LEA

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

 

En las semanas previas al “destape” del sucesor del presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), una portada de la revista semanal Siempre! -que en esa época aparecía los días jueves y era la única plural- tenía solamente esta leyenda: LEA; pero debajo de cada letra había los siguientes nombres según correspondiesen sus letras iniciales: Luis, Emilio, Alfonso, Antonio. No decía más y no necesitaba decir más. Las siglas con el nombre del “tapado”, es decir, de quien finalmente sería el candidato presidencial del partido oficial -obviamente escogido por el presidente en turno-, incluía a todos los demás señalados como posibles precandidatos -como ahora mismo sucede al interior del nuevo partido oficial, aunque se quiera “taparle el ojo al macho” con una o varias encuestas “patito” (nada más es cuestión de ver si el experimento funcionará)-. 

 

Los nombres correspondían a Emilio Martínez Manautou (secretario de la Presidencia, años después secretario de Salud y gobernador de Tamaulipas); Alfonso Corona del Rosal (general, expresidente del PRI y jefe del Departamento del Distrito Federal -hoy Ciudad de México-); y Antonio Ortiz Mena (secretario de Hacienda durante los tres sexenios del “milagro” económico mexicano mejor conocido como “desarrollo estabilizador”, después presidente del Banco Interamericano de Desarrollo). Las siglas correspondían a Luis Echeverría Álvarez, político mexicano y expresidente de México que acaba de morir a los cien años después de una larga y fecunda vida familiar -fue padre de ocho hijos- y pública.

 

En lugar de “desarrollo estabilizador” LEA se propuso lograr un “desarrollo compartido”, aderezado con un estilo personal de gobernar sustentado en su fortaleza física, que le permitía soportar extenuantes jornadas de trabajo. El sustento, a su vez, del “desarrollo compartido” fue una expansión sin precedentes en México del gasto público, gasto que finalmente provocó deuda pública, inflación y devaluación, pero que también creó instituciones, servicios públicos, empleos y crecimiento económico -sin dejar de contar la consabida corrupción siempre incuantificable y, en esa época, como ahora, también innombrable-.

 

Igualmente cuestionable y cuestionada que su gestión económica resultó su forma de ejercer el control político. De todos es conocido que siendo secretario de Gobernación del presidente Díaz Ordaz, le tocó enfrentar el Movimiento Estudiantil de 1968 y participar en el conjunto de decisiones que condujeron a la matanza de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968. Otro episodio semejante ocurrió siendo ya LEA presidente de la república, una nueva matanza de estudiantes el 10 de junio de 1971. La prensa nacional que con motivo del fallecimiento de LEA ahora exhuma del olvido esas etapas -aunque cada año miles de manifestantes también-, recuerda igualmente otros episodios de violencia, aunque estos otros fueron para enfrentar a grupos armados; episodios éstos a los que los opositores políticos del entonces partido oficial -que ahora encabeza el actual presidente de la república- han llamado “la guerra sucia” -la “guerra limpia” es la de los suyos, obviamente-. 

 

El primer gobierno de alternancia -encabezado por el presidente Vicente Fox- abrió una investigación sobre esos sucesos trágicos, lamentables y que nunca deberían repetirse -aunque, en otro contexto, ahora son superados exponencialmente por cuanto al número de muertos se refiere-. LEA fue entonces llamado a declarar y sometido a arresto domiciliario, por razón de su edad y por su presunta responsabilidad en esos hechos. En estos días posteriores al fallecimiento de LEA, quien fuera su abogado defensor ha señalado y vuelto a señalar que LEA fue exonerado de dichos cargos pues no se le pudo probar nada que lo inculpara. La verdad legal es esa y la verdad histórica es la que el propio LEA trató de construir y sobre la que ahora -y desde antes-  muchas gentes tratamos de escudriñar.

 

La cuestión económica pudo ser enfrentada con éxito por el siguiente gobierno y presidente -José López Portillo, amigo de juventud de LEA- gracias al descubrimiento de ricos yacimientos petroleros. El nuevo presidente dijo que los mexicanos deberíamos prepararnos para “administrar la abundancia”. Aunque ésta duró muy poco pues pronto hubo nuevos descubrimientos petroleros en otras partes del mundo, con la consecuente caída de los precios del petróleo y el incremento de la deuda pública acumulada y de la contraída durante el auge petrolero para compartir la abundancia con más instituciones, servicios públicos, empleos y crecimiento económico -sin dejar de contar la consabida corrupción siempre incuantificable y, en esa época, como ahora, también innombrable-.

 

El caso es que el periodo de los gobiernos de LEA y JLP fueron llamados “la docena trágica” -en México, se conoce como la Decena Trágica una sublevación militar que culminó con el asesinato del presidente y del vicepresidente-; de la cual, ciertamente, LEA es responsable directo de la mitad de la docena –pues afirmó que la secretaría de Hacienda se dirigía desde Los Pinos (la residencia presidencial)-, aunque también por haber hecho presidente de la república al responsable de la otra mitad. 

