BARACK OBAMA (2)

 

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández (*)

 

Hasta el momento el libro de Obama ha sido traducido a veinticuatro idiomas. Como antes de cumplir un año en la presidencia obtuvo el Premio Nobel de la Paz -aunque unos días después haya enviado cuarenta mil soldados más a la guerra en Afganistán- no me extrañaría que un día de estos recibiera también el Premio Nobel de Literatura; en su momento Winston Churchill también lo recibió, el de Literatura, pues como que estaba difícil que le dieran el de la Paz habiendo sido un héroe de guerra. Sin embargo, hay que reconocer que Churchill -además de su humor británico- escribía bastante bien -bueno, eso dicen los que lo han leído-. Así es que mejor atribuyamos el otorgamiento del Nobel de la Paz a Obama por el simbolismo de su origen afroamericano y ser presidente de un imperio hasta el momento mayoritariamente de hombres y mujeres blancos, en un mundo lleno de conflictos raciales. Pues no sería muy edificante atribuirlo, por ejemplo, a su tenacidad para capturar a Osama Bin Laden -aunque haya sido una de sus promesas de campaña para vengar el 11 de septiembre en Nueva York-, o por lo que Obama haya podido influir para el desenlace de la “Primavera Árabe” -expresión, por cierto, que Obama no utiliza-, pues sus socios geopolíticos y militares de esos países -empezando por Hosni Mubarack, el tirano egipcio defenestrado gracias no tanto a las manifestaciones en la plaza Tahrir sino a las presiones de Obama ante el propio Mubarak y del gobierno de Obama ante los jefes militares egipcios (a confesión de parte relevo de prueba)- más bien vieron su intervención como una forma de traición. Pero, como todo en la vida, todo depende del cristal con que se mire.

 

De lo que no me queda duda es que Obama también escribe bastante bien, aunque supongo que con bastante apoyo -como queda claro en la nota final de agradecimientos del libro que comento-, pero igualmente con un buen sentido de humor -incluido un poco de humor negro, como el reclamo ese al jefe militar de operaciones especiales por no haber llevado una cinta métrica el comando que asaltó la fortaleza de Abbottabad, para medir a Osama Bin Laden y asegurarse in situ de que era él (Bin Laden medía un metro noventa y cinco y el miembro del comando que para comparar estaturas se recostó junto a él, una vez muerto, medía un metro ochenta y ocho)-. Aunque al terminar de leer el libro no deja de percibirse el tufo de la arrogancia imperial de un presidente americano, por más que haya tratado de ocultarlo en un supuesto o auténtico idealismo juvenil madurado con el tiempo, vaya usted a saber, pero perfectamente camuflajeado y justificado en las críticas a sus opositores republicanos, sobre todo los congresistas y senadores republicanos que venden sus votos -aunque se oye mejor decir condicionan, para no confundir con los “moches” nacionales- siempre que no afecten a los patrocinadores de sus campañas electorales, igual que dice Obama lo hacían sus colegas demócratas. A todos ellos y ellas Obama los identifica con nombre y apellido, por lo que supongo le deben quedar muy reconocidos después de leer que son señalados y calificados en el libro. No creo que sirva en su descargo que encontró la misma arrogancia en todos los hombres de poder con los que trató y de los cuales describe sus antecedentes y comportamiento en las entrevistas que sostuvo con ellos -y son muy pocos los que se salvan, sea Vladimir Putin o Donald Trump-. Aunque también se puede pensar que se trata de un ajuste de cuentas, literario, ahora que Obama ya está más allá del bien y del mal, o al menos eso ha de pensar él, por la forma como escribe de los demás miembros de la clase política mundial de la que desde luego forma parte -así es que hay que esperar los comentarios de sus pares sobre lo que escribió de ellos, pues nadie escupe para arriba sin correr riesgos-.

 

Ahora que, para decir verdad, en esos primeros años de su gobierno que narra en su libro cosechó resultados suficientes para volverse arrogante, no se diga por la forma meteórica en que llegó a la presidencia. El más importante de todos ellos, a mi juicio, haber enfrentado con éxito -como candidato y como presidente- la crisis económica de su país después de la crisis hipotecaria de 2007. El análisis de los orígenes de la crisis y de las medidas tomadas para contenerla son pasajes a todas luces interesantes y útiles de conocer no solo para los profesores y alumnos de administración y gestión públicas -y otras disciplinas sociales y económico administrativas-, sino sobre todo para los hombres y mujeres que gobiernan países de cualquier tamaño e importancia -aunque dudo que tengan tiempo para leerlo de un jalón, pero sería conveniente entonces que lo fuesen leyendo poco a poco-.

