EMERGENCIA Y VIGENCIA DEL POPULISMO

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

 

El contenido y estrategias del populismo me parece que resulta bastante sencillo identificarlos. Basta con observar de qué manera se comportan los líderes populistas en cualquier parte del mundo, sea que con orgullo se reclamen de izquierda o que sus observadores los ubiquen como de derecha, pues los rasgos de su comportamiento se parecen bastante. Poco importa, además, si se reclaman de izquierda, aunque sus propuestas, si las tienen, para lograr el cambio que anuncian, resulten más bien de derecha. Esto no les interesa mucho porque en realidad, así como que muchas ideas muy bien establecidas para lograr dicho cambio parece que tampoco las tienen y acaso ni les preocupen; a sus bases electorales tampoco. Por cierto, en una declaración que circula en redes su antiguo asesor jurídico afirmó que el presidente Trump lo único que buscaba era publicidad para sus empresas y que nunca se imaginó que podría ganar la presidencia -no el asesor sino el propio Trump-; esto se refiere a la elección anterior a la que acaba de pasar.

 

Normalmente, los líderes populistas identifican un enemigo común en contra del cual enfilan sus baterías, pues lo acusan de todos los males habidos y por haber. Habitualmente, también, utilizan la mentira de forma sistemática para respaldar sus afirmaciones. Los franceses tienen al respecto la expresión mentir vrai, mentir con la verdad; en tanto que los europeos y los americanos -después del Brexit y de Trump- han acuñado una expresión nueva: la posverdad, que significa casi lo mismo, mentir con la verdad o decir verdades a medias, pero sin necesidad de comprobarlas. Lo que no solo resulta muy cómodo y tiene, además, una ventaja adicional, no necesitan ser probadas para quienes tienen una fe ciega en sus líderes populistas, pues les creen a ciegas.

 

De la misma manera, los populistas se colocan en la frontera entre la legalidad y la ilegalidad, para hacer suponer que son transformadores natos, es decir, revolucionarios con el valor más que suficiente para cambiar el estado de cosas que condenan; si la ley estorba, hacen a un lado la ley o la empujan un poquito. Pero, desde luego, aprovechan los derechos y las instituciones que la legalidad les aporta para realizar su lucha política, cuando apenas van en camino al poder. Claro que una vez llegados al poder no les preocupa mucho mantener o reconocer esos derechos e instituciones en el caso de sus opositores; más bien hacen lo contrario, niegan esos derechos e invaden esas instituciones para desmantelarlas y vaciar de contenido unas y otros.

 

Si tomamos como ejemplo de un populista de derecha al presidente Donald Trump, resultan sorprendente varias cosas. La primera es que a pesar de todas las mentiras que dice y que han sido puntualmente contabilizadas por medios muy autorizados, su crédito no ha disminuido, al menos entre su base electoral. El mejor ejemplo de esto es que en la elección reciente obtuvo cinco -otros dicen que ocho, pero no he podido verificar el dato- millones de votos populares más que en la elección anterior, la que sí ganó. El ex vicepresidente y futuro presidente Joe Biden obtuvo esta vez cuatro millones -aunque parece que van en aumento por el voto postal- de votos populares más que Trump. Pero si lo vemos con objetividad, aunque se trate de muchos votos, tampoco son tantos como para decir que hubo una sanción masiva a la forma de comportarse y gobernar del presidente en funciones, el populista Donald Trump -cuyas hazañas son bien conocidas-.

 

En México, en la elección presidencial pasada, el candidato triunfante -a todas luces populista-, obtuvo más votos que todos sus contrincantes juntos. Desde luego que esto no puede suceder en Estados Unidos porque el sistema de partidos políticos es bipartidista, es decir, que solo compiten dos candidatos de los dos partidos políticos tradicionales; algunas veces surgen candidatos independientes con mucho dinero para ser tres en la contienda, pero no han ganado. Como hombre de negocios y comentarista de televisión, Trump coqueteó con los dos partidos políticos de su país, demócratas y republicanos, y sus sucesivos gobiernos; finalmente se volvió militante republicano -fue un chapulín gringo, pues-. Partido que ahora habrá de liderar, si no formal sin duda sí materialmente, sea para conseguir una siguiente postulación presidencial dentro cuatro años -cuando tendrá la edad que ahora tiene Biden- o para abrir una amplia brecha a sus hijos, yernos y demás familiares, allegados y correligionarios que deseen incursionar en la política electoral americana con su apoyo personal. 

 

Ciertamente la paliza reciente que le dio Biden a Trump en el campo de los colegios electorales fue mucho mayor que en el terreno de los votos electorales -donde la vez pasada ganó Hillary Clinton-. Desde luego que es por el sistema electoral indirecto, donde a diferencia de nosotros cada estado de la Unión Americana establece derechos, instituciones y procedimientos electorales a través de sus congresos locales, algunos de los cuales tienen cámara de diputados y cámara de senadores -como alguna vez hubo en México a nivel local-. Es decir, ahí sí funciona el sistema federal, entendido como una forma de descentralización política y administrativa, y la mejor garantía de que subsista es el sistema de elección indirecta y colegios electorales. En México, en cambio, la administración electoral ha quedado centralizada en manos del Instituto Nacional Electoral; en tanto que, desde hace poco, a los magistrados electorales locales, de cada estado de la república y de la Ciudad de México, los designa la Cámara de Senadores, ya no el congreso local. Por eso -pura imitación extrapolada- leo a un analista mexicano tras otro proponiendo la elección popular directa en la elección presidencial americana, desde luego que ahí nadie les va a hacer caso. 