 

En realidad, ambos presidentes representan el final de una etapa en la que el orden y el progreso, crecimiento y desarrollo, se identificaban con la Constitución y la ley -por eso los presidentes eran abogados, sin experiencia en Economía y Finanzas Públicas-, para pasar finalmente a una siguiente etapa donde la secretaría de Hacienda y el Banco de México serían dirigidos desde la secretaría de Hacienda y el Banco de México, mediante una burocracia tecnocrática empoderada por la presión de los países y organismos acreedores de nuestras deudas -poco importa que el presidente de la transición a los presidentes con profesión de economistas (Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo) haya sido abogado (Miguel de la Madrid), pues de cualquier forma con éste se inicia el viraje a la política económica cuyo punto culminante es el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (recientemente renovado y ratificado por el presidente en funciones)-. Por cierto, habrá que ver en que terminan estos años en los que el presidente quiere dirigir nuevamente las finanzas desde su oficina, por lo que ya lleva tres secretarios de Hacienda cuando está en su cuarto año de gobierno.

 

Pero si la política económica nacional está definida por una serie de factores como son la “ideología revolucionaria” -cualquiera que ésta sea, pero la del momento de que se trate es la que cuenta-, el capricho presidencial (con sus luces y sombras), la siguiente elección o las presiones internacionales, resulta necesario atisbar también en los factores que condicionan o determinan el estilo personal de gobernar de cada presidente por cuanto a control político se refiere -a veces autoritario y otras veces más autoritario, muy pocas veces democrático-. 

 

GDO y LEA, responsables políticos de los momentos de mayor represión violenta durante los gobiernos mexicanos civiles recientes actuaron en la época de la Guerra Fría, que no tenía nada de fría. La Unión Soviética tenía en Cuba, Fidel Castro y Ernesto Guevara un elemento desestabilizador muy efectivo -sus partidarios le llaman “revolucionario”, nunca desestabilizador- en contra de los diferentes gobiernos latinoamericanos nativos. Uno y otro gobierno federal mexicano -incluido el actual, en su propio contexto- hicieron -y sigue haciendo, el actual- piruetas en la política internacional para evitar el contagio del Castrismo y del Guevarismo -el Ché sigue siendo una leyenda y no tan urbana-. Pero también para preservar soberanía -cualquier cosa que esto signifique actualmente en un mundo globalizado- e identidad nacionales, aunque sobre todo para perpetuarse en el poder los grupos gobernantes -todos lo intentan y pocos lo logran-, sin gente que les dispute el poder, los estorbe o los critique -frente a éstos solo cambian sus procedimientos disuasivos-. Vicente Fox, por ejemplo, mejor le dijo a Fidel Castro “comes y te vas” -conversación que Castro tuvo el cuidado de grabar y luego difundir-, pues tampoco podía decirle “eres un dictador asesino que tienes sumido a tu pueblo en la miseria y no te cansas de querer exportar tu modelo a todo el Continente” -aunque esto y nada más es lo que fue Fidel Castro-.

 

Respecto a la personalidad de LEA han surgido en estos días abundantes testimonios que dejan constancia de su calidad multifacética. Antiguos colaboradores suyos han expresado públicamente su admiración, su respeto y han hecho referencias puntuales de sus aportaciones en obras y servicios públicos. Otros testimonios de personas menos cercanas a su entorno cotidiano pero que lo trataron, dan cuenta de su capacidad personal de seducción mediante un hábil aprovechamiento del embrujo de su imagen y de sus múltiples capacidades innatas y adquiridas, esto es, un profesional de la política -lo que no es poco decir y que necesariamente lo expreso como un elogio para él y quienes comparten su oficio-.

 

En estos días de autoritarismo y populismo renovados, la historia sobre LEA está todavía por escribirse para que la población que aspire a procesar dicha información la reciba y digiera descontaminada de ideología y discurso políticos, así como de simpatías o antipatías personales. Ciertamente, la objetividad e imparcialidad en el análisis histórico resulta difícil, sobre todo si de historia política se trata, pero eso no quiere decir que se tenga que abandonar de entrada el intento. Cosa distinta es que el receptor esté dispuesto a recibir esa información con todas sus envolturas contaminantes -frente a los “solovinos”, los que cobran, los fanáticos y los nuevos conversos es poco lo que se puede lograr-.

 

Ciudad de México, 17 de julio de 2022

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e Investigador. Doctor en Derecho por el Instituto Internacional del Derecho y del Estado (México) y doctor en Estudios Políticos por la Universidad de París (Francia); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas por la Universidad de Alcalá (España) y posdoctorado en Regímenes Políticos Comparados por la Universidad de Colorado, Campus Colorado Springs (EUA); autor de “Nuevo Derecho Electoral Mexicano” (Universidad Nacional Autónoma de México, Editorial Trillas); autor de los tres tomos de la colección “Formas de Gobierno y Sistemas Electorales en México” (Centro de Investigación Científica “Ing. Jorge L. Tamayo” del Sistema SEP-CONACYT); autor de dos tomos de la Enciclopedia Parlamentaria de México dedicados al estudio de los Sistemas, Legislación y Resultados Electorales (Cámara de Diputados del Congreso de la Unión); autor de “Análisis Político y Jurídico de la Justicia Electoral en México” (Escuela Libre de Derecho de Sinaloa, Editorial Tirant lo Blanch); coordinador y coautor del libro “Porfirio Díaz y el Derecho Balance Crítico” (UNAM, Cámara de Diputados); autor de los libros “Crónica de una Dictadura Esperada” y “El Presidencialismo Populista Autoritario Mexicano de Hoy ¿Prórroga, Reelección o Maximato?” (Amazon), así como de “El presidencialismo mexicano en la 4T” (Universidad de Xalapa).

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