Joel Hernández Santiago
En 1803, por impulso del entonces presidente republicano Thomas Jefferson, Estados Unidos adquirió el territorio francés en América del Norte: La Luisiana. Fue como abrir una puerta para los estadounidenses hacia el sur. A la vista estaba México, y querían México…
Poco tiempo después, en 1836 Texas se separó de México, ya independiente. La indefinición por entonces era la creación de la República de Texas, pero nada, en 1845 se concretó la anexión del territorio texano a los Estados Unidos de América.
Aquello era prácticamente territorio abandonado por México que por entonces se enfrascaba en sus pleitos internos por hacerse del gobierno, centralistas contra federalistas; liberales contra conservadores, todos en pugna, mientras tanto, de forma subrepticia, el gobierno de EUA enviaba colonos estadounidenses a Texas, cada vez más, de tal forma que se facilitara la separación y luego la anexión, como ocurrió.
Más tarde sucedió la guerra abusiva contra México entre 1846 y 1848. Estados Unidos ganó la batalla y con artilugios y traiciones internas en un México dividido, logró ampliar su territorio aún mucho más. La victoria estadounidense en aquella contienda reportó a EUA el acceso al Pacífico a través de California, lo que se complementaba con la adquisición de Oregón con el tratado firmado en 1846 con Gran Bretaña.
México perdió la mitad de su territorio y EUA sumó vastas proporciones territoriales de México hasta el punto de conseguir una extensa porción de tierra a lo largo de la costa del Pacífico Norte, gracias a lo que se convirtió en un país de dimensiones continentales y la potencia que es hoy.
“La historia es la maestra de la vida” dice el padre de la historia, Heródoto. Y sus lecciones han dejado en México un enorme resquemor respecto de los Estados Unidos, país con el que se tiene que convivir en una vecindad inevitable y con el que de tiempo en tiempo surgen los conflictos y la defensa mexicana por mantenerse soberano y libre.
Por estos días el presidente reelecto de EUA, el republicano Donald J. Trump, lanza amenazas a diestra y siniestra para intimidar tanto a Canadá como a México, sus vecinos del norte y del sur.
Es su estrategia favorita basada en “la amenaza mexicana”, en lo que insistía-insistía-insistía. Todos los males de EUA -dice- provienen de la frontera con México: “Hay que cerrarla y llevar a cabo expulsiones masivas de migrantes” -naturalmente su idea inicial era enviarlos a México, toda vez que esa gran mayoría entra a EUA por el país del sur, según recrimina.
El paso siguiente fue amenazar con aranceles del 25 al 75 y hasta el 200 por ciento para productos provenientes de México. A Canadá le aplicaría sólo el 25 por ciento. Esto en tanto sus vecinos no contuvieran el ingreso del fentanilo a los Estados Unidos… Su llamado pegó en el valor del peso mexicano y generó un ambiente de nerviosismo, oculto, en el gobierno de Claudia Sheinbaum.
Y ahora resulta que dice que sería bueno que México pasara a formar parte de la Unión Americana. Que México dejara de ser un país independiente para ser parte del territorio e intereses tanto económicos como estratégicos del gobierno de Trump… Él lo dijo así:
“Estamos subvencionando a Canadá con más de 100 mil millones de dólares al año. Estamos subvencionando a México con casi 300 mil millones de dólares. No deberíamos. ¿Por qué subvencionamos a estos países? Si vamos a subvencionarlos, que se conviertan en un estado” de Estados Unidos, indicó en entrevista en el programa Meet the Press, de la cadena estadounidense NBC News.
Insistió en que “estamos subvencionando a México, a Canadá y a muchos países de todo el mundo. Y todo lo que quiero hacer es tener un campo de juego nivelado, rápidamente, pero justo”.
Lo dicho por Trump no dejan de ser fanfarronadas de un enloquecido presidente electo del país del norte. El tema es que allá -como acá el caso de los morenistas- se toman muy en serio los dichos de su presidente, quien coloca en su estado de ánimo la posibilidad de hacerse de México.
No ocurrirá. Sin lugar a dudas no ocurrirá. Pero sí ocurrirá que esto generará un ambiente hostil entre la mayoría votante del republicano, entre aquellos fundamentalistas que creen en la grandeza del espíritu calvinista americano, el de redimir al mundo de todos sus males y, qué mejor, según ellos, que hacerse de los países débiles y en crisis interna.
El gobierno mexicano tiene la obligación de anotar cada una de las propuestas de Trump y cada uno de sus actos estratégicos que pudieran perjudicar a México. Y actuar en consecuencia cuando sea presidente a partir del 20 de enero próximo.
Ya no es el siglo XIX con toda aquella debilidad tanto institucional como política en México. Hoy, por más que los mexicanos haya elegido a un gobierno débil por lo que respecta a su falta de personalidad propia, sigue siendo México.
El gobierno nacional deberá responder punto por punto a los dichos y hechos de Trump y sus payasadas, por medio de la diplomacia pero también por medio de la negociación y la fortaleza nacional basada en un mercado internacional que podría abrir sus puertas a una competencia ajena a los Estados Unidos que les podría afectar a su economía y a su soberanía.
Los grandes problemas nacionales deberemos resolverlos los mexicanos y nadie más que los mexicanos. Pero para eso se necesita un gobierno fuerte, de unidad nacional y no polarizante como fue el de López Obrador y como parece ser el de hoy mismo, con Claudia Sheinbaum.
Sólo si cuentan con los mexicanos, todos los mexicanos, el gobierno mexicano podrá plantar cara a las amenazas de Trump y sus marrullerías y faramallas. Para eso se requiere un gobierno fuerte en lo económico como en lo político, la unidad nacional en torno a un proyecto de Nación y su defensa.
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