 

*

 

“Senador Obama. Hank Paulson al habla.”

“Era una semana y media después de la Convención Nacional Republicana, once días antes de mi primer debate con John McCain. Estaba claro por qué razón el secretario del Tesoro de Estados Unidos me había pedido esa llamada.

“El sistema financiero estaba colapsando y arrastraba a la economía de Estados Unidos con él.”

Recordar el paralelismo con la crisis de 1929 y las medidas intervencionistas tomadas por el presidente Franklin Delano Rooselvet es obligado en el análisis -aunque el contexto y las medidas hayan sido distintos-, por lo que Obama nos regala primero una reseña de esa etapa, para concluir que FDR “había salvado al capitalismo de sí mismo estableciendo las bases para la prosperidad posterior a la Segunda Guerra Mundial”, es decir, que llovió sobre un campo fértil ya abonado pues las guerras siempre reactivan la economía al volver ambiciosos e ingeniosos a sus protagonistas.

 

Desde luego que la crisis de 2007 ni la originó Obama ni le explotó a él, la originaron las medidas de desregulación del sector financiero llevadas a cabo por los gobiernos anteriores -republicanos y demócratas-, aunque hayan sido los republicanos los que con mayor enjundia las impulsaron dizque para detonar crecimiento económico -esa versión o aspecto del neoliberalismo justamente denostado-. Así es que como en una forma de justicia divina -la apreciación es mía- la crisis le explotó a un presidente republicano, George H. Bush -el junior, no su papá-. La medida que propuso el presidente republicano fue, obviamente, un FOBAPROA gringo, aunque Obama ni siquiera le llama rescate bancario; de manera muy modosita le llama “mecanismo de alivio para activos en apuros que establecía un nuevo fondo de emergencia de 700,000 mil millones.” Desde luego que la llamada del secretario del Tesoro no era a título personal, puesto que tenia un jefe que era el presidente Bush, pero, sobre todo, porque si el candidato demócrata ganaba la elección presidencial tendría que decidir entre mantener ese “mecanismo” -conocido como TARP (Troubled Asset Relief Program, es decir, insisto, un FOBAPROA gringo, con la única diferencia de que, dice Obama, en su siguiente versión  -la de Obama- no fue a fondo perdido sino que se recuperó hasta con intereses; algo así como el dinero que el benévolo presidente Clinton en su momento le prestó a México para evitar el “efecto tequila” de la crisis mexicana de entonces o lo que tal vez suceda con el recurso económico que recientemente comprometió el presidente Trump para que México no redujese su producción de petróleo al nivel acordado por los países productores de petróleo)-. Durante la campaña presidencial Obama tuvo el cuidado -compromiso asumido con Paulson-, de no hacer comentarios que pusieran en riesgo la autorización del Congreso para el dinero solicitado por la administración Bush.

 

Como Obama ganó la elección y ese dinero no alcanzó, pues tuvo que pedir la autorización al Congreso para aumentar los recursos necesarios, incluidos otros más para salvar a las tres grandes empresas automotrices -General Motors, Ford y Chrysler, pero particularmente a Chrysler-. Aunque los legisladores republicanos se pusieron sus moños -así como la prensa asociada a ellos-, el asunto no fue tan difícil pues los demócratas tenían sesenta senadores, cifra clave para evitar prácticas legislativas de filibusterismo, es decir, de bloquear el proceso legislativo. El problema vino después de la muerte del senador Kennedy pues la candidata que contendió para suplirlo en una circunscripción electoral tradicionalmente demócrata pues parece que se confió y nada más perdió la elección, por lo que Obama se quedó con 59 senadores, a merced del filibusterismo. Cómo le hizo para sortear ese pequeño problema y, además, ganar su reelección, pues es algo a lo que seguramente se referirá en la segunda mitad de su libro que supongo tardará un poco en aparecer, por lo menos hasta que ya se hayan vendido bastante ejemplares de la primera mitad-.