 

Por lo que he empezado a exponer, sucede que el líder populista se reclama el intérprete más fiel de los sentimientos del pueblo, por lo que resulta algo así como su vocero y su más seguro servidor. Y como el pueblo nunca se equivoca, el líder que lo dirige e interpreta, por razón natural, tampoco puede equivocarse, puesto que se alimenta de la sabiduría popular y solo trata de servir al pueblo. Así es que el pueblo le cree, vota por él, sale a las calles a defender al líder populista y lo defiende en todas las trincheras habidas y por haber, hasta en las discusiones familiares -lo digo en serio, me consta y seguramente a usted también-. De tal forma que cuando el líder populista dice que ganó las elecciones, no puede haber ninguna duda, ganó las elecciones. Sucede ahora con Trump, pero en 2006 AMLO lo afirmó, tomó las calles -avenida Juárez y Paseo de la Reforma- e incluso rindió protesta en el zócalo de la CDMX como presidente legítimo.

 

Sin duda eso de decir que el candidato populista ganó, aunque no haya ganado, es una estrategia que más tarde o más temprano le da muy buenos resultados al líder populista. En primer lugar, lo mantiene vigente como líder político de oposición, pero, sobre todo, le permite deslegitimar al gobernante triunfante, cuya actividad buscará bloquear, entorpecer y criticar; justamente como hará Trump en los próximos años y como hizo AMLO en los años anteriores a su triunfo electoral. La verdad es que esta victoria electoral le va a salir muy cara a Joe Biden, pues el populismo de Trump se la va a cobrar todos los días de su administración. Y habrá más de setenta millones de votantes de Trump que creerán todo lo que éste diga en contra de Biden.

 

¿Por qué puede suceder esto que parece absurdo?, es decir, que un gobernante populista logre tanta credibilidad sin merecerla. De una parte, gracias a la penetración de los medios de comunicación -casi todo mundo tiene un teléfono celular, no se diga una televisión en su casa-. Pero, también, gracias a la libertad de prensa de las sociedades democráticas, hábilmente aprovechada por los populistas; aunque cuando llegan al poder lo primero que hagan sea atacar a la prensa, a la libertad de prensa y a quienes la ejercen. De otra parte, gracias a la permanencia de los grandes problemas nacionales, particularmente el primero de ellos, la enorme desigualdad social. Así es que le resulta muy fácil mantener un discurso de odio, de división, de polarización, que de manera automática beneficia al líder populista, más aún si éste ya llegó al poder estatal. Hay que añadir las promesas incumplidas de los gobiernos anteriores -poco importa que en buena medida hayan sido incumplidas gracias al sabotaje del opositor populista-, pero sobre todo sus errores, más aún si se trata de hechos de corrupción; son sabiamente explotados por los populistas, aunque sean tan corruptos como aquellos a los que condenan.

 

La última paradoja que trataré de explicar es que el líder populista gobernante mantenga credibilidad y aceptación a pesar de tener errores graves en su gestión de gobierno. Desde luego que sus errores los presenta como consecuencia de la herencia dejada por los anteriores -a veces puede ser cierto, a veces no, pero poco importa pues de todos modos lo repiten sus creyentes-. Lo que sucede es que el líder populista se beneficia de la sinergia de los factores anteriores -desencanto del electorado, libertad de prensa, división y polarización social, acceso masivo a los medios de comunicación del líder populista y bloqueo de esos medios a sus opositores si ya está en el gobierno, etc.-.

 

Esto es posible porque el electorado, sobre todo cuando su formación escolar apenas alcanza los niveles básicos -somos un país de segundo de secundaria, en promedio-, funciona a partir de símbolos y no de datos duros; por lo que reacciona sentimentalmente, no analiza críticamente. Menos aún, el elector promedio puede tener una cultura política democrática de respeto a la diferencia, de tolerancia a quienes piensan diferente y de análisis objetivo de opciones alternativas.

 

En el caso de la derrota de Trump, tal vez hubo en esta elección un segmento del electorado promedio que optó por el análisis de datos duros -particularmente en el caso del combate a la pandemia, que al parecer pesó mucho- más que por la simpatía personal hacia el junior septuagenario. En el caso de México, para la orientación del elector promedio, además de la forma como se ha combatido la pandemia por el ejecutivo federal, hay muchos otros datos duros que, a pesar de la polarización, el elector creyente del populismo gobernante tendrá que evaluar antes de emitir su voto el año que entra. En redes sociales acabo de leer un listado de cincuenta datos duros que el simpatizante más fiel difícilmente puede rebatir o, incluso, consentir. Pero en eso de la política hay que recordar que se trata del arte de hacer creer, y los que son más hábiles para hacer creer lo que dicen son los populistas; más aún si tienen un micrófono y una cámara de televisión disponible todo el día.

 

Ciudad de México, 17 de noviembre de 2020.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e Investigador.

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