PITA AMOR

 

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

Hace muchos años -ya mayor ella, erguida y encorvada al mismo tiempo- la vi pasar del otro lado de la calle o tal vez pasé a su lado. Algo se adivinaba todavía de su avasalladora personalidad y de su espléndida belleza de juventud -pintada por Diego Rivera-, pienso, ahora que veo en la red sus fotos de diversas épocas de su vida y la recuerdo devotamente aquella tarde que la vi pasar.

También es considerada por algunos una de las mujeres más bellas de México y, sin duda -pero no se dice expresamente en la nota periodística que leí-, de las más talentosas.

Entonces -esa tarde- oí que alguien, otro transeúnte, dijo con un tono de admiración y sabiduría, pero también de desprecio o conmiseración -no lo sé-: “Es Pita Amor”.

No supe en aquel momento lo que ahora entiendo y digo: gracias a ella -y a mujeres como ella-, hoy, casi la mitad de ambas cámaras federales de mi país – la de Diputados y la de Senadores- está integrada por mujeres. Esa es la fuerza de la poesía. Pita Amor era poeta.

Terminó como una anciana empobrecida que deambulaba por la Zona Rosa gritando improperios y lanzando bastonazos, en una terrible vejez, dicen sus biógrafos.

Pero Salvador Novo la llamó la “Undécima musa” -inmediatamente después de Sor Juana-. Solo que, a diferencia de la monja jerónima -o tal vez también como ella, pero mucho más-, la de Pita Amor era una voz femenina transgresora, provocadora y controvertida; que manejó como nadie, además, el arte de la décima, así como sonetos y redondillas -esas formas de la liturgia literaria heredadas del Siglo de Oro español-. “Un caso mitológico”, la llamó Alfonso Reyes. Sus recitales poéticos llenaban teatros en la Ciudad de México, relata la reseña periodística publicada hace pocos días al cumplirse veinte años de su muerte, el 8 de mayo.

Una importante editorial prepara una antología de la obra de la poeta mexicana Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein (1918-2000). Mujer fascinante que no tenía temor a nada ni a nadie para describirse así:

“Soy perversa, malvada, vengativa/ Es prestada mi sangre fugitiva/ Mis pensamientos son muy taciturnos/ Mis sueños de pecado son nocturnos/ Soy histérica, loca, desquiciada;/ pero a la eternidad ya sentenciada”.

Pero también -y, sobre todo- sentenciada por ella misma para vivir una vida de liberación femenina; para exigir un lugar y una forma de vida que entonces era impensable en las mujeres mexicanas. Hoy, en las aulas universitarias -donde profesores y alumnos intentamos cada uno nuestra profecía-, en ocasiones hay más mujeres que hombres. En mi vida laboral profesional he tenido la fortuna y el privilegio de haber sido subordinado y colaborador de mujeres, compañero de trabajo de muchas otras.

Pero muchas de las mujeres jóvenes que hoy con energía buscan un lugar en la sociedad en forma adicional y paralela a su vocación materna, tal vez no sepan que esto que para ellas ahora resulta tan normal y cotidiano tuvo un costo muy alto para las mujeres que antes que ellas lo intentaron, aunque no lograron alcanzarlo. Pita Amor fue una de ellas -tuvo que perder un hijo, Manuelito, aún antes de su muerte prematura-. Espero que su antología poética muy pronto nos acompañe a sus admiradores y a sus deudoras.

Ciudad de México, 13 de mayo de 2020.

 

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