*Dra. Gladys Karina Sánchez Juárez
Si bien el consumo es un derecho, que a su vez debe permitirse en un contexto donde existan las capacidades y oportunidades que garanticen la posibilidad de ejercer ese derecho; sin embargo, mi intención en esta ocasión es invitarlos a que reflexionemos en conjunto sobre las importantes aportaciones que hay respecto al momento histórico que atravesamos como sociedad en un contexto de globalización económica, puesto que estamos presenciando un proceso de “sociedad de consumo”, en tanto que nos pensamos (y en algunos casos nos consideran en algunas instituciones) sólo como consumidores, lejos de pensarse en primer término como ciudadanas y ciudadanos.
Es decir, sólo nos planteamos el hecho de qué consumir, cómo consumir, por qué consumir, como si este fuera el fin último del ciudadano, al grado de dar por hecho que la sola posibilidad de consumir es una forma de participar; sin embargo, con ello se constriñe el poder ciudadano al poder adquisitivo.
Esta noción tiene implicaciones sumamente amplias, en el sentido de que al pensarnos sólo como consumidores en un proceso que va generando frustración por no comprar lo suficiente o las marcas particulares, o la tecnología más novedosa, hace que perdamos de vista lo que realmente es una necesidad y que no sea sólo una necesidad creada, porque estamos pensando en consumir sin preguntarnos de dónde viene, cómo se produjo, en qué condiciones de industria o de trabajo se generaron las mercancías que adquirimos; además, sin preguntarnos los contaminantes que se crearon en la producción, o la energía que se consumió para producir determinado producto, distribuirlo y que llegue a nuestras manos.
En esa lógica el propio ciudadano se pierde a sí mismo, porque se considera que consumir da valor como ser humano, porque muchas veces los productos prometen aumentar el atractivo o valor del ser humano con los productos que se adquieren.
En ese sentido, además de la cantidad de población que ha ido en aumento, bajo esta lógica de consumo, consumimos en exceso y de manera muy desigual: “la quinta parte más rica de la población mundial consume tres veces más que el resto del planeta, y 16 veces más que la quinta parte más pobre, todo esto con tecnologías de producción muy despilfarradoras en recursos” (Wagner, 2005).
De esta forma, asistimos a un momento en el que los volúmenes de producción y consumo son masivos, en buena medida por el aumento de la producción aunque también por el crecimiento de la población, pues en las últimas seis décadas la densidad poblacional se ha duplicado.
Si a esta situación agregamos que el aumento de la circulación de mercancías sirve como plataforma para que el capital financiero aumente su poder, mucho más que la propia economía productiva o real, por tanto, los capitales financieros terminan con mayores beneficios únicamente mediante la especulación que pueden generar por la amplia circulación de mercancías.
Es claro que enfrentamos un agotamiento de este modelo de producción y consumo, no por la generación de ganancias porque éstas siguen aumentando, sino porque la cantidad de recursos naturales que se utilizan, así como la energía que se consume, están llegando a límites de presión para terminar totalmente con ellos, además de la profundización de las desigualdades que se presentan en la sociedad, ya que la promesa de que a través del mercado con producción de mercancías diversas y en masa podría permitirse el acceso a toda la población de manera igualitaria, jamás se cumplió.
Es decir, el proceso de producción llegó a su agotamiento hace mucho, puesto que la explotación de recursos naturales a través de las tecnologías implementadas actualmente es extremo, por la degradación ambiental que se está generando con los contaminantes emitidos en los procesos de industrialización, en el uso de combustibles para la propia industria como para la circulación de mercancías o incluso los combustibles que requieren algunos productos.
Además de este proceso de impacto negativo en el ambiente y los recursos naturales, también existen factores de carácter social, puesto que la explotación laboral por los procesos de producción en masa condicionan los salarios bajos que en muchos casos no garantizan la subsistencia.
