Acarreo mortal

 

Joel Hernández Santiago

 

La cultura del acarreo es propia de los gobiernos mexicanos. De toda coloratura. Pero con frecuencia estos acarreos terminan en tragedia para quienes son llevados a mítines de apoyo al gobierno y sus políticos o funcionarios. Esta vez costó 19 vidas de oaxaqueños.  

 

Apenas el lunes 10 de febrero de este año, en su conferencia “Mañanera”, la presidente de México, Claudia Sheinbaum, confrontó a una periodista que ‘se atrevió’ a decir que hubo ‘acarreo masivo’ en la reunión-mitin del domingo 9 de septiembre en el Zócalo de la capital del país a la que convocó ella misma.

 

Según datos de gobierno, acudieron a la reunión algo así como 350 mil personas desde distintos estados del país. 

 

La periodista que preguntó a Sheinbaum sobre ese acarreo, del que ella misma, la reportera, tenía datos ciertos de cómo habían convocado en distintos estados a gente para venir a aplaudir los actos de gobierno federal, a agradecer la “defensa a la soberanía nacional” y que “México es libre, independiente y no se somete”: “Coordinación, no subordinación”, que es la narrativa oficial de hoy.

 

La presidente, evidentemente enojada, retó a la reportera que le preguntaba sobre el tema, para que mostrara pruebas de ese “acarreo”: ¿De dónde sacas que hubo acarreo? ¿Nosotros ya no somos como los de antes? -sic-, “No tenemos esas costumbres neoliberales” -sic-… Y así. 

 

La verdad es que el acarreo es el modo de los políticos de antes y de hoy, para mostrar músculo popular y autoengañarse pensando que, en verdad, ‘el pueblo bueno’ está con su gobierno y con sus gobernantes, al mismo tiempo se cree que el resto de la población nacional se cree eso de que todos los ahí presentes acuden por su emotiva buena voluntad para apoyar a los gobernantes y a sus gestiones y valerosa defensa nacional. 

 

Lo hacían los priistas. Lo hicieron los panistas cuando estuvieron en el gobierno federal por doce años (2006-2012). Hoy mismo en una verdadera obsesión llenar el Zócalo de la capital del país. 

 

Y en efecto, es un milagro de reunión porque el Zócalo es una plaza enorme: Mide 46,800 m², es decir, 195 metros de ancho por 240 metros de largo. Es la plaza más grande de México y de América Latina, y la segunda más grande del mundo. La más grande del mundo es la Plaza Xinghai, en la ciudad china de Dalian.

 

Pues a esta plaza que se llama de “La Constitución” es por la Constitución de Cádiz, de 1812, que aportó mucho a las consecutivas constituciones mexicanas. 

 

A las reuniones masivas en este Zócalo, o Plaza de la Constitución, acudieron, acuden y acudirán miles de mexicanos provenientes de todo el país, como fue el caso de este domingo. 

 

La multitud no llega por sí misma, por su propia voluntad política; en general son personas de escasos recursos reclutadas por políticos locales para aportar su ‘cuota’ de “gente” y así quedar bien con su jefe político, con el gobernador de la entidad o el presidente o la presidenta. Luego cobrarán la factura política.  

 

La convocatoria de la presidente mexicana al mitin de ese domingo 9 de febrero fue para dar a conocer “en plaza pública” la respuesta que daría al presidente de Estados Unidos de América, Donald J. Trump por su avalancha de amenazas de aranceles, de invasión a territorio nacional para perseguir al crimen organizado mexicano… Quería mostrar músculo popular al presidente de EUA. 

 

Pero de pronto Trump decidió aplazar un mes la aplicación de los aranceles en contra de la importación de productos mexicanos en Estados Unidos. 

 

Era el momento en el que la presidente mexicana debió cancelar el mitin de desagravio. Pero no lo hizo. Y sí dijo que se llevaría a cabo esta manifestación para tratar temas internos, como el tema de la Reforma Judicial que la tiene obsesionada, para cumplir la voluntad de Andrés Manuel López Obrador, su antecesor. 

 

Y la reunión fue. Y llegaron miles de camiones cargados de mexicanos que tendrían la tarea de aplaudir, gritar vivas, gritar consignas favorables al gobierno federal, a la presidente, a sus gestiones y a su defensa de la patria. Lo hicieron. La presidente se mostró satisfecha con esta expresión popular de apoyo a su gobierno. 

 

A esta reunión acudió un grupo de oaxaqueños atraídos por el senador morenista, Antonino Morales. Algún dinerillo, alimento magro y el viaje. Gente adulta de Juchitán, Oaxaca, del Frente Unido de Comunidades de Oaxaca (FUCO), organización del mismo Antonino Morales Toledo y quien, presuntamente, contrató el autobús siniestrado. Los adultos quisieron llevar a niños “para pasear y conocer la Ciudad de México”. 

 

El gobernador del estado, Salomón Jara lamentó lo ocurrido, aunque en cierto modo se deslindó de la tragedia. No existen los acarreos ni los acarreados, según su criterio. No obstante brindó su apoyo. 

 

La dirigencia de Morena no dijo ni pío. La presidente Sheinbaum tardó en reaccionar a la muerte de las 19 personas -y más heridos-. Ella negó acarreo de gente a su mitin del domingo, pero dijo que apoyaría a las familias de los fallecidos y a quienes están heridos.

 

Hoy nadie se hace responsable de lo ocurrido. Y lo más probable es que, como el caso de la tragedia en la Línea 12 del metro, se llegue “a un acuerdo” y todo quede en silencio. 

 

Pero la tragedia está ahí. Las muertes trágicas están ahí. Las familias dolientes están ahí. El dolor humano está ahí. El acarreo está ahí. Y seguirá estando, para aplaudir la grandeza de los gobiernos en turno.  ¿Hasta cuándo? 

Sé el primero en comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo no será publicada.


*