Final de Libertadores entre River y Boca se canceló por violencia

La final de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors se canceló hoy en medio de una jornada de violencia que incluyó agresiones a los jugadores xeneizes y operativos con gas lacrimógeno y balas de goma, así como detenciones en los alrededores del Estadio Monumental.

La Confederación Sudamericana de Futbol (Conmebol) se resistió hasta el último momento, pero la tensión y los estallidos de violencia obligaron a aceptar las decisiones de ambos clubes, que se negaban a jugar en medio de un clima plagado de miedo e incertidumbre.

El máximo organismo del futbol sudamericano decidió que el partido se jugará mañana domingo a las 17:00 horas locales (20:00 GMT) con público, y a la espera de que se refuercen los operativos de seguridad que este sábado fallaron por completo.

El caos comenzó cuando el autobús que transportaba a Boca Juniors, custodiado por policías motorizados, se acercó al Monumental y atravesó una esquina en la que miles de seguidores riverplateneses les arrojaron piedras que rompieron vidrios.

La situación se agravó cuando la Policía trató de repeler la agresión con gas lacrimógeno que entró directamente al vehículo, lo que derivó en una situación de emergencia en la que jugadores heridos se lanzaron al suelo para protegerse.

Una vez que llegaron al estadio, los jugadores boquenses tenían tos, ojos irritados y heridas en el cuerpo, por lo que fueron revisados por médicos propios y de la Conmebol mientras el entrenador de Boca, Guillermo Barros Schelotto, advertía que en esas condiciones no podían jugar.

El clima se tensó por completo, ya que el director técnico de River, Marcelo Gallardo, se solidarizó con Boca y reconoció que el partido no se podía disputar, pero Alejandro Domínguez, dirigente de la Conmebol, y Gianni Infantino, el presidente de la FIFA que vino exclusivamente a ver la final, insistían en concretar la final.

La Conmebol sólo accedió a postergarlo por escasas horas, así que el encuentro que estaba previsto para las 17:00 horas locales se retrasó primero para las 18:00 horas y después para las 19:15 horas, pero la situación afuera de la cancha se seguía agravando.

Para entonces, los jugadores Pablo Pérez y Gonzalo Lamardo ya habían sido llevados a un hospital, donde se les diagnosticaron lesiones en la córnea producto del gas lacrimógeno, y el autobús de Boca Juniors había sido secuestrado por la justicia.

Los jugadores Carlos Tévez y Fernando Gago, por su parte, dejaron un rato el vestuario para denunciar que los querían obligar a jugar aunque no había ánimo ni mínimas condiciones para salir a la cancha.

En el Estadio, 60 mil almas esperaban con paciencia, y en algunos casos con miedo, a que se definiera el futuro del partido, mientras en las redes muchos recordaban la insistencia del presidente Mauricio Macri para que la final se disputara con público visitante a pesar de los riesgos en la seguridad.

La propuesta del presidente finalmente no prosperó, pero ello no impidió que la violencia, que ya es un triste sello del futbol argentino, opacara por completo una jornada deportiva en la que, por primera vez en la historia, los dos clubes más importantes de este país iban a enfrentarse en una final de la Copa Libertadores.

En medio de la incertidumbre por la realización del partido, afuera del Monumental comenzaron las corridas de la Policía contra otros grupos que arrojaban piedras y querían colarse al estadio sin entradas, y que fueron repelidos con palazos, balas de goma y detenciones en masa.

Las fallas de los operativos de seguridad que rodearon la organización del partido tienen, además, impacto internacional, ya que demuestran graves deficiencias a sólo seis días de que decenas de jefes de Estado y de gobierno de todo el mundo se reúnan aquí en la Cumbre del G20.

Notimex

 

 

Sé el primero en comentar

Déjanos un comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


*