
Eduardo de Jesús Castellanos Hernández
Como es bien sabido, Nicolás Maquiavelo, en el primer párrafo de su libro más célebre, El Príncipe, definió las dos formas de Estado posibles en los estados contemporáneos: república o monarquía. Ese libro fue escrito en Florencia, Italia, durante el siglo XVI, pero la definición mantiene su vigencia. Los regímenes políticos de los estados contemporáneos pueden corresponder por igual a dichas formas de Estado nacional, repúblicas o monarquías; toda vez que unas y otras pueden ser dictaduras -cuya ferocidad puede ser mayor o menor- o democracias -incipientes o consolidadas-.
Ambas -dictaduras y democracias-, a su vez, logran su permanencia en el poder estatal, entre otras razones, mediante la eficacia y eficiencia para resolver las necesidades sociales; lo que a su vez logran con una mayor o menor intervención del Estado en la economía y en la prestación de los servicios públicos y privados, es decir, mediante la producción, distribución y consumo de bienes tangibles e intangibles que resuelven necesidades individuales y colectivas.
La solución de dichas necesidades determina el nivel o calidad de vida de los habitantes del país que, por su parte, trae como consecuencia la legitimación del poder de dominación de la élite gobernante, la que puede ser militar, religiosa, civil o su combinación con alguna preponderancia. Si es militar, serán las fuerzas armadas las que dominen y dirijan la organización social. Si es civil, puede quedar agrupada en partidos políticos o en movimientos sociales debidamente organizados y dirigidos mediante liderazgos impuestos por la fuerza de los hechos o de las armas, o bien a través de un sistema de representación política con procedimientos electorales más o menos auténticos.
La distinción entre democracia y dictadura se puede reducir a una mayor o menor intervención del Estado, con la consecuencia de una mayor o menor libertad para los habitantes de ese país hipotético, cualquier país. Para lograr dicha intervención estatal y su aceptación puede haber numerosos mecanismos de dominación política, a veces más sutiles y en otras ocasiones más autoritarios. Pero la presencia del Estado siempre será necesaria, al igual que siempre será necesaria su regulación a través de disposiciones de observancia obligatoria, el orden jurídico, en cuya cúspide se encuentra la Constitución, le siguen las leyes y luego las demás disposiciones obligatorias que derivan de ambas.
La historia política reciente de la humanidad durante el siglo pasado y lo que va del presente se ha caracterizado por dos hechos dominantes: la primera y la segunda guerra mundiales que materializaron la lucha por el poder a escala mundial, tanto durante el periodo bélico como en la posguerra. Las guerras regionales posteriores han sido consecuencia directa del reparto del mundo surgido de la segunda guerra, o bien porque los protagonistas locales se han adaptado o buscado su legitimación y apoyo en función de las metrópolis de poder mundial; cada una legitimada, a su vez, con una ideología y una forma de vida política y económica que su población acepta como las más convenientes -cuestión a definir por medios cuantitativos y cualitativos-.
La órbita política y económica en la que México se ha ubicado, por su cercanía geográfica con los Estados Unidos de América, ha sido la de las economías y democracias occidentales, aunque siempre con un notable retraso económico respecto a la metrópoli. La forma de gobierno y la inserción de las élites nativas nuestras en el ámbito mundial y regional ha tenido puentes de comunicación e interacción que han conocido los matices propios de sus protagonistas personales en ambos extremos de la interlocución. Pero las fuerzas políticas al interior del país -partidos políticos, fuerzas armadas, empresarios, sindicatos, iglesias, clases sociales y grupos emergentes- han contribuido, por su parte, aportando los matices aconsejados o impuestos por sus intereses, necesidades y reivindicaciones.
Lo hasta aquí expuesto materializa el gran telón de fondo frente al cual se desarrolla el cambio político iniciado en 2018 con la victoria electoral del partido Morena y de su fundador y candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador. Pero hay otras cortinas más cercanas que manan de ese primer telón. Encontramos así, de una parte, el presidencialismo mexicano ampliamente arraigado en la historia política nacional -aunque de 1997 a 2018 el presidente no tuvo mayoría en las cámaras federales-. Pero también una transición llamada a la democracia, iniciada para algunos en 1977 con la reforma política que amplió el número de partidos políticos y los fue dotando paulatinamente de mayores recursos, hasta llegar a la primera alternancia que permitió sacar de la presidencia al partido político que se reclamaba heredero de la Revolución Mexicana de 1910 -una guerra civil que permitió en su momento otro cambio de élite gobernante y la creación de una legión de políticos enriquecidos en el ejercicio del poder público, convertidos algunos en nuevos y poderoso empresarios o en sus socios; maridaje entre la política y la economía tan difícil de hacer desaparecer-.
La oferta política del candidato presidencial finalmente triunfante -y además con mayoría en ambas cámaras federales, después de dos intentos fallidos-, se basó en la denuncia de una mafia en el poder caracterizada por su ineficacia para resolver los grandes problemas nacionales -la pobreza y la desigualdad social, sin duda los mayores-, así como por su corrupción. El proyecto de cambio fue denominado cuarta transformación de la república con una suma de ofrecimientos propios de las campañas electorales, al interior de los cuales podía caber toda suerte de políticas públicas y sus contrarias. Pues la coalición finalmente triunfadora reunía tanto al Movimiento de Regeneración Nacional creado por AMLO -de ideología y práctica política heredada del nacionalismo revolucionario de antaño-, como un partido que se dice de izquierda ortodoxa, el Partido del Trabajo, y un partido más nacido de organizaciones religiosas evangélicas, el Partido Encuentro Social.
