GABRIEL BORIC FONT

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

 

En 1959, en Cuba, por la vía de las armas, Fidel Castro llegó al poder político. En 1961, Castro declaró el carácter socialista de la Revolución Cubana. Era la época de la Guerra Fría, consecuencia del reparto del mundo entre las dos potencias triunfadoras de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

 

Los soviéticos, a través de una economía centralmente planificada, se proponían resolver las necesidades económicas y sociales de su población. Al tiempo que, mediante el denominado centralismo democrático, a través de un partido único, trataban de solucionar, a su vez, el problema de la distribución del poder político al interior del conjunto de repúblicas socialistas que integraban la URSS.

 

Los Estados Unidos de América, por su parte, la primera cuestión la han tratado de resolver mediante la economía de mercado y, la segunda, a través de la democracia electoral de carácter liberal.

 

Ambas potencias mantuvieron durante ese periodo sus respectivas alianzas militares con los países afines a su ideología política y sistema económico. La URSS mediante el Pacto de Varsovia y los Estados Unidos de América a través del Tratado del Atlántico.

 

Cuba se convirtió entonces en el país promotor de la ideología y del sistema económico socialista en América Latina, gracias al subsidio económico y el apoyo militar recibido de la URSS. Los demás, variopintos, gobiernos latinoamericanos recibieron alguna ayuda económica norteamericana y mayor apoyo militar para someter a sus poblaciones y, algunas veces, propiciar alguna mejoría económica y social. Era necesario contrarrestar el ejemplo supuestamente redentor de la Revolución Cubana.

 

Poco tiempo después del inicio de la Revolución Cubana, en 1970, Salvador Allende Gossens, postulado por el Partido Socialista Chileno y un grupo de partidos conocido como la Unidad Popular, llegó a la presidencia de su país gracias a una muy apretada mayoría de votos populares que obligó a que fuese electo por el Congreso chileno, como lo establecía entonces la Constitución, para iniciar un gobierno socialista por la vía electoral. Por cierto, la izquierda latinoamericana, a diferencia de la europea en países industrializados, sólo tenía como vía y meta la estatización de la economía, con los resultados que en seguida veremos.

 

Chile era uno de los pocos países latinoamericanos con democracia electoral consolidada, como lo muestra el hecho, ya señalado, que la mayoría parlamentaria plural hubiese reconocido y avalado el triunfo de Salvador Allende. De tal forma que la llegada al poder por vía electoral y con un discurso socialista le asignó de manera automática un liderazgo político latinoamericano, pues las élites -sobre todo, o también, las académicas, y las políticas e ideologizadas- requieren combustible para sus diseños esperanzadores.

 

El gobierno de Salvador Allende entró en contradicción con factores reales de poder en su país al tratar de instrumentar medidas de carácter estatista en una economía de mercado, a tal grado que el propio Congreso que lo había designado solicitó al general Augusto Pinochet, jefe de las Fuerzas Armadas, que “liberase” al país de dicho gobierno.

 

Desde luego que tampoco hay que dejar de tener en cuenta la intervención del gobierno de los Estados Unidos de América, pues en el marco de la Guerra Fría ya mencionada, el conflicto social y la crisis económica detonados por las reformas de Allende, así como el ataque implícito a los intereses económicos y políticos norteamericanos, se sumaron para propiciar una polarización y confrontación que condujeron al golpe de Estado militar encabezado por el general Pinochet.

 

En un sentido totalmente contrario a las reformas de Allende, Pinochet encabezó una serie de reformas económicas del más puro carácter neoliberal, que trajo como consecuencia una reactivación económica, un apoyo social a la dictadura militar y, también, la unión de los partidos políticos en un momento impulsores y después opositores de Pinochet. El dictador militar, finalmente, fue echado del poder -aunque continuó siendo jefe de las Fuerzas Armadas- mediante un plebiscito que abrió las puertas a los llamados gobiernos de “la concertación” e inició la llamada “transición a la democracia”.

 

En virtud de dicha concertación los partidos políticos de izquierda y de centro se turnaron en el poder presidencial, mantuvieron las reformas económicas del gobierno militar, reeditaron la democracia partidista plural y mejoraron sensiblemente la situación económica de la población en general.

 

Sin embargo, desde hace poco más de una década, hubo en Chile una serie de protestas sociales supuestamente propiciadas, pero sin duda encabezadas, por estudiantes universitarios, entre los cuales se contaba Gabriel Boric Font; líder estudiantil que muy pronto se incorporó a la política práctica, por lo que llegó a ser diputado en dos ocasiones y, después, candidato presidencial triunfante. Es paradójico que el país latinoamericano con mejor desempeño económico y democrático haya conocido ahora una alternancia de élite gobernante de una magnitud que parece importante.

