LA LUCHA POR MANTENER EL PODER

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

 

Creo que ya he recordado en estas páginas la respuesta -una afirmación simbólica- de mi profesor en la Universidad de París I, Panteón Sorbona, Jacques Austruy -durante mi doctorado en Estudios Políticos-, a mi pregunta respecto de lo que es necesario para llegar y mantenerse en el poder. Como es posible que haya nuevos lectores de estas colaboraciones semanales prefiero repetirla porque me parece que esa respuesta no tiene desperdicio. 

 

A la pregunta ingenua, por cierto, no formulada en el salón de clases sino en su casa de campo a donde había ido a entregar nuestros trabajos de fin de curso con un compañero que tenía coche -entonces secretario de la embajada de su país y, poco tiempo después de la caída del antiguo régimen al que servía, exiliado en los Estados Unidos-, el profesor Austruy contestó de inmediato: “Tiene que ser un obsesionado sexual. No le debe importar la mujer que usted tenga en sus brazos, sino la siguiente”. Desde luego que la respuesta no podía ser literal, sino simbólica. Entendí entonces que la única posibilidad de llegar al poder y mantenerlo es tener la ambición de lograrlo. 

 

Tal vez es por ello que nunca he tenido la menor duda de que esa ambición le debe sobrar al presidente de una república, más aún si ésta es una república imperial, por ejemplo, como la nuestra. Y no solo al actual, desde luego, sino también desde antes, por lo que esto incluye a los que pretendan obtener ese cargo con todo y gobierno dividido en una democracia plural de a deveras o en proceso de formación, u otro cargo parecido -pero también en un escenario democrático-, aunque sea de menor jerarquía, remuneración y presupuesto disponible -gobernador, por ejemplo, o presidente municipal-. Por fortuna, siempre se podrá suscribir la afirmación simbólica de mi profesor -como la interpreté entonces y hasta la fecha-, diciendo que, en efecto, se tiene la ambición, pero de servir. Desde luego que, también, tranquilamente le puede uno quitar el adjetivo, pues ¿qué empresa u objetivo o meta es posible alcanzar si no se tiene la firme convicción de lograrlo?

 

Bueno, pues dicen los que han estudiado estas cosas de la política que el que vino a salvar el asunto de la lucha por el poder de toda condena moral fue Nicolás Maquiavelo; aunque supongo que se refieren no a su búsqueda y ejercicio, sino a su estudio -el estudio académico de la lucha por el poder donde quiera que éste se encuentre, pero particularmente el poder político al interior de los estados nacionales-. Puesto que, a mi juicio, a todas luces hay no solo en la lucha por el poder sino en todo el manejo de los asuntos públicos una valoración ética de la forma como se realiza. La ética pública, o sea la que esperamos en el comportamiento de los personajes públicos, es muy sencilla de explicar: que respeten las reglas del juego que ellos mismos se han dado y que de paso nos exigen cumplir a sus gobernados o administrados o correligionarios bajo amenaza de sanción.

 

Como dirigente partidista y líder de oposición durante varios años, el actual presidente de la república contribuyó con sus aportaciones y exigencias a definir, actualizar y cambiar cuantas veces fue necesario las reglas de juego en la lucha por el poder; contribución que al mismo tiempo implicaba su lucha personal por el poder, primero al interior de los partidos políticos en los que militó, y después por la presidencia de la república. Sostengo, desde luego, que la lucha por el diseño y rediseño de dichas reglas de acceso al poder nunca fueron para él un fin en sí mismo sino una estrategia más en su lucha por llegar al poder. No es que yo sea adivino, simplemente trato de ser observador.

 

Me acerco a una afirmación que puede parecer temeraria, pero que es fácilmente comprobable con solo leer los periódicos cotidianos, única fuente de las informaciones que aquí comento -junto con la obtenida en los libros que he leído y subrayado-. Quiero decir que nuestro presidente nunca ha sido un demócrata, sino que solo ha utilizado las reglas del juego democrático para llegar al poder. Y ahora que ya está en el poder presidencial, tiene suficiente poder como para sentirse exento de cumplirlas e inmune en caso de no cumplirlas. No esperemos entonces que observe los rituales democráticos conforme a la liturgia.

 

Concluyo estas reflexiones o elucubraciones o conclusiones semanales de lo que observo en la semana, o como usted prefiera llamarles -todo depende del cristal con que se mire-, para comprobar mis anteriores afirmaciones temerarias con una noticia que no debería ser noticia, pues amenaza con convertirse en parte de la nueva “normalidad democrática”. Me refiero, desde luego, a lo que algunos llaman la “sucesión adelantada”. Por mi parte, como ya lo he escrito y vuelto a escribir, solo se trata de una estrategia más para mantener el poder. Un acto de ilusionismo para distraer a quienes deseen ser distraídos sobre la falta de solución, o de medidas pertinentes para alcanzar algún día la solución, de los grandes problemas nacionales.

