Guadi Calvo*.
Un halito de esperanzas había corrido el pasado viernes 9, cuando se conocía que a instancias del presidente ruso Vladimir Putin y tras largas comunicaciones telefónicas con el presidente azerí Ilham Aliyev y el primer ministro armenio, Nikol Pashinian, llegaban a un acuerdo de alto el fuego, que se haría efectivo a partir del mediodía del sábado hora local u ocho GMT (Greenwich Mean Time). Por su parte el ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Lavrov, se reunió durante más de diez horas en Moscú con sus pares de Azerbaiyán y Armenia, allanando el camino hacia las conversaciones sobre la solución del conflicto por Nagorno-Karabaj, lo que representaría un nuevo éxito del tándem Putin-Lavrov, en la política internacional. El ministro ruso informó que: “El fuego cesará con fines humanitarios, como el intercambio de prisioneros y cuerpos de mediación, de acuerdo a los criterios del Comité Internacional de la Cruz Roja”.
Para Moscú contener la escalada del Cáucaso sur es esencial para la relación con ambas repúblicas que han formado parte de la Unión Soviética, ya que tiene un pacto de seguridad con Eriván e importantes acuerdos económicos y producción petrolera con Bakú, además, durante el interregno soviético, se produjeron grandes vínculos culturales entre Rusia, Azerbaiyán y Armenia, al punto que hasta el día de hoy a élite azerí usa el ruso como idioma habitual, práctica que también se extendido en Armenia. Además, este país es dependiente de Rusia en el campo energético, ya que no es productor ni de gas y ni de petróleo, sin llegar a ser un socio económico relevante de Moscú, Putin siguió apoyando al actual primer ministro Nikol Pashinian a pesar de no haber sido su preferido.
El pasado 26 de septiembre, un día antes que se inicien los combates, habían terminado los ejercicios militares rusos Kavkaz 2020, que este año se habían llevado a cabo en el Cáucaso del Norte ruso en que Armenia tuvo una activa participación mientras Azerbaiyán se limitó a observar.
La buena noticia del alto el fuego duro extremadamente poco, ya que, a los minutos de puesta en marcha, Armenia acusó a Azerbaiyán de bombardear las zonas próximas a la ciudad de Kapan, al sureste del país, con una población cercana a los 150 mil habitantes, en donde habría muerto al menos un civil. Por su parte los azeríes rechazaron la denuncia a la que catalogó como una provocación. Al tiempo que Bakú responsabilizó a Armenia de bombardear durante la noche del sábado al domingo, las regiones azerbaiyanas de Terter y Agdam violando el acuerdo de alto el fuego. Los azeríes dijeron que al menos nueve civiles murieron y otros 30 resultaron heridos, tras los ataques con misiles del ejercito armenio contra la ciudad de Ganja, la ciudad de Mingachevir, de unos 110 mil habitantes. Mientras las fuerzas separatistas de Nagorno-Karabaj, pro armenias, negaron el ataque sobre Ganja y afirmaron estar respetando el alto el fuego. Además de denunciar que cohetería azerbaiyana fue disparada contra Stepanakert, la capital de la “República de Artsaj” un estado no reconocido por Naciones Unidas, que pretende darle formato legal a la zona en disputa, cuyo presidente Arayik Harutyunyan declaró en la mañana del domingo que: “La situación en la región está relativamente tranquila, con algunos combates menores a lo largo de la línea del frente, pero que en unos minutos la situación podría cambiar”.
Lo que da por hecho el fracaso de la gestión rusa, ya que un alto el fuego duradero le permitiría al Kremlin bloquear “elegantemente” el intento de Turquía de expandir su influencia en lo que considera tener derechos heredados del Imperio Otomano, al que el presidente turco Recep Erdogan aspira revivir.
Los muyahidines de Erdogan.
No es un secreto para nadie la intervención turca en el conflicto, ya que no solo para la asistencia de armamento y logística, sino el envío de mercenarios de origen fundamentalmente sirio, por parte de Ankara al frente azerí-armenio.
Fuentes de la inteligencia tanto rusas como sirias aseguran que, desde el inicio del conflicto este tráfico de combatientes se sigue intensificando, por lo que para Moscú es un desafío desactivar cualquier posibilidad de que además del fin establecido, combatir junto los azeríes contra Armenia, pudieran generar un foco de conflicto en cercanías de sus fronteras alentado a los integristas chechenos, que si bien están desactivados, ya que lo mayoría de sus combatientes fueron diezmados justamente en Siria, donde fueron a combatir como parte de la entente occidental anti Bashar al-Assad, aunque se sabe, no se necesita demasiado reconfigurar los viejos grupos terroristas que larvados continúan con vida dentro de Chechenia y Daguestán. Naciones que forman parte de la Federación de Rusia, con un gran porcentaje de población musulmana, lo que como ya ha sucedido, podría alentar a esos grupos a iniciar una vez más una guerra contra Moscú.
Se conoció que Moscú ha detectado varios campamentos donde se han agrupado a los mercenarios sirios, tras según alguna información no confirmada, aviones de combate de las fuerzas aeroespaciales rusas bombardearon esas posiciones en prevención de que puedan articularse como una fuerza sin control, generando en la frontera rusa una pequeña libia.
La misma fuente insiste con que los ataques aéreos rusos contra los campamentos mercenarios, lograron destruirlos, al tiempo que cientos de esos combatientes habrían muerto.
Será para Rusia esta guerra una prueba de su pulso no solo político y militar sino para sus servicios de inteligencia, todo en Cáucaso fue y en gran medida sigue siendo un hervidero de terrorismo integrista, fundamentalmente tras el desmembramiento de la Unión Soviética y el desastre de Afganistán, que dio a los Estados Unidos y Arabia Saudita, una excelente oportunidad para agitar las aguas de una nueva Rusia, todavía anárquica y desorganizada, que no había acabado del todo con su pasado soviético. Por ello y empujado por la alianza wahabita-norteamericana, miles de jóvenes, se largaron al sueño de construir en el Cáucaso, uno o varios estados islámicos con el Afganistán talibán, como modelo. Aquello costó miles de vidas y un esfuerzo monumental de Rusia para que las formas más oscuras del islam, no carcoman una parte fundamental de su territorio.
Nada se sabe con exactitud de los más de mil quinientos mercenarios que Erdogan ha depositado en Azerbaiyán, y cuántos de ellos podrán ser elementos vinculados a al-Qaeda o al Daesh, por lo que la seguridad deberá ser elevada al máximo. Algunos expertos de la región creen en la posibilidad de que algunos elementos terroristas chechenos y daguestanos, incluso algunos exiliados que se encuentran en Europa, regresen a combatir junto a sus “hermanos” azerbaiyanos, como sucedió en la guerra de 1988-1994, entre los que estaba el desconocido Shamil Basayev, que años más tarde ser el jefe del comando que asaltó el teatro Dubrovka, de Moscú en 2002 y que dejó 170 muertos, la mayoría público que en ese momento asistía a una función agotada de la obra Nord-Ost (Nordeste) y se convirtió en el emir supremo del grupo que, tras su muerte en 2006, pasaría a conocerse como Emirato del Cáucaso, responsable de diversos ataques como los producidos en los metros de Moscú y San Petersburgo.
Azerbaiyán tiene una frontera de 400 kilómetros con Daguestán, un espacio lo suficientemente ancho para que la Confederación de Rusia, permita que a sus fronteras se le establezca una nueva Libia.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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