambió por un discurso de 65 minutos acompañado de algunos de sus ministros.

No es posible hacer un balance de su gestión sin el impacto de la pandemia que ha dominado todo en el último año y medio. López Obrador defendió haber hecho “todo lo humanamente posible”. “No dudamos en enviar recursos y rescatamos un sistema de salud en ruinas. Se contrataron 70.000 médicos y se logró que ningún enfermo se quedara sin una cama. Me limito a decir que nuestro país no está en los primeros lugares en mortalidad por covid”, dijo.

En el aspecto económico, después de una caída del 8,5%, el mandatario dijo que “el turismo e industria están en franca recuperación y la economía crecerá al 6%”. Sobre uno de los puntos fuertes de su gestión, el control de las cuentas públicas, señaló que “no aumentó la deuda pública, el peso no se ha devaluado y el salario mínimo subió un 44%, algo que no sucedía desde hace 36 años”. Según los datos del mandatario: “La inflación se mantiene estable, la tasa de interés se redujo un 3,75% y las reservas de Banco de México aumentaron casi un 10%”. De acuerdo a sus cifras durante la pandemia se perdieron 1,5 millones de empleos, “pero se han recuperado casi un millón”. Uno de los aplausos que le brindó su equipo estuvo dedicado a los migrantes, que han enviado el año pasado más dinero que nunca y que es el aceite que engrasa la economía.

Según López Obrador durante la pandemia se evitó una de las imágenes más temidas para un líder de izquierdas, el asalto a comercios de una población desesperada con un 70% de personas trabajando en la informalidad y que vivieron un año de cierre parcial. “No hubo vandalismo por hambre, ni asalto a comercios y hay gobernabilidad”, dijo con la sensación de que lo peor había pasado.

Sobre la violencia, que ha hecho que el país viva una cifra récord de homicidios, casi 100 diarios, por las matanzas de los cárteles de la droga, López obrador insistió en que “hemos avanzado a pesar del problema que heredamos”. “Ya estaban integradas los grupos delictivos cuando llegamos”, dijo levantando la cabeza del discurso. “No se han creado nuevos grupos en estos dos años y medio. Estamos combatiendo a carteles como el de Jalisco o Guanajuato, pero sin declararles la guerra porque la violencia no se puede enfrentar con violencia. Estamos llevando a cabo un combate más humano y efectivo.

Atendiendo a los jóvenes para que no tenga que integrarse a los carteles”, De todas formas, dijo volviendo al papel, “los homicidios han bajado 2%”, señaló en referencia a una cifra que se ve rebasada cada día por los informes oficiales y las portadas de prensa que dan cuenta de un sangriento panorama. El repaso de éxitos contrasta con las alarmantes cifras de asesinatos y feminicidios, que alcanzaron máximos históricos, mientras los cárteles de la droga extienden su poder ante el tibio desempeño de la Guardia Nacional. De todo esto López Obrador acusó a la oposición con lenguaje ambiguo que tan bien domina. En la misma frase celebraba su legítimo derecho a oponerse a él con calificativos como “racistas y clasistas”.

En el grupo de quienes se oponen a él López Obrador situó “dueños de medios de comunicación, intelectuales de derecha, dirigente de la llamada sociedad civil y políticos del antiguo régimen”. Según él, todos ellos recurrieron a la guerra sucia, pero no lograron su propósito durante las pasadas elecciones del 6 de junio. “Nosotros ganamos en 186 de los 300 distritos en disputa y los conservadores 107”. “La bancada a nuestro favor tendrá una cómoda mayoría y ya contamos con la seguridad de que será aprobado el presupuesto y ya no podrán detener las ayudas a los pobres como pretendían (…) porque los conservadores son clasistas, racistas e hipócritas. Los ricos y los poderosos ni sienten ni procuran ayudar a los pobres”, recalcó.

La popularidad de López Obrador, que ronda el 58% de aprobación, según la consultora Mitofsky, alto para un mandatario en su tercer año de gobierno. Durante este tiempo ha alternado la propaganda institucional desde Palacio Nacional, con más de 800 horas de ruedas de prensa y decenas de mítines en las regiones más apartadas del país. Paralelamente, la oposición, sin liderazgo ni nombres de peso en el horizonte, aún no se recupera del golpe electoral de 2018. Las divisiones internas del PRI le hicieron perder en las elecciones de junio todos los gobiernos locales y el poder territorial que antaño dominaba. Por su parte, el PAN está desdibujado y Ricardo Anaya, el candidato derrotado por López obrador por más de 17 millones de votos, prepara su candidatura imitando las giras del mandatario por todo el país, aunque tiene más éxito en los memes que en las columnas de opinión.

López Obrador no presumió esta vez de algunos símbolos que por surrealistas retratan su gestión, como la venta del avión presidencial que nadie ha querido comprar mientras sangra las finanzas públicas guardado en un hangar. Oyendo en primera fila el discurso de López Obrador estaba este jueves Claudia Sheinbaum, la alcaldesa de la capital, quien pidió un día sin empleo y sueldo para poder asistir al acto. Otros símbolos menos ruidosos también habían entrado en Palacio Nacional.

Vía | El País

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