 

El domingo pasado hubo en la ciudad de Toluca algo que muchos insisten en condenar como un acto anticipado de campaña presidencial sancionado por la ley. El partido ahora gobernante organizó un acarreo masivo de gente proveniente de varias partes del país -según narran los periódicos- para dar a conocer a tres de los personajes políticos a quienes el presidente de la república ha presentado por los diversos medios y formas a su alcance -que son muchos- como precandidatos a su sucesión. A veces agrega -u omite- otros nombres de su propio partido y gabinete presidencial; en estos días los ha vuelto a mencionar a varios, pero tuvo el buen cuidado de que no apareciesen en el estrado montado el domingo para placear a los precandidatos oficiales, designados por él desde luego, ¿por quién más? ¿a usted le preguntaron?

 

Por mi parte, sigo pensando lo mismo: prórroga, reelección o Maximato. Si un líder opositor que desde siempre denunció la militarización del combate al crimen organizado, cuando llega al poder presidencial lleva a cabo una abierta militarización de numerosos espacios públicos, y su mayoría legislativa los cubre de “legalidad” con reformas a todas luces inconstitucionales que dan nuevas atribuciones a los militares; lo único que se puede constatar es que el presidente de la república agrega a sus facultades metaconstitucionales las de una alianza política con los militares sellada con presupuesto público.

 

Nadie o muy pocos dudan de los altos niveles de popularidad del presidente de la república, como consecuencia directa de la derrama económica entre un electorado vuelto cautivo a partir de los programas sociales. Los que saben de estos temas comparan esos niveles de popularidad presidencial con los de otros presidentes a las mismas alturas de sus respectivos sexenios, dicen que son niveles parecidos. A mí me parece que esos resultados pueden estar “cuchareados” a favor del presidente en turno, el que fuese. Pero cuchareadas o no esas encuestas, el presidente tiene ya el control político institucional directo -el indirecto ya lo he descrito antes, la semana pasada o antepasada- en 22 estados de la república; 20 donde gobierna un ejecutivo local surgido de su partido, y dos más donde el gobernador salió de sus partidos aliados. Desde luego que todos los del partido oficial seleccionados mediante el infalible método de encuestas; otra manera de decir, y demostrar, que no es necesario que la gente vote para elegir a sus gobernantes.

 

Esta semana, también, el frente externo mostró sus alcances y beneficios con la reunión en Los Ángeles, California, a la que el presidente de la república se negó a asistir con el pretexto de que tres dictadores latinoamericanos de prosapia no habían sido invitados nada más por ser dictadores. Cuando el río suena es que agua lleva, Dime con quién andas y te diré quién eres. Eso de defender a capa y espada a dictadores de fama mundial a todas luces es una mala señal, a lo mejor una premonición o una traición del subconsciente. El caso es que el presidente no asistió a esa reunión interamericana, aunque había cosas muy importantes que tratar, particularmente en el aspecto migratorio. Desde luego que las conclusiones y declaraciones de esas reuniones diplomáticas están pactadas y redactadas de antemano. Pero, insisto, sobre todo en el aspecto migratorio, una actitud presidencial distinta frente a la reunión hubiera contribuido a beneficiar a los paisanos que viven del otro lado, y a los que reciben el dinero que envían a los de este otro lado.

 

El presidencialismo mexicano autoritario ahora abiertamente populista, supuestamente de izquierda, aunque con claras políticas económicas neoliberales -furiosa y permanentemente condenadas por su propio autor- que contribuyen a la estabilidad económica que todavía se mantiene -quién sabe hasta cuándo-, pero con una militarización rampante, me hace pensar en lo fácil que puede resultar que el líder carismático caiga en la tentación de reelegirse, o por lo menos de ampliar su periodo.

 

Hay emergencias nacionales o mundiales que explican o propician el surgimiento de gobiernos de salvación nacional. Desde luego que el gobierno actual para muy poco ha servido en el caso de la pandemia, por ejemplo, pues las cifras sobre nuestros primeros lugares mundiales en fallecimientos, muertes de personal médico, falta de pruebas, vacunas caducadas, saturación de hospitales, etc., etc., describen su fracaso total en eso de salvar al pueblo bueno de sus males. Pero esto nunca será obstáculo para que un ambicioso de poder mueva todas sus fichas acumuladas pacientemente para perpetuarse en la silla presidencial mientras la vida le alcance.

  1. S. Un muy querido amigo me acaba de enviar el libro de Raúl Olmos, La Casa Gris. Todo lo que revela el mayor escándalo obradorista; su lectura promete ser toda una delicia.

 

Ciudad de México, 14 de junio de 2022.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e Investigador. Doctor en Derecho por el Instituto Internacional del Derecho y del Estado (México) y doctor en Estudios Políticos por la Universidad de París (Francia); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas por la Universidad de Alcalá (España) y posdoctorado en Regímenes Políticos Comparados por la Universidad de Colorado, Campus Colorado Springs (EUA); Especialidad en Justicia Electoral por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (México); autor, entre otros, de los libros: Nuevo Derecho Electoral Mexicano (Universidad Nacional Autónoma de México, Editorial Trillas), Análisis Político y Jurídico de la Justicia Electoral en México (Escuela Libre de Derecho de Sinaloa, Editorial Tirant lo Blanch); El Presidencialismo Mexicano en la 4T (Universidad de Xalapa); coautor de los cuatro tomos de la colección Fiscalización, Transparencia y Rendición de Cuentas (Cámara de Diputados del Congreso de la Unión).

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