EL DISCURSO BOLIVARIANO DE AMLO

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

 

El sábado 24 de julio, en la explanada que se extiende al pie de la escalinata principal del Castillo de Chapultepec que mandó construir el emperador Maximiliano -ejemplo culminante de la intervención europea durante el primer periodo poscolonial mexicano; el segundo fue la restauración de la república gracias a la ayuda norteamericana y así sucesivamente hasta llegar a estos atisbos de unión regional que en seguida constataremos-, se llevó a cabo una ceremonia conmemorativa del natalicio de Simón Bolívar (1783-1830), presidida por el presidente de la república Andrés Manuel López Obrador. Estuvo presente como invitada la escritora chilena Isabel Allende, cuyo apellido recuerda de inmediato otras intervenciones menos gloriosas de los Estados Unidos de América en los países de la región latinoamericana.

 

El orador principal de la ceremonia -pues supongo que pudo haber habido otros discursos- fue el presidente AMLO, quien desde luego se refirió a dichas intervenciones militares y de otra índole. Lo que le permitió poner como ejemplo de independencia nacional y lucha por su soberanía frente a los norteamericanos, al gobierno de Fidel Castro en Cuba y sus actuales sucesores. Por lo que propuso llamar a Cuba y su forma de gobierno “patrimonio de la humanidad” -único momento en que los presentes interrumpieron con un aplauso que no me pareció estruendoso, aunque tampoco el aplauso final; pero esto se puede explicar también por el público poco numeroso y mayoritariamente militar-. El discurso del presidente de la república fue muy interesante y merece un análisis cuidadoso de su contenido, tarea a la que ahora me aboco.

 

Una primera parte de la lectura del discurso -que me parece pudo representar un tercio del tiempo de la alocución-, estuvo dedicada a una interesante reseña histórica de la vida y la lucha independentista de Simón Bolívar. La segunda parte del discurso fue una reseña crítica del colonialismo norteamericano en la región, pero, lo más importante, a mi juicio, fue la defensa del modelo económico de libre comercio, a partir de la cual planteó un horizonte prospectivo para la relación de los países latinoamericanos con los Estados Unidos y el desarrollo de su inserción en la economía global, aunque con algunos faltantes que en seguida apunto. El discurso de un jefe de Estado y jefe de gobierno necesariamente tiene múltiples destinatarios, nacionales y extranjeros, por lo que es un mensaje lleno de mensajes que tienen que ser etiquetados para su interpretación y análisis de sus fortalezas y debilidades, pero sobre todo de su congruencia y viabilidad.

 

En la reseña biográfica del homenajeado el orador destacó -espero que la memoria no me falle- los siguientes puntos: 1. Su origen en una familia de hacendados; 2. Su formación al lado de un profesor que fue su guía; 3. Sus estudios y viajes por Europa, precisando el sitio y el testigo cuando el joven Bolívar se compromete a liberar al entonces territorio colonial español; 4. El inicio de su lucha por la independencia -primero, de Venezuela- para después construir la Gran Colombia que incluía Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá; 5. Su contacto con otros líderes militares sudamericanos, libertadores y héroes nacionales, Sucre y San Martín; 6. Su estancia y apoyo recibido de Haití; 7. Las dificultades y divisiones que enfrenta al interior del propio movimiento independentista; 8. Su decisión de mantener su lucha y triunfar a pesar de la adversidad en que se encuentra; 9. Un poema de Carlos Pellicer, poeta tabasqueño, que describe el momento en que Bolívar lanza su proclama: ¡triunfar!

 

Desde luego que hubo comparativos, por lo menos en fechas, con la lucha por la independencia nacional mexicana, en la que destacó sólo a dos héroes: Hidalgo y Morelos. Pero también recordó, de los Estados Unidos, a Jefferson, Washington, Monroe y, desde luego, la Doctrina Monroe. Sin dejar de recordar la frase habitual -que tanto escuché en 1968- de Latinoamérica como el patio trasero de los Estados Unidos, además de una referencia genérica a las intervenciones norteamericanas en nuestros países. Supongo que consideró innecesario referirse a los presidentes Francisco I. Madero o Salvador Allende -la presencia de su sobrina en la ceremonia hubiera explicado la alusión-, por ejemplo, pero no dejó de mencionar la porción del territorio que perdimos o que nos quitaron nuestros actuales socios comerciales. Para después recordar un par de principios constitucionales señalados en el artículo 89 constitucional sobre las relaciones exteriores de México, se trata de los principios de autodeterminación y no intervención -manto protector de las dictaduras latinoamericanas o de cualquier lugar del mundo y de respeto mutuo entre ellas-. Pero no dejó de apuntar la conveniencia de sustituir a la actual Organización de Estados Americanos por un nuevo organismo regional que dejó pendiente definir de manera más específica.

