El concierto de Silvio Rodríguez el viernes pasado en el Zócalo de la Ciudad de México fue una fiesta netamente obradorista. No podría haber sido de otra manera: El referente histórico de la trova cubana le dedicó su canción más representativa al necio de Macuspana que, a base de persistencia y tenacidad, conquistó el poder para multiplicar panes y peces con austeridad republicana.
En la plaza, miles de seguidores de Silvio y simpatizantes de la cuarta transformación completaron la mística de una celebración en casa después de la jornada electoral del pasado 5 de junio, donde MORENA se consolida territorialmente de cara al 2024, pulveriza el bloque opositor a base de votos e implosiones priistas, al tiempo que acelera las definiciones internas rumbo a la elección del próximo año en el Estado de México.
A la luz de la historia, se puede afirmar que estamos viviendo la cúspide del obradorismo; un movimiento que, independientemente de adjetivos, ha revolucionado el sistema político mexicano marcando un antes y después de su llegada a la presidencia de la República. Las premisas de separación del poder económico del político, combate a la evasión fiscal, y garantía constitucional de los programas sociales, son logros incuestionables que no obstante contrastan con decisiones poco progresistas como el fortalecimiento desmedido de las fuerzas armadas, la ambigüedad en el respeto al medio ambiente, o la estridencia cotidiana de la vida pública que distorsiona la normalidad democrática.
Pero es en estos momentos de mayor solidez del régimen cuando es pertinente también reflexionar sobre su origen, para tener claridad de su potencial fragilidad ante la sucesión presidencial venidera.
A inicios de 1999, en un café de la colonia Condesa del entonces Distrito Federal, López Obrador le ofreció a Porfirio Muñoz Ledo la candidatura del PRD al gobierno de la capital del país para con ello zanjar la confrontación entre éste y Cuauhtémoc Cárdenas por la candidatura presidencial. Porfirio rechazó el ofrecimiento con el desenlace por todos conocido: su salida del PRD para ser candidato del PARM y a la postre declinar a favor de Vicente Fox. Dicha renuncia es la que posibilita la candidatura de López Obrador al gobierno del Distrito Federal y con ello la gradual formación y consolidación del obradorismo.
Lo anterior no quiere decir que Andrés Manuel no hubiera sido en los años siguientes un actor fundamental para la izquierda mexicana. De no haber sido el candidato a la Jefatura de Gobierno en el año 2000, muy probablemente habría regresado a buscar y conquistar la gubernatura de Tabasco; pero el obradorismo, tal cual lo conocemos hoy, no existiría.
De la renuncia de Muñoz Ledo al concierto de Silvio han pasado 23 años en los que López Obrador ha orientado la brújula de buena parte de la izquierda democrática. No obstante, como él mismo ha mencionado, se acerca la conclusión de su liderazgo y con ello la necesidad de pensar, reflexionar y debatir los logros y limitaciones de su gobierno para que la cuarta transformación no se venga abajo.
Sobre ello, sobre el futuro de la izquierda después del obradorismo, seguiremos dialogando aquí en Regeneración.
Rodolfo Castellanos es politólogo por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y Maestro en Antropología Social por la Universidad de Sussex.
Sé el primero en comentar