La grandeza mexicana. 

Joel Hernández Santiago

 

¿De qué hablamos hoy los mexicanos? En general, digo, porque cada uno dice y hace lo que piensa según su propio criterio, según su propia vida, sus aspiraciones, problemas, soluciones, felicidades o angustias. Eso está ahí, en cada uno y en cada casa… Es parte del factor humano. 

 

Pero también hay esa sicología de las masas que, según Ortega y Gasset actúa como un solo cuerpo, el cuerpo social, el mismo que actúa como uno sólo, el que reciente lo que pasa y lo que ocurre y el mismo que tiene en sus manos su propia salvación presente y futura. 

 

Somos todos en un todo social, con sus variantes y divergencias porque los mexicanos somos uno sólo en un cuerpo que es México, ese cuerpo al que dirigen sus baterías todos los políticos, funcionarios, candidatos y candidatas, aspirantes a puestos de elección popular, empresarios, academia, iglesia, grupos delincuenciales… 

 

Todos, y más, dirigen sus intereses en manejar, manipular y beneficiarse de ese único cuerpo mexicano y en el que predominamos los de a pie, los del trabajo cotidiano, los pagadores de impuestos, los que parece que no importamos porque nadie ‘ni nos ve ni nos oye’; pero sí importamos, por lo menos como capital electoral o capital de ganancia y utilidad.  

 

A este cuerpo social mexicano parece haberle caído el chahuistle en los años recientes. Como que quienes vivimos y vemos lo que ve el que vive, sabemos que hoy todo es diferente. Es difícil de entender pero cada día se vuelve más complicado entender por qué no se solucionan los grandes problemas nacionales. 

 

Muchos problemas de hoy son herencia del pasado. No todos. Mucho de aquello pudo solucionarse. Mucho pudo ser distinto si se hubieran tomado las medidas exactas de gobierno para solucionar lo grave, el problema, el conflicto, la incrustación de la maldad en el cuerpo social mexicano. Un México al que pronto se le ven ya los achaques y las enfermedades. Pero el pudo haber sido no existe. Es lo que es y es lo que hay, hoy, como resumen de años atrás y de los años recientes. 

 

Pero precisamente por todo aquello, el gobierno que ya está a punto de terminar prometió en 2018 que todo aquello iba a cambiar, que sería distinto porque –se insiste aún- “no somos iguales”, y se repite la cantaleta –ya inverosímil- para justificar incapacidades presentes, de que “esto viene de antes”, “es lo de antes”, “es resultado de lo de antes” y como por magia se saltan un sexenio protegido para acusar a Felipe Calderón (PAN) que terminó de gobernar hace más de once años… 

 

Y sí, Calderón tiene lo suyo. Es también indefendible porque fue él quien comenzó su famosa e inútil “guerra contra el crimen organizado”, en particular en su tierra michoacana; y hubo poco desarrollo social. No pudo con el paquete. Sus fuerzas políticas y de gobierno le fueron insuficientes; sus capacidades también. 

 

Vino luego el gobierno de Enrique Peña Nieto (PRI) y lo mismo, otra vuelta a la noria: Corrupción, mal gobierno, abuso, soberbia, arrogancia, desprecio por solucionar los grandes problemas nacionales, como es el de la pobreza, el de la desigualdad, el de la injusticia, el de la mala educación y salud… tanto. Creció el crimen organizado. El grupo político en el poder se enriqueció y se fue.

 

Se fue protegido porque hoy mismo y a lo largo de estos casi seis años, a ese periodo de nuestra historia no se le toca ni con la espina de una Mañanera. Seguramente hubo acuerdos protectores. Y hay una especie de resguardo velado. ¿Complicidad?

 

Pero también está por ahí, la musa Clío, la de la historia, la que no es esa tía buena que todo lo ve y todo lo perdona. Ya se verá en qué consistió ese silencio gubernamental de la 4-T para no mencionar ni defectos ni cualidades del gobierno de Peña Nieto. 

 

Pero hoy, los mexicanos tenemos temor a lo que sigue. Nuestro cuerpo social ha sido agraviado con más crueldad durante estos cinco años y más. El crimen organizado parece haberse adueñado de la vida social del país; el gobierno supone que ayuda a los mexicanos, pero en realidad ocurre lo contrario: cada día hay más violencia, más homicidios dolosos, más ejecuciones masivas, más abusos, más presencia de pandillas que dañan al desarrollo económico y social del país.

 

Pero ya se ha dicho hasta el cansancio. Pudo haberse solucionado con educación, con trabajo, con alicientes, con desarrollo productivo, con facilidades para el crecimiento individual y social. Pues no. Hoy la enorme pobreza es capital político porque se le nutre con dádivas inútiles, porque se les engolosina con regalos que son de todos, pero que les anulan como individuos y como sociedad. 

 

La economía se supone bien. O eso nos dicen. Pero lo cierto es que la gente pobre, esa que es defendida por el gobierno, es la que paga el pato con sueldos bajos que no están a la altura de los precios de los productos básicos. Tener más dinero no significa tener soluciones, sino pagar el daño estructural de gobierno en la economía doméstica. 

 

La salud está en crisis. La salud pública, digo. Se le sustrajeron recursos, como a casi todas las instancias de gobierno con responsabilidad social, para desviarlos hacia los programas insignias del gobierno 4-T: El gasto multimillonario para el Tren Maya, para el AIFA, para el Tren Transoceánico, para la refinería Dos Bocas, para la Megafarmacia: todos estos programas en crisis ya mismo.  

 

¿De qué hablamos los mexicanos afuera de nuestros diálogos mexicanos íntimos? Pues de eso, cada día, por todos lados, en todo momento se escucha la queja del crimen organizado, la queja de la violencia, la queja de la inseguridad, la queja del sin empleo (porque el empleo se ha disfrazado de ‘economía informal’), la falta de buen sistema de salud, la educación por los suelos… Tanto más.  

 

Los mexicanos no saben leer ni escribir. No saben entender lo que leen. No saben el mundo en el que viven en sus entrañas en sus esencias en su espíritu en sus honduras y en sus grandezas… 

 

Pero sí: A pesar de todo y bajo toda circunstancia, está ahí, persiste todavía la Grandeza Mexicana… Esa de la que hablaron Bernardo de Balbuena y López Velarde: Esa será nuestra única salvación.

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