En ese proceso de producción debemos recordar que como toda relación social, antes que relación mercantil, existen diversos actores, entre ellos los consumidores (no sólo los productores, transformadores industriales o los comercializadores), pues en el mercado mientras exista una demanda de productos, va a existir una mercancía que ofrecer. En este sentido, también existe una posibilidad de cambio desde el rol consumidor.
Por tanto, a partir de esta reflexión crítica surge el concepto de “consumo responsable”, principalmente en países céntricos e industrializados, en un modo de respuesta consciente con planteamiento crítico y la intención de lograr cambios o transformar esa cultura dominante del consumo masivo (consumismo), debido a que se ha vuelto un estilo de vida el usar y tirar, que si bien respondió a principios económicos elementales, hoy se hace la crítica porque lo económico financiero no debería ser el único fin de la producción.
Ante la situación que se describe corresponde integrar la visión de sustentabilidad con un compromiso ético, responsable sobre todo si queremos vivir porque presionar a la naturaleza es agotar a la humanidad, pues dependemos de la naturaleza.
Debo decir que lo que se plantea no es nada nuevo, ya que la visión de sustentabilidad hace ya tres décadas que tomó fuerza y eco en algunos núcleos sociales; por ello, esta consideración no sólo es una exigencia en los planes de desarrollo locales, nacionales e internacionales; existen, además, propuestas como la producción agrícola orgánica y el comercio justo.
Sin embargo, ¿qué implica la responsabilidad en el consumo? Reflexionar como ciudadanos con una conciencia crítica y con valores éticos para realizar acciones que puedan favorecer los procesos de justicia, solidaridad local, pero también global, respeto hacia la naturaleza en su conjunto, identificar aquéllos procesos productivos que van en contra de lo anterior, lo cual traería como consecuencia tener una vida cotidiana quizá un tanto austera porque pueden disminuir los deseos de consumo material que hacemos en exceso, lo cual nos puede llevar en todo caso a reencontrar la satisfacción y la tranquilidad a través de la convivencia social y los momentos de esparcimiento con las artes o en el disfrute de la naturaleza.
Enfrentamos un deterioro ambiental que impacta en lo que comemos, en el aire que respiramos, en el agua que consumimos, en el calor que se intensifica, que hoy día se denomina calentamiento global, porque los gases de efecto invernadero están provocando cambios profundos en el ambiente en general, frente a lo cual los consumidores podemos ejercer un papel muy importante en el proceso de desaceleración de este deterioro.
En el camino para lograr que se implante, que se arraigue la visión de un mundo sostenible, un compromiso especial recae sobre el consumo responsable, puesto que es evidente que el consumismo o el estilo de vida basado en el consumo es determinante en las economías, en la dinámica de la cultura que puede sostener o cuestionar los procesos de producción depredadores.
Consideramos que los consumidores finales desempeñan objetivamente un papel de gran importancia a la hora de influir en el devenir de nuestras sociedades; por ejemplo, en los modelos empresariales que se han instaurado y en el comercio, teniendo en cuenta que cotidianamente más de la mitad de la población realiza sus compras en grandes centros comerciales, con lo cual se degrada la articulación de estructuras locales y regionales de producción – comercio – consumo.
Por ello, el consumo responsable está directamente relacionado con el comercio justo, porque se fue definiendo por estos movimientos sociales de solidaridad, de resaltar las relaciones sociales antes que las comerciales, de pensar en el entorno y en el uso consciente y racional de los recursos naturales.
Se preguntarán ¿cómo se logra esto? Siendo un consumidor que se involucra y que adquiere, participa activamente en la construcción de espacios mercantiles en los cuales conocen el desarrollo de los procesos productivos, donde la distribución se realiza con un desarrollo sostenible ambiental, económica y solidariamente, por ejemplo a través de mercados locales de venta directa del productor al consumidor y a través de la participación en movimientos tan importantes como es el comercio justo. Esto daría muestras de realizar prácticas de consumo responsable.
*Profesora investigadora de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Sociológicas de la UABJO; Coordinadora de Posgrado del mismo Instituto; Nivel 1 del Sistema Nacional de Investigadores.
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