Una de las características del periodo llamado de transición a la democracia fue la negociación y compromiso de abundantes reformas constitucionales y legales en materia electoral, que finalmente permitieron elecciones pretendidamente auténticas con autoridades electorales supuestamente autónomas, independientes e imparciales. El actual presidente y los partidos en los que militó y también dirigió -Morena y, antes, el Partido de la Revolución Democrática- tuvieron una activa e importante intervención en la construcción de dichas reglas electorales y en los procesos de designación de las autoridades que las ponían en práctica.
Como era de esperarse por los observadores atentos, el liderazgo carismático del sempiterno líder opositor, AMLO, se transformó en un gobierno populista en la tradición nacional y latinoamericana reciente y lejana. La lógica política del nuevo gobierno ha sido la destrucción de los programas y obras de los gobiernos anteriores, sin que la viabilidad y pertinencia de los nuevos, ofrecidos y en proceso de realización, hayan logrado mostrar su eficacia y eficiencia, además de acumular los costos de la eliminación o clausura de lo antes emprendido.
Como ha sucedido en los gobiernos autoritarios latinoamericanos en las décadas recientes, el discurso populista ha ido acompañado de una cuidadosa puesta en práctica de medidas destinadas a afianzar el poder personal del presidente populista, ampliarlo y eliminar cualquier tipo de oposición institucional, partidista, empresarial o social. Sin que esto sea obstáculo para afirmar la vocación democrática y de respeto a las libertades, a las que su adhesión es reiteradamente manifestada por el líder.
Los detalles del triunfo, primero, y luego del ejercicio del poder presidencial durante esta etapa inicial de la cuarta transformación -los dos primeros años y medio de gobierno de AMLO- han sido empezados a reseñar con detalle en varios libros de entre los cuales destacan tres: Ladrón de esperanzas, de Francisco Martín Moreno; El presidente. Las filias y fobias que definirán el futuro del país, escrito por Leonardo Curzio y Aníbal Gutiérrez; así como El regreso a la jaula. El fracaso de López Obrador, de la autoría de Roger Bartra. Adicionalmente, diferentes analistas de comunicación social, en ejercicios semejantes al aplicado al entonces presidente Donald Trump, han detectado hasta 50 mil 324 afirmaciones no verdaderas expresadas por AMLO del 3 de diciembre de 2018 al 15 de abril de 2021.
Sin embargo, en este ejercicio de gobierno descrito a grandes trazos, hubo una decisión política que ha sido explicada con detalle en los artículos previos, la violación del texto expreso de la Constitución para prorrogar el mandato del actual presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; en la práctica, lograr su reelección mediante un cambio aprobado en sede legislativa cuando la elección del presidente de la Corte se realiza en sede judicial por sus pares. Los opositores al gobierno actual vislumbraron en este hecho un precedente o indicio del intento de reelección del presidente de la república.
Durante el debate legislativo correspondiente en la Cámara de Diputados, en la sesión del 15 de abril de 2021, Porfirio Muñoz Ledo, un político de la vieja escuela, extraordinario orador parlamentario, precursor e impulsor de la transición política ya señalada, actualmente diputado federal y en 2018 presidente de la Cámara de Diputados y del Congreso de la Unión -por lo que le tocó imponer la banda presidencial a AMLO, de quien ha sido aliado y compañero de luchas en los partidos en los que ambos han militado-, fijó con claridad la disyuntiva política actual. Es por ello que transcribo sus frases más elocuentes en dicha intervención.
“Lo que está ocurriendo en el país tiene dos visiones: estamos, por una parte, llegando a lo que algunos actores llaman bifurcación de la historia, este es un momento de no retorno, o nos vamos de un lado o nos vamos del otro; o nos vamos hacia la democracia o nos vamos al autoritarismo.”
“El dilema de Europa en los años treinta del siglo pasado, antes de la guerra: había un socialismo democrático y había un socialismo duro. ¿Qué pasó? Que la cercanía de los acontecimientos bélicos hizo que se dividiera en dos: de un lado quedó, en el frente popular, el socialismo democrático, y del otro lado el nacionalsocialismo, conocido como nazismo y como fachismo. Ese es el momento que estamos viviendo en la historia de México (énfasis propio)”.
El 6 de junio de 2021 próximo habrá elección para renovar la Cámara de Diputados, 15 gubernaturas, congresos locales, presidencias municipales, en total, más de 21 mil nuevos cargos públicos de elección popular. Del resultado de esta elección intermedia depende si nos dirigiremos a un cambio de régimen -de la incipiente democracia a la dictadura- o simplemente regresaremos al gobierno dividido en esta tercera alternancia, para avanzar con nuevos retos por el camino de la incipiente democracia mexicana que no se consolida aún.
Ciudad de México, 3 de mayo de 2021.
Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.
Profesor e Investigador. Doctor en Estudios Políticos por la Universidad de París (Francia) y doctor en Derecho por el Instituto Internacional del Derecho y del Estado (México); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas por la Universidad de Alcalá (España) y posdoctorado en Regímenes Políticos Comparados por la Universidad de Colorado, Campus Colorado Springs (Estados Unidos de América); tiene la Especialidad en Justicia Electoral por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (México).
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