Libertad de expresión sin libertad

 

Joel Hernández Santiago

 

Hay una especie de aroma dañino en el ambiente social de México. Una especie de persecución y confrontación estimulada que hace que se polaricen puntos de vista y se defiendan o descalifiquen  causas de unos u otros espectros políticos. 

 

La manera de hacerlo sube cada vez más de tono y los adjetivos son brutales o hasta extremos. La exhibición de virtudes o defectos están a la vista, sin ton ni son, todo en nombre de un ideal de gobierno, o en nombre del incumplimiento de ese ideal: dos partes que esencialmente son muchas, porque hay muchos puntos de vista respecto de lo que pasa y lo que ocurre hoy en México en política, gobierno, administración, justicia…   

 

Es una manera ya no tan silenciosa de refutar de palabra y obra a los periodistas, analistas, columnistas, comentaristas, editores y en general gente de medios de comunicación que informan y argumentan lo que consideran que es el gobierno de la Cuarta Transformación. 

 

Para la descalificación al periodismo crítico, que es parte de toda vida democrática en cualquier lugar, las frases más recurrentes de estos defensores del régimen es la de “Ya se les acabó el chayo”; “Ya no es lo mismo que antes”; “Ya se les acabaron los privilegios”; “Ya se les acabó la lana”; “corrupto”; “mentiroso”… y tanto más dentro del catálogo que utilizan las empresas que se ocupan de dar respuestas a esas críticas mediante nombres grotescamente falsos y mediante la utilización de lugares comunes.  

 

Estos equipos de contestadores están por todos lados y está en su tarea estar atentos a lo que se dice o se escribe, monitorean y tienen palabras para descalificar, para agredir, para azuzar y para acusar de “ardidos” o, a la manera echeverrista: “emisarios del pasado”. 

 

Esto hace una especie de guerra entre los que se supone con voluntad propia para ser parte, a rajatabla, de un proyecto de nación, como es la 4-T y quienes no ven en ésta 4-T avances para encontrar soluciones al desajuste económico, pobreza, legalidad, impunidad, salud, educación, inseguridad… y todo aquello a lo que Samuel Ramos llamó: “Los grandes problemas nacionales”.

 

Y ocurre que de un tiempo a esta parte quienes se ocupan de coordinar con recursos públicos lo que debe ser la información clara, sencilla, verdadera, justa, necesaria, objetiva y legalmente obligada, como es el derecho a la información; también deciden vida profesional o no de algunos periodistas que se “atreven” a hacer observaciones distintas al tono oficial; ese tono oficial que tanto le gusta a todo gobierno, en todos lados. 

 

Pero en nuestro caso mexicano, esto ha llevado a que de unos meses a la fecha, periodistas de distintos medios tuvieran que dejar sus fuentes de trabajo y de información por exigencias supremas a los dueños de medios, o concesionarios de ellos. Algunos de ellos débiles o más interesados en sus pautas de utilidad financiera, ciertamente.  

 

Así que de pronto desaparecen figuras que antes eran aplaudidas por ser críticas a los gobiernos “de antes” y que hoy lo son de la 4-T. 

 

El problema radica en la forma de entenderse con estos medios. En realidad quienes operan la comunicación oficial olvidan que toda democracia se nutre de observaciones críticas de distinta coloratura ideológica o de distinto talante.

 

… Que estas observaciones críticas que provienen del buen criterio y de la buena información y el análisis serio, lleva una carga importante de propuesta. Una proposición muy decorosa que conduce a que el gobierno pudiera nutrirse de observaciones diferentes, que son el pulso de una sociedad y que son aportes, más que confronta. 

 

(Es cierto que en ocasiones la crítica al poder público proviene de intereses particulares; de uno y otro lado. Pero cuando es así, se anula a sí misma y se descalifica porque su interés final no es de la comunidad, o nación, y sí es el que nutre su propia indignidad. Hay estas excepciones, sí, pero no es la generalidad ni la mayoría…]

 

El hecho central es que cuando se habilita a personajes o se  crean grupos de choque frente a la información que proviene de la seriedad y el rigor periodístico, o a la reflexión y análisis que sustenta y propone, se están cometiendo gravísimos errores.

 

El primero de ellos es intentar quitarle a la libertad de expresión la libertad. Esa que hace que un país viva, se motive, se construya, camine hacia rutas de beneficio presente y futuro, que el aire que se respira sea el fresco y suave de la democracia y la justicia en ella. 

 

Luego, se comete el gran error de cerrarse a escuchar, a conocer, a entender otros puntos de vista para tomar decisiones apropiadas que beneficien a la mayoría; no nada más a unos u otros; los buenos y los malos, los liberales o los conservadores; los chairos o fifís; los pobres o los ricos; los corruptos o incorruptos… los estás conmigo o contra mí… los “de antes” y los de “hoy”…

 

Se comete el gran error de no darse cuenta de que, de todos modos la voluntad social no radica sólo en la emisión del voto sino también en la manera como exige que se atienda a sus demandas de gobierno y gobernabilidad. De justicia social, para todos; de igualdad entre todos; de no confronta de unos y otros; de entenderse en una Nación y no en mi Nación frente a tu Nación. 

 

Dejar que fluya la crítica. Dejar que fluya la información. Dejar que predomine el diálogo y el encuentro de inteligencias hace que un país se consolide en su democracia; de otra manera no habrá gobierno que solucione el distanciamiento social producido por esa negativa; por esa venganza; por ese odio al que no piensa como él y porque con esto se crean llagas profundas que se vuelven inolvidables, también para lo electoral. 

 

joelhsantiago@gmail.com

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