Guadi Calvo*.
Desde febrero de 2018, cuando el presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi, ordenó movilizar miles de efectivos militares y de las fuerzas de seguridad, en lo que se conoce como Operación Sinaí, contra la organización terrorista Wilāyat Sinaí (provincia del Sinaí), el mundo dejó de tener noticias de que pasa en una región que tiene poco menos que el tamaño de Irlanda, y una población cercana al millón y medio de personas. El ex general al-Sisi, el hombre al que nada menos que el presidente estadounidense Donald Trump llama: “Mi dictador favorito”, ha decidido esconder esa guerra que se disputa tanto en el desierto, las montañas, en ciudades y aldeas, con resultado incierto respecto a los costos de los civiles, puestos a resistir en soledad entre los dos fuegos. Ahora, que se preanuncia el final será la hora de contra las bajas de los inocentes y también y el modo en que se libró esa guerra,
El presidente al-Sisi, continua con el bloqueo informativo acerca de las acciones y resultados de lo que se conoce como Operación Sinaí, que desde febrero de 2018, con miles de efectivos se ejecuta en toda la península por parte de todas las fuerzas de seguridad del país, además del ejército, la fuerza aérea y la marina, con el fin de exterminar a los grupos terroristas que operan en esa región, y que en varias oportunidades, atacaron en pleno centro de El Cairo, y otros blancos fuera de la península. La Armada controla día y noche las costas del Sinaí para evitar que los takfiristas reciban apoyo a través del mar, mientras que la Fuerza Aérea, realiza patrullajes continuos en los cielos del norte del Sinaí, llegando a lanzar ataques con drones contra bases terroristas en las montañas.
El año pasado las fuerzas de operaciones del gobierno egipcio mataron a 353 terroristas, decomisaron 791 vehículos de diferentes tipos y destruyeron otros 268 vehículos de trasporte de carga y personal.
Se conoce que apenas iniciada la Operación Sinaí, el Departamento de Seguridad Nacional del Ministerio del Interior, son responsables de controlar la información, que llega a los medios de los periódicos a los que dieron claras instrucciones acerca de la aplicación de las reglas de la censura. Ya que el gobierno nacional, se justifica diciendo que: “la circulación de noticias amenaza la seguridad nacional y muestra que las fuerzas de seguridad no controlan la situación en teatro de operaciones”. Al tiempo que se considera que no hay razones para publicar noticias alarmantes, en momentos que no se está librado solo una guerra contra el terrorismo, sino también, hay que reforzar todas las fuerzas del estado para enfrentar al COVID-19, que está agotando las capacidades financieras y humanas del estado y los ciudadanos igual. A pesar de esta faltando al artículo 71 de la Constitución egipcia que dice: “Está prohibido censurar, confiscar, suspender o cerrar los periódicos y medios de comunicación egipcios de ninguna manera”.
Aunque algunas noticas consiguen romper el cerco establecido, obviamente noticias que beneficias al gobierno, como la que se conoció estos últimos días, acerca de lo sucedido el pasado 13 de marzo, sobre la muerte de uno de los principales jefes de la Wilāyat Sinaí (provincia del Sinaí) conocida anteriormente como Ansar Beit al-Maqdis, (Seguidores de la Casa de Jerusalén) el emir, Abu Fares al-Ansari, en la ciudad de Rafah, al norte de la península fronteriza con Palestina.
El líder abatido, de unos treinta años, es responsable de innumerables acciones terroristas, contra unidades militares y policías en los últimos meses, fue localizado en uno de sus refugios de la zona sur de la ciudad de Rafah, junto a otros cinco capitanes de la organización, por patrullas del ejército que cercaron el área, tras lo que se generó un importante intercambio de disparos. La muerte de al-Ansari, se suma a la ya importante lista de figuras abatidas de la banda wahabita, desde que el gobierno egipcio inició la represión contra el grupo compuesto por principalmente por militantes de la Hermanos Musulmanes, un importante grupo político religioso, con filiales en varios países árabes, que sirvió de apoyo fundamental durante el gobierno del ex presidente Mohamed Morsi, derrocado en 2013, momento en que se desató una verdadera cacería contra esa organización, muy activa en el interior egipcio. Miles de sus militantes murieron, armas en mano, resistiendo el golpe en las calles de El Cairo, mientras decenas de sus líderes fueron encarcelados, muchos de los cuales han sido condenados a muerte; ala la Wilāyat Sinaí, también lo conforman, veteranos del Daesh de Irak y Siria; miembros de tribus beduinas del Sinaí, tradicionalmente dedicadas al contrabando, por lo que conocen a la perfección la geografía de la península: sus pasos en las montañas, cuevas para refugios y almacenamiento de equipos y armamento y sus aguadas. A esta organización se suman muyahidines de Gaza, formados al calor de la lucha anti sionista.
