LA SOMBRA DEL CAUDILLO

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

 

Inicio ofreciendo una disculpa a usted amable lector(a) por el error involuntario en que incurrí en mi colaboración anterior, cuando señalé que eran ¾ de votos y no 2/3 de los legisladores presentes en ambas cámaras federales los necesarios para reformar la Constitución Federal. Continúo ahora con el tema de los gobiernos de coalición y el contexto histórico que explica su pertinencia, oportunidad y urgencia.

 

“La sombra del caudillo” de Martín Luis Guzmán, junto con “Los de Abajo” de Mariano Azuela, pero también con “Los Relámpagos de Agosto” de Jorge Ibargüengoitia, se encuentran en los vértices del triángulo que reúne los secretos, las traiciones, las anécdotas y los asesinatos en la lucha por el poder narrados por la novela de la Revolución Mexicana; es decir, por las novelas escritas sobre la guerra civil ocurrida en México a principios del siglo pasado entre los generales revolucionarios triunfantes que llegaron al poder y sustituyeron a la élite dirigente anterior.

 

Martín Luis Guzmán escribió “La Sombra del Caudillo” en 1929 mientras estaba exiliado en España. Una primera versión de dicha novela fue publicada en México por entregas en el diario “El Universal” y más tarde fue una editorial española, Espasa Calpe, la que publicó el libro completo; años después una editorial mexicana publicó la novela, las Ediciones Botas. 

 

Todavía vivía y era poderoso el general Plutarco Elías Calles, quien en la novela es identificado como el general Hilario Jiménez y, en la película del mismo nombre, es protagonizado por Ignacio López Tarso; el director de la película fue Julio Bracho. La publicación escrita de la novela no necesitó ser censurada en un país con tanta población todavía analfabeta -además de que alguien convenció a don Plutarco de que el escándalo provocado por la censura solo le traería más lectores a la edición española-, pero la película del mismo nombre filmada en 1960 desde luego que sí fue censurada, de tal forma que tardó treinta años más para ser exhibida pero solo durante una semana. 

 

Pero no vaya usted a pensar que el caudillo -en la novela y en la realidad- era don Plutarco, pues en ese momento todavía el caudillo era el general Álvaro Obregón, sin nombre en la novela y en la película donde solo aparece identificado como “el caudillo”; interpretado en la película por Miguel Ángel Ferriz. Para fortuna de quienes quieran ver esa magnífica película, rescatada por la Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México, pueden verla sin problema buscándola en YouTube. Les sugiero cordialmente que lo hagan, aunque la novela entra en mayores precisiones.

 

Pero la novela no dice -salvo para los lectores enterados y por lo tanto fieles intérpretes de lo narrado- lo que muchas veces y años después -ya de regreso y muy bien instalado en México (como político, funcionario y empresario)-, Martín Luis Guzmán declaró a sus entrevistadores. 

 

“La Sombra del Caudillo” reúne situaciones y personajes relacionados con dos episodios de la lucha por el poder al interior del grupo de generales revolucionarios triunfantes: 1) La rebelión militar encabezada por el general expresidente de la república Adolfo de la Huerta -quien pudo salir exiliado, después regresar al país e incluso pudo ocupar algunos cargos públicos-, es decir la rebelión Delahuertista de 1923, así como: 2) El asesinato del general Francisco Serrano en 1927.

 

Como los libros de texto gratuitos de Historia de México publicados por la Secretaría de Educación Pública no llegan a este innecesario nivel de detalle, es conveniente recordar que para las elecciones presidenciales de 1928 empezaron a competir tres candidatos presidenciales: el general Arnulfo R. Gómez, el general Francisco Serrano y el general Álvaro Obregón -quien ya había sido presidente en funciones y pretendía reelegirse-. 

 

Casualmente los tres murieron de manera violenta -dos de ellos en 1927-, uno fue fusilado en el estado de Veracruz, a otro le aplicaron la ley fuga en el estado de Morelos -en la película la ley fuga es aplicada en la carretera a Toluca- y el otro fue asesinado en 1928 en la hoy Ciudad de México ya como presidente electo -pero la novela no llega a esta etapa de la historia de México-. Así es que a partir de tan infaustos acontecimientos don Plutarco Elías Calles se convirtió en el nuevo caudillo. 