 

A diferencia de Allende, Boric Font sí ganó por una amplia mayoría de votos populares. Pero, además, no solo es el presidente electo con mayor número de votos en la historia de su país, sino que, también, es el primer presidente nacido después de la dictadura. Una vez que asuma las funciones de presidente, en marzo del año próximo, será el presidente en funciones más joven del mundo.

 

Se trata, pues, de un liderazgo político latinoamericano que emerge con la misma fuerza que en su momento tuvieron dirigentes socialistas tan conocidos como Fidel Castro y Salvador Allende. Como todos recordamos, Fidel Castro se mantuvo en el poder político prácticamente hasta su muerte, mismo que heredó a su hermano Raúl quien, por razones de edad y salud, lo ha heredado a su vez a un integrante de la misma élite gobernante formada por ellos. Allende, en cambio, murió durante el golpe militar.

 

El colapso económico del sistema socialista soviético trajo como consecuencia un capitalismo de Estado, en Rusia, bajo un régimen político autoritario, al igual que ha sucedido en China. Es decir, un cambio radical del sistema económico en ambos países que, en su momento, fueron la vanguardia mundial del socialismo llamado realizado, pero sin modificar la hegemonía del partido gobernante y de las élites respectivas.

 

Cuba, por su parte, ha mantenido su ideología política, su sistema económico centralizado y su régimen político autoritario gracias, entre otras razones, al apoyo de países aliados como es el caso, actualmente, de Venezuela y también de México. La penuria económica permanente del pueblo cubano -que ha vivido la experiencia socialista durante sesenta años- ha reducido la influencia ideológica del modelo socialista cubano y, también, desde luego, la “exportación” de la vía armada a los países latinoamericanos.

 

En 1981, el Partido Socialista Francés, encabezado por Francios Mitterrand, llegó al poder presidencial por la vía electoral, al que ha regresado por la misma vía. En 1982, el Partido Socialista Español, encabezado por Felipe González, también llegó al poder al que, también, ha regresado por la misma vía -tal vez porque su mayor mérito haya sido el ingreso de España a la Unión Europea-.

 

Cabe recordar que para la ideología y el discurso oficiales de tipo soviético, en la época de la Guerra Fría, personajes como Mitterrand, González y Allende -o, ahora, Boric- eran calificados y acusados de socialdemócratas, puesto que no correspondían a la reseña que la violencia es la partera de la historia y que la patria socialista solo podría ser construida por la vía revolucionaria.

 

Ciertamente, cada élite ideológica y política construye su propia versión de lo que significa para su conveniencia conceptos -pero también estrategias, vías de cambio o escenarios prospectivos- tales como “socialismo”, “democracia” o el que usted quiera identificar o recuperar. También cada élite ideológica y política construye a sus héroes y escoge a sus sátrapas.

 

He escuchado con mucha atención el discurso pronunciado el día de su victoria electoral por el joven político chileno Gabriel Boric Font. De la misma manera que antes escuché, con igual atención e interés, el discurso pronunciado por Salvador Allende en la Universidad de Guadalajara, durante su vista a México. Pero, desde luego, ahora, con mucho mayor análisis de mi parte y con algo, bastante, de escepticismo. Puesto que el contexto no permite otra cosa.

 

Ya no hay Guerra Fría, pero subsisten los enfrentamientos entre las grandes potencias mundiales. Hay una revolución tecnológica en la información y la comunicación. Ahora existe la Unión Europea y multitud de tratados de libre comercio. En Latinoamérica, el fracaso económico de Cuba y Venezuela se acerca al colapso, pero entre tanto su ideología y discurso se mantienen gracias a la dictadura. En México, una “cuarta transformación de la república” -supuestamente de izquierda pero que sustenta todavía parte de su política económica en el libre comercio- se mantiene gracias a la propaganda y el autoritarismo. En suma, los dictadores, los déspotas y los regímenes autoritarios en su conjunto pueden todavía engañar al pueblo sabio gracias a la manipulación, la propaganda y el abuso del poder estatal.

 

Sin duda que ese joven político chileno que va a ser presidente, sin haber tenido antes experiencia de gobierno más que legislativa y partidista pero no ejecutiva, tiene a su favor la ventaja de la dramática experiencia vivida por su país, como para no intentar, por ejemplo, la militarización de la administración pública o las concesiones inexplicables a sus aliados políticos o los súbitos cambios de discurso sin necesidad de explicación ni justificación o los resultados a todas luces precarios cuando no regresivos, lo mismo en la economía que en la política democrática. Su llegada al poder, pero sobre todo su ejercicio del poder, merecen un análisis cuidadoso, aunque, confieso, de mi parte, sin mayores esperanzas de grandes transformaciones por venir.

 

Ciudad de México, 28 de diciembre de 2021.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e Investigador; doctor en Estudios Políticos (Francia) y doctor en Derecho (México); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas (España) y posdoctorado en Regímenes Políticos Comparados (EUA); Especialidad en Justicia Electoral (TEPJF).

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