 

La defensa del modelo de libre comercio, a la que ya aludí, estuvo acompañada de un conjunto de cifras sobre la influencia económica mundial de China y de Estados Unidos durante los últimos treinta años y hacia el futuro. Para anunciar el dominio económico -y hegemónico- mundial de China para la mitad de este siglo. Pero sin entrar en detalles sobre la forma en que se ha construido y se mantiene -al menos en el ámbito nacional chino- esa dominación y hegemonía. Por lo que como observador externo del discurso no puedo dejar de advertir la inclinación presidencial a valorar la ¿utilidad?, ¿importancia? ¿viabilidad? ¿justificación? del capitalismo de Estado en un régimen autoritario que alienta la inversión extranjera en su territorio y sus inversiones propias en el extranjero, como es el caso de China. Cuya potencia económica actual, por cierto, en buena medida surge de una alianza estratégica con los Estados Unidos de América durante los gobiernos de Richard Nixon y Mao Zedong. 

 

Desde luego que hubo una amplia justificación de los dos tratados comerciales con América del Norte, sobre todo del T-MEC, suscrito durante su gobierno; por lo que se refirió como uno de sus logros a la reforma laboral en curso en nuestro país. Pero, aunque no se refirió a la necesidad y urgencia del libre tráfico de personas ni a una moneda común en la -por el momento- zona norteamericana de libre comercio, el presidente AMLO mencionó expresamente como un futuro previsible para esta asociación comercial un escenario semejante a la Unión Europea. Sin embargo, no aportó ni sugirió medidas específicas para asegurar la viabilidad de este horizonte prospectivo. Lamentablemente, hay pocos indicios -y los que hay son poco alentadores- que permitan vislumbrar esta unión norteamericana en un futuro si no cercano al menos en el mediano plazo. Pues decisiones estratégicas para lograr la Cuarta Transformación de la República como, por ejemplo, la cancelación del aeropuerto internacional que se construía en Texcoco, así como la reforma educativa aprobada durante su gobierno, o bien, las reformas constitucionales anunciadas en materia de electricidad y la electoral, distan mucho de colocar en la misma sintonía las políticas públicas del gobierno mexicano con las de sus socios comerciales norteamericanos.

 

No hubo una mención expresa a la situación actual de la República Bolivariana de Venezuela, ni un llamado -con el señalamiento de medios específicos- que conduzcan a la unidad latinoamericana, para avanzar en el modelo de libre comercio. Pero no deja de ser significativo el hecho de que el gobierno mexicano rinda homenaje a Simón Bolívar, héroe invocado necesariamente por los gobiernos sudamericanos que se reclaman críticos del imperialismo norteamericano. Además del inusual y exaltado homenaje al gobierno cubano, al que por el momento también se le agudizan sus problemas económicos y sanitarios.

 

Si, como afirmó en su discurso el presidente AMLO, se trata -las nuestras, las de la zona de libre comercio- de economías que se complementan mutuamente, resulta por lo menos difícil de entender la forma como la identificación ideológica y política de su gobierno con los gobiernos de Cuba y Venezuela, por ejemplo, pueda abonar a una mayor cooperación con los Estados Unidos de América. Ciertamente, no hubo condena retórica al neoliberalismo, como habitualmente acostumbra el presidente de la república. No podía haberla cuanto se exaltaba en este discurso la cooperación a través, precisamente, del libre comercio -la perla de la corona del neoliberalismo en la economía global-, con un elogio a la suscripción del T-MEC -tan encendido como el dirigido a Cuba y su forma de gobierno-. 

 

De ahí que me quede la duda respecto a la viabilidad de una unión norteamericana semejante a la Unión Europea, cuando se rinde homenaje al prócer del nacionalismo latinoamericano, y también al país que durante sesenta años ha sido la vanguardia, primero, desde su territorio, de los momento más álgidos de la Guerra Fría -me refiero, desde luego, a la crisis de los misiles soviéticos que estuvo a punto de desatar una primera guerra atómica entre los gobiernos de John Kennedy y Nikita Jrushchov-; pero, también, a ineficiencias económicas estructurales resultado de su planeación centralizada y autoritaria, es decir, nada que ver con el libre comercio.

 

La lucha contra la pobreza y las enormes desigualdades sociales en México, como uno de los tres integrantes de esa futura Unión Norteamericana que vislumbra el presidente AMLO y no sólo él -pues con gusto me adhiero a su idea, justo cuando este “Lunes del Cerro” en Oaxaca se celebra la Guelaguetza y ondean, aunque solo en la televisión, los estandartes de las regiones oaxaqueñas expulsoras de mano de obra hacia los campos agrícolas de Estados Unidos y Canadá-, está implícita en la economía neoliberal sustentada en el libre comercio. Pero, lamentablemente, la congruencia y viabilidad entre objetivos sociales y políticas públicas sigue siendo el gran pendiente del anhelo transformador -cierto o incierto- de las élites nativas latinoamericanas, sea o no que se reclamen herederos de los ideales bolivarianos que para el caso poco importa.

 

Ciudad de Oaxaca, 26 de julio de 2021.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e Investigador. Doctor en Estudios Políticos por la Universidad de París (Francia) y doctor en Derecho por el Instituto Internacional del Derecho y del Estado (México); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas por la Universidad de Alcalá (España) y posdoctorado en Regímenes Políticos Comparados por la Universidad de Colorado, Campus Colorado Springs (Estados Unidos de América).

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