 

La novela y la película terminan después de que le aplican la ley fuga al general Ignacio Aguirre -y a sus partidarios más cercanos- nada más porque quiso ser presidente de la República, confiado además en que su viejo e íntimo amigo -el caudillo- no tendría inconveniente en verlo algún día como candidato presidencial por lo menos, mucho menos pensó que lo mandaría matar. En la vida real, una vez asesinado en Huitzilac el cuerpo del general Serrano fue traído a la Ciudad de México y llevado al Castillo de Chapultepec, donde se encontraban los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Así es que Obregón tuvo el cuidado de confirmar personalmente que su amigo y familiar político ya no le iba a disputar la presidencia. 

 

La frase pronunciada por Obregón frente al cadáver de Serrano y muchas peripecias y traiciones más son recogidas con singular ingenio por Ibargüengoitia en “Los Relámpagos de Agosto”, el reverso cómico y satírico de la novela de la Revolución Mexicana; otra joya literaria que usted tampoco se puede perder. La novela de Azuela, en cambio, en efecto habla de los de abajo, no de las élites que se disputan el poder.

 

Las élites nacionales de hoy, después de un prolongado interludio cuya etapa más reciente es llamada “la transición mexicana a la democracia” -cuya versión jurídica está explicada en varios de mis libros publicados-, se disputan ahora mismo el poder político se supone que en un ambiente distinto al de “La Sombra del Caudillo”. 

 

A la luz de lo sucedido durante el gobierno federal actual, todo indica que la disputa se realiza por lo menos en dos frentes. De un lado, al interior de la nueva élite gobernante que llegó al poder ejecutivo, la administración pública federal y la mayoría legislativa en ambas cámaras federales a partir de 2018, y que paulatinamente ha ganado gobiernos y congresos locales en 20 entidades federativas. 

 

De otra parte, están las élites que gobernaron antes de 2018 así como antiguos aliados políticos del presidente ahora en funciones; todos ellos han tenido experiencia de gobierno a nivel federal y/o local, pues difícilmente alguien que no provenga de una élite gobernante, o económica empresarial por lo menos, no puede tener ni ganas, ni posibilidades, ni credibilidad alguna para obtener por lo menos el millón de votos que se platica que recibía Mario Moreno, Cantinflas, en algunas elecciones presidenciales sin siquiera ser candidato.

 

A ambos grupos de élite gobernante les precede su ejercicio de gobierno, su oferta político-electoral y su habilidad para resolver el problema que para ambos representa la selección y elección o designación, primero, de su candidato(a) presidencial y, luego, de todas las demás candidaturas (gobernadores, senadores, diputados federales, diputados locales, presidentes municipales) a cargos de elección popular directa. Pues para ambos grupos dichas candidaturas representan un riesgo latente de división y enfrentamiento; algo así como lo que ocurría en la época correspondiente a “La Sombra del Caudillo” -pero ahora con episodios no tan trágicos, esperemos-.

 

La razón, sin embargo, la encontramos claramente descrita en la novela de Martín Luis Guzmán: las instituciones republicanas han servido de manera más o menos débil para legitimar o disfrazar la lucha más o menos violenta por el poder, primero entre los militares y luego entre los civiles; incluso a veces no han servido para nada pero, de cualquier manera, al menos formalmente las instituciones han seguido funcionando o por lo menos esa impresión se ha dado tanto a los nacionales como a la comunidad internacional.

 

En la actualidad, la lucha por el poder se puede complicar un poco más entre otros por dos factores relevantes: la falta de legitimidad democrática del proceso de selección, evaluación y elección de los nuevos consejeros electorales incluida la presidenta del Instituto Nacional Electoral; así como por las nuevas funciones y cuantiosos recursos presupuestales asignados a las Fuerzas Armadas, cuyo ejercicio opaco si no es que secreto se encuentra celosamente protegido por el principio de seguridad nacional.

 

Se supone que el nivel actual de alfabetización de la población nacional es superior al que había en los años en que sucedieron los eventos que dieron contenido a la novela de Martín Luis Guzmán. Entre tanto, también, ha ocurrido una transición a la democracia, es decir, que las elecciones dejaron de ser de a mentiritas. Lo que debería hacer suponer que la lucha por el poder presidencial ya tendría para estos años un mayor nivel de racionalidad civilizatoria y cultura política democrática, es decir, que ya no podría haber un caudillo, por ejemplo. Pero ¿usted qué opina?

 

Ciudad de México, 24 de abril de 2023.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e Investigador. Doctor en Estudios Políticos (Francia) y doctor en Derecho (México). Posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas (España) y en Regímenes Políticos Comparados (EUA). Autor de libros de Derecho Público, Privado y Social; Administración Pública y Ciencia Política; sus libros se encuentran en librerías, en Amazon y en Mercado Libre.

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