Guadi Calvo*.
El sábado 28 de noviembre, fue el día para que el ejército etíope, asalte la ciudad de Mekelle, capital de la provincia rebelde de Tigray, con cerca de 500 mil habitantes y donde se habían atrincherado los separatistas, que habían dicho iban a resistir hasta el último hombre. (Ver: Etiopía: De una guerra étnica a un conflicto regional.)
Si bien no se conocen las consecuencias de dicho asalto en cantidades de muertos y niveles de destrucción, el gobierno central, anunció que la ciudad había sido tomada por completo y que el ejército estaba asegurando diferentes áreas, mientras en torno a Mekelle, se estaban realizando batidas para detener a los miembros del Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF), que lograron huir del cerco, impuesto por las tropas leales al Primer Ministro Abiy Ahmed, quien se había referido al conflicto iniciado a principio de mes, como “un asunto interno de orden público”, por lo que había rechazado los diferentes ofrecimiento internacionales para medía entre el gobierno federal y los rebeldes al tiempo que trató de “criminales” a los miembros del TPLF y que sería misión de la policía detenerlos y llevarlos a la justicia.
Dado el férreo cerco informativo, no sean podido precisar el número de muertos tras los intensos combates que se desarrollaron el día sábado, aunque se especula que son miles los muertos, al tiempo que las autoridades sudanesas, país fronterizo oeste de Etiopia, estiman entre 50 y 60 mil los refugiando que han llegado a los campamentos de Um Raquba, en la provincia oriental de Gedaref, a unos 80 kilómetros de la frontera, desde el inicio de las acciones militares, en los primeros días de noviembre. Por lo que Jartum, ha reclamado a Naciones Unidas 150 millones de dólares para poder asistir a los refugiados. (Ver: Etiopía, otra tragedia africana.)
Las autoridades policiales etíopes, el mismo día sábado, ordenaron la detención de diecisiete militares acusados de diferentes delitos que incluyen traición y malversación de propiedades públicas, que se suman a otras 120 órdenes de arresto ya emitidas contra altos oficiales del ejército, acusados de estar conectados con a TPLF, desde el cuatro de noviembre fecha en que se iniciaron las acciones militares ordenadas desde Adís Abeba.
Fuente vinculadas a la embajada norteamericana en Asmara, la capital de Eritrea, informaron, sin mencionar la causa ni el lugar de las explosiones, de una media docena de explosiones producidas en la ciudad, el sábado a última hora, tampoco se aclaró si dichas acciones estaban vinculadas a los acontecimientos de Tigray, provincia fronteriza con Eritrea, aunque es de entender que si ya que el TPLF, el pasado día catorce, si había utilizado cohetería contra Asmara, dadas los fuertes indicios que el gobierno eritreo está colaborando, con el ejército etíope, con hombres y recursos, al tiempo que ha permitido a la aviación etíope utilizar sus aeropuertos para sus acciones contra Mekelle, sometida en estos días a intensos bombardeos. Durante muchos años Eritrea y el TPLF, fueron aliados en su lucha en común contra el gobierno marxista del general Mengistu Haile Mariam, finalmente derrocado en 1991, momento en que se produce el gran ascenso de la etnia Tigray, quien hasta la llegada de Abiy Ahmed al gobierno en 2018, ocupó los más importantes estamentos del estado en todas sus representaciones incluyendo fundamentalmente al ejército, cuando sus integrantes solo representan el seis por ciento de los 110 millones de etíopes. Sin respetar la ley de “federalismo étnico”, que se promovió en los principios de los noventa, que estipulaba que todos los grupos raciales, unos ochenta, debían tener la misma representación.
Problemas más allá de la victoria.
A pesar de la rápida toma de Mekelle, Abiy Ahmed, quien debió posponer las elecciones parlamentarias pautadas para el pasado cinco de octubre, dado la imposibilidad de realizarlas, en el marco de la pandemia, todavía está muy lejos de las soluciones, no solo la crisis de Tigray, sino cuestiones que exceden las fronteras del país.
Diplomáticos y expertos regionales han coincidido en que una rápida victoria militar podría, no significar el fin del conflicto. Para empezar tal como lo ha dicho el líder de los rebeldes Debretsion Gebremichael, que tras referirse a la “brutalidad” de la represión, que no habría diferenciado las posiciones en que se encontraban la población civil, de los objetivos militares, lo que agregará más virulencia a la resistencia tigriña, una resistencia con una importante experiencia militar fogueada en su guerra de guerrilla contra el general Mengistu, en el escabroso territorio de Tigray, pegado a las fronteras de Sudán y Eritrea. El TPLF alcanzaría a movilizar a unos 200 mil hombres, muchos con equipo pesado, en su mayoría saqueados, últimamente, de los arsenales del ejército etíope.
Esta situación de una guerra civil, en desarrollo o en estado latente, ni siquiera importa, debilita la posición de Addis Abeba, en las intensas y tensas en las negociaciones con El Cairo y Jartum, sobre la Gran Represa del Renacimiento de Etiopía (ERGE). (Ver: Egipto-Etiopía: Las aguas bajan turbias.), que, aunque es el único tema en el que todos los etíopes están de acuerdo, deberá contemplar las pretensiones de las otras dos partes, particularmente las egipcias ya que sería en ese sector donde el Nilo, perdería más cauce, con el consiguiente deterioro de las producciones agrícolas esencial para el país. A pedido de Sudán la mesa de negociaciones está levantada desde el 22 de octubre.
Por lo que se cree, que los servicios de inteligencia del general al-Sisi, podrían haber estado trabajando junto a los rebeldes de Tigray, para debilitar la postura del Primer Ministro, que utilizó desde el principio de su mandato, 2018, y fundamentalmente tras haberle sido otorgado el Premio Nobel de la paz 2019, para negociar desde un punto de vista “moral”, con el raís egipcio, todavía muy discutido, por las matanzas con que llegó al poder y las políticas represivas con que no solo está persiguiendo a los terroristas de la Wilāyat Sinaí (al-Qaeda), sino a muchos sectores civiles opositores, lo que hizo que Donald Trump, lo llamará: “mi dictador preferido”.
El futuro cambio de gobierno en Estados Unidos, también abre un compás de espera, esperanzador, para Abiy, ya que Trump había bloqueado unos mil millones de dólares, para terminar la represa, a espera de un acuerdo con los otros dos países involucrados, cuestión de la que Joe Biden, todavía no se definió.
Según otros analistas la situación, respecto a la guerra de Tigray, podría llevar a Abiy a posiciones todavía más intransigentes y no solo seguir negociando con fuerza respecto a la ERGE, fortaleciendo su lema de “Es nuestra agua. Es nuestra presa”, sino también reprimir con más violencia a los militantes del Frente de Liberación Popular de Tigray, o cualquier grupo étnico que intente desafiarlo, como los propios oromo, la etnia mayoritaria del país, a la que pertenece el Primer Ministro o los amharas, la segunda más importante o los sidama, gumuz y somalíes, que han chocado en varias oportunidades entre ellos y que desde 2015, ha provocado el desplazamiento de casi tres millones de personas.
En los próximos días la realidad definirá, si el asalto del sábado a Mekelle, ha sido el último o simplemente el primero de una larga cadena de una guerra que tiene todas las condiciones para prolongarse por años.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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