El abatimiento de números jefes de la banda takfirista, es la gran carta ganadora del presidente al-Sisi, ya que la Wilāyat Sinaí, ha debido remover sus cúpulas en varias oportunidades, desacomodando a los mandos medios quienes todavía no estaban preparados para asumir las máximas responsabilidades al tiempo que justamente recae en los altos mandos de las organizaciones terroristas dependen en gran medida de sus líderes los contactos con los apoyos económicos, logístico y con aliados regionales e internacionales.
El 26 de marzo, por lo que se cree en venganza por el asesinato del emir al-Ansari, se filtró la información de un sabotaje con explosivos contra el sistema de distribución de electricidad, demoliendo las bases de cinco torres, inauguradas en febrero pasado con un valor de recientemente construida a un valor de era nueva y entró en funcionamiento en febrero para resolver la crisis de los repetidos cortes de energía. El proyecto en el que se habían invertido cerca de cuatro millones y medio de dólares. Cuando las patrullas militares junto a las cuadrillas de trabajadores llegaron a reparar los daños encontraron notas amenazantes tanto hacia los militares como los obreros.
La caída provocó el corte de energía a la capital de la gobernación del Sinaí Norte, la ciudad de el-Arish de más de 200 mil habitantes, y otras ciudades importantes de la región, como Sheikh Zuweid, de 70 mil habitantes y Rafah (Palestina) el único paso de ese territorio con Egipto y el pueblo de al-Kharouba en Sheikh Zuweid, durante más de tres días. Lo que hizo generó la interrupción del bombeo de agua, desde los pozos subterráneos en momentos en que la crítica situación sanitaria del mundo por la pandemia que se sobrelleva, está exigiendo la utilización de agua, para la higiene personal, esterilización y el lavado de manos, entre otras medidas preventivas, más que nunca. El hecho agravó la situación de los locales, generando una gran incertidumbre entre los vecinos, ya que están viviendo la “guerra” y las restricciones que impone el ejército egipcio, que actúa como una fuerza de ocupación.
Una fuente cercana a una fuerza de seguridad egipcia, reveló, que el día 28 de marzo la aviación egipcia, lanzó varios ataques contra bases terroristas fortalezas sur de Rafah, matando al menos veinte de ellos e hiriendo a otros seis. Además de provocar la destrucción de tres unidades, cuatro por cuatro, varios vehículos de transporte y motos.
El desborde del odio.
Durante años, el ejército egipcio y las fuerzas policiales han realizado acciones contra el antiguo Ansar Beit al-Maqdis, organización que a partir de 2014, tras abandonar a al-Qaeda, realizó su bayat (juramento de lealtad) a Abu Bakr al-Baghdadi, el por entonces líder y fundador del Daesh, y tomó el nombre de Wilāyat Sina. Opera especialmente en la zona norte de la península del Sinaí. Tras algunas acciones de gran repercusión mediática como el derribo del avión ruso Airbus A-321, en octubre de 2015, donde murieron los 220 pasajeros. El asalto, secuestro y asesinato de una treintena de cristianos coptos en un camino desértico en el oeste del país entre las localidad de al-Adua, que se dirigían en procesión al convento de San Samuel el Confesor, en las montañas de Qalamun, en mayo de 2017; el ataque de un militante suicida en la iglesia de San Pedro y San Pablo, que mató al menos 29 personas e hirió a otras 47 el 11 de diciembre de 2016; el doble atentado en la catedral copta de San Jorge en Alejandría el Domingo de Ramos, en abril de 2017, que provocó cerca de sesenta muertos y más de 200 heridos entre otro muchos igual de sangrientos, al tiempo que otros objetivos contra centro turísticos, lo que redujo drásticamente la entrada de divisas por ese rubro el principal para la economía egipcia obligó a el general al-Sisi, a declarar esta guerra sucia contra el integrismo wahabita. Que a pesar del tiempo transcurrido y la asimetría entre ambos bandos, sigue resistiendo con fuerzas, produciendo ataques contra puestos policías y sabotajes explosivos contra diferentes líneas de abastecimiento, tanto eléctricas, petrolíferas y gasíferas. Hombres armados volaron el gasoducto que conecta Egipto e Israel, en la noche del 2 de febrero en Bir al-Abed, Sinaí Norte, a unos 80 kilómetros al oeste de al-Arish. El ataque no fue reivindicado por ninguna organización, al tiempo que las autoridades egipcias no han hecho comentarios. Desde el 15 de enero pasado, Egipto comenzó a importar gas del yacimiento sionista Leviatán, en un acuerdo global millonario, que también involucra a Jordania.
Las operaciones terroristas en lo que va de 2020, han disminuido de manera notoria a comparación con el del año pasado. Desde primeros días de enero, han sido solo cuatro los ataques en Norte del Sinaí, incluido el sabotaje contra el oleoducto y a las torres del tendido eléctrico. Durante 2019, los ataques en el Sinaí fueron 45 ataques, claramente menor a los 169 de 2018. Lo que preanuncia en final de la guerra escondida del general al-Sisi.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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