Desde el 23 de enero, fecha en la que el Presidente de la Asamblea Nacional Juan Guaidó juró como presidente interino, se han convocado en Venezuela tres grandes manifestaciones. Desde el principio, el objetivo de la oposición ha sido revitalizar el espíritu de regeneración que intermitentemente ha brotado en el país y el fin último es que el régimen chavista colapse para dar paso a la transición.
Guaidó y su partido Voluntad Popular, presidido por el preso político Leopoldo López, así como otras formaciones del bloque opositor como Primero Justicia,cuyas figuras están esparcidas en el exilio o bajo arresto como el líder estudiantil y diputado de la Asamblea Nacional Juan Requesens, son conscientes de que cada paso puede ser decisivo en la balanza del poder. Avanzan en la cuerda floja, con el aparato represivo del Gobierno de Nicolás Maduro pisándoles los talones, pero saben que el raquítico castillo de naipes de la revolución bolivariana podría saltar por los aires.
La tercera jornada de movilizaciones en Caracas y otros puntos del país se ha celebrado con motivo del Día de la Juventud. Y es que si a algo le deben los venezolanos el impulso incansable por deshacerse de la pesadilla que instauró Hugo Chávez hace 20 años, es al movimiento estudiantil que en distintas etapas ha salido a las calles para defender la recuperación del estado de derecho. Evitando las balas y ataques de la policía represora, luchan por que se genere la transición, y de ahí el mensaje que Guaidó y la oposición le reiteran una y otra vez al ejército: que deje de reprimir al pueblo y en vez de obstaculizar la entrada de la tan necesitada ayuda humanitaria que se una a la voluntad de una sociedad que, fatigada por la escasez y la hambruna, está lista para dejar atrás el fallido experimento comunista.
A pesar de la legitimidad que le confieren el respaldo internacional y el apoyo de Washington, el presidente interino sabe que su gobierno paralelo, con cargos que ha designado en el exterior en busca de alianzas y logística, no se sostiene si a medio plazo no consigue materializarse que haya elecciones libres y que un nuevo ejecutivo tome las riendas de las instituciones que hasta el día de hoy maneja Maduro. En el delicado equilibro de esta guerra de nervios y de pulso político, los que pueden romper la baraja son los militares en un marco de desmoralización general que los lleve a abandonar el barco semihundido. O una facción del generalato saca del poder al gobernante, bajo la garantía de que se cumpliría la amnistía que promete el bloque opositor como incentivo para que se produzca una implosión.
O sea, Guaidó y todo el engranaje de la oposición que desde hace meses teje la telaraña del cambio apuestan a que se produzcan imágenes similares a las que pasaron a la historia en la Primavera de Praga, cuando en el invierno de 1968 los checos tomaron las calles con el sueño de acabar con el totalitarismo. Pero anhelan que el suyo sea un final feliz, muy distinto al de las flores marchitas con los tanques soviéticos avanzando en un verano que aplastó en Checoslovaquia la esperanza de una apertura.
Una vez más los venezolanos temen que este nuevo intento se desinfle en la lucha desigual contra el Gobierno. El novelista Milan Kundera, que vivió la Primavera truncada en Praga, escribió “La fuente del miedo está en el porvenir, y el que se libera del porvenir no tiene nada que temer”.
Con información de el mundo
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