 

Obama estuvo consciente de que se enfrentaban -el gobierno de Bush y el suyo, si ganaba- a la posibilidad real de un colapso económico, por el que millones de sus connacionales perderían sus casas, los ahorros de toda su vida y sus empleos, o mejor dicho, serían más millones todavía quienes los perderían y durante más tiempo.  Así es que, además de su equipo económico de novatos, mejor buscó también la asesoría de funcionarios de gobiernos anteriores y de grandes inversionistas que habían vivido crisis precedentes -aunque de menor magnitud-. Me parece que éste es el rasgo característico que más le ayudó: consultar y dejarse guiar por personas con experiencia en los temas que iba descubriendo y enfrentando, no solo el económico; con la humildad intelectual suficiente para escuchar a los expertos, aunque él fuese el presidente de los Estados Unidos y tuviera su avión, su helicóptero y “La Bestia” -su coche a prueba de lanza cohetes, eso dicen, porque nunca lo han puesto a prueba- y fuese ya el primer presidente afroamericano -lo que, naturalmente, no deja de recordar en su libro a cada rato con episodios conmovedores-.

 

La otra característica básica de sus éxitos en la gestión de los diferentes asuntos bajo su responsabilidad -todos los que usted se pueda imaginar- fue, sin duda, su dedicación al estudio de esos asuntos. Un ejemplo es lo sucedido con la propuesta del candidato presidencial republicano, John McCain, de suspender temporalmente las campañas en virtud de la crisis económica; propuesta que finalmente cambió a una reunión de análisis de la crisis entre ambos candidatos y el presidente Bush en la Casa Blanca. Las novedades de esa reunión -en la que estuvieron los líderes congresistas de ambos partidos- es narrada con detalle por Obama, por una sencilla razón: “A medida que avanzaba la conversación, cada vez era más evidente que ninguno de los líderes republicanos estaba familiarizado con el verdadero contenido de la última versión del TARP; o en todo caso con la naturaleza de los cambios que ellos mismos proponían.” Pero sobre todo porque cuando le tocó el turno de fijar su posición a McCain -que, además, era quien había propuesto la reunión- nada más leyó una tarjeta, balbuceó trivialidades y se cayó la boca. Al grado que Obama remata este episodio así:

“Y eso fue todo. Ningún plan. Ni la sombra de una sugerencia sobre cómo acercar las posturas….. Casi sentí pena por él. Era una negligencia política que su equipo hubiera hecho una apuesta tan fuerte para luego enviar a su candidato a la reunión sin prepararlo.”

 

Pero el asunto no terminó ahí. De una parte, porque la prensa dio cuenta puntual – supongo que con información debidamente filtrada por el equipo de Obama- del ridículo en que cayó el candidato presidencial republicano en la reunión en la Casa Blanca. Pero, sobre todo, según Obama, porque para McCain “a medida que avanzaba la contienda cada vez se volvía más y más evidente su poca comprensión de los detalles de la crisis financiera y la falta de respuesta sobre qué planeaba hacer con ella.”

 

Desde luego que Obama ni es economista ni antes de ser candidato presidencial había tenido responsabilidades como funcionario en áreas de la economía pública ni era asesor de inversionistas, pero se aprecia a lo largo de su libro su comportamiento tipo el estudiante que hace la tarea y quiere dar la lección o por lo menos que el profesor se de cuenta de que sí sabe, es decir, lo que se llama un político profesional, no en el sentido de su longevidad en cargos públicos pero sí en la responsabilidad para emprender y comprender sus funciones públicas en todos sus aspectos. Naturalmente que esta actitud le ayudó bastante. Así es que antes de cumplir un mes como presidente ya tenía lista su versión demócrata del FOBAPROA gringo: la Ley de Reinversión y Recuperación. Después de haberse rodeado de operadores financieros expertos -incluido su vicepresidente Joe Biden, hoy presidente electo- para asegurar la aplicación de todas las vertientes de la nueva ley aprobada, Obama afirma en su libro: “Casi nueve meses después de la caída de Lheman Brothers, el pánico parecía haber llegado a su fin”.

Vendrían después otros proyectos de ley, unos aprobados y otros no, así como sus viajes internacionales, a los cuales espero referirme en un siguiente reporte de lectura.

 

Ciudad de Oaxaca, 29 de diciembre de 2020.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

(*) Doctor en Estudios Políticos (Universidad de París, Francia) y en Derecho (Instituto Internacional del Derecho y del Estado, México); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas (Universidad de Alcalá, España) y en Regímenes Políticos Comparados (Universidad de Colorado, Campus Colorado Springs, Estados Unidos); Especialidad en Justicia Electoral (Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, México).

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