¿UNID@S HASTA QUE LAS CANDIDATURAS LOS SEPAREN O CAMBIO DE RÉGIMEN POLÍTICO?

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

 

Un conjunto de organizaciones de la sociedad civil -Unid@s, #Seguimos en marcha, #Marea Rosa- que agrupan a muchas organizaciones más celebraron -el lunes 17 y el martes 18 de abril de 2023. en un auditorio ubicado en el centro de la Ciudad de México el foro denominado “Unidad y gobiernos de coalición”. Como hace varios años fue publicado por la Editorial Flores mi libro de título “Técnica Legislativa, Control Parlamentario y Gobiernos de Coalición” -que hasta donde estoy enterado es el único libro de autor mexicano que expresamente estudia los gobiernos de coalición-, desde luego que me propuse asistir al evento.

 

El hecho de que en México no se hayan estudiado ni se conozcan los gobiernos de coalición es por varias razones. La primera es porque la figura de los gobiernos de coalición apareció en el texto de la Constitución Federal apenas hasta el año 2014, como resultado de los acuerdos conocidos como “Pacto por México”, al inicio del gobierno del presidente de la república anterior al actual en funciones. Pero hay varias razones más.

 

Las coaliciones o alianzas entre los partidos políticos pueden ser por lo menos de los tres tipos siguientes: coaliciones o alianzas electorales, parlamentarias y de gobierno. Las alianzas o coaliciones electorales en nuestro país ya tienen mucho tiempo de practicarse. Durante el régimen político del anterior partido hegemónico que después se convirtió solo en partido dominante -y un tiempo fue partido único-, los partidos satélites que giraban a su alrededor -hasta que se cansaron- habitualmente concurrían a las elecciones presidenciales postulando al mismo candidato presidencial -y entonces postularon al ingeniero Cárdenas-. El actual partido dominante, en vías de convertirse en hegemónico -si no lo es ya, que ganas no le faltan-, también ha practicado las alianzas o coaliciones electorales. 

 

Hacia finales del siglo XX, una vez que el entonces partido hegemónico perdió la mayoría de tres cuartas partes en la Cámara de Diputados y por lo tanto ya no pudo reformar por sí solo la Constitución General, se vio en la necesidad de establecer alianzas o coaliciones legislativas. Los dos ejemplos más notorios de coaliciones o alianzas legislativas -y notables por sus resultados- sin duda que han sido las coaliciones legislativas que dieron origen a las reformas político-electorales de 1996 y las que permitieron otro conjunto de reformas, ya no solo limitadas a la materia político-electoral, en 2012-2014.

 

Como ya lo mencioné anteriormente, fue en las reformas político-electorales de 2014 que se incluyó la facultad del presidente de la república para optar por un gobierno de coalición. Se trata de una auténtica primicia o innovación en nuestro régimen constitucional presidencial, donde nunca las coaliciones electorales y legislativas dieron paso a gobiernos de coalición, a pesar de que hubiese habido el convenio y el programa de gobierno correspondientes -implícito uno y expreso el otro, como sucedió con el “Pacto por México”-.

 

La razón es que los gobiernos de coalición son propios de las constituciones que establecen gobiernos de tipo parlamentario -y también de tipo semiparlamentario o semipresidencial, como el de Francia-. Por lo que en realidad un gobierno de coalición es en sí mismo un cambio de régimen político. Se transita de un presidencialismo hegemónico, autoritario, dominante o como usted lo quiera llamar a un presidencialismo acotado por un convenio de coalición y un programa de gobierno de coalición. 

 

Razón por la cual el presidente anterior tuvo el doble buen cuidado de que la vigencia de esa reforma constitucional pactada iniciara justo hasta terminar su gobierno -para que sus socios en el “Pacto por México” no le fueran a pedir formar gobierno-, y el de no prever una ley reglamentaria -pues eso de limitar el poder presidencial no está en los usos y costumbres de las élites políticas nacionales; parece que hasta ahora y eso por pura necesidad-. El nuevo presidente en funciones ha tenido el cuidado de no hacer uso de dicha facultad presidencial ni de iniciar una ley secundaria que regule las coaliciones. Pues para efectos prácticos los secretarios del despacho, libremente nombrados y removidos por el presidente, en un gobierno de coalición se convierten en ministros -como los de un régimen parlamentario o semiparlamentario- que no pueden ser removidos ni nombrados con igual libertad por el presidente porque se rompería la coalición gubernamental -que en el caso que nos ocupa ahora se supone que les permitirá ganar la elección-; así de fácil y de difícil -por eso de la falta de cultura política democrática en las élites políticas y en el electorado-.

 

Desde luego que el gobierno federal actual llegó a la presidencia gracias a una alianza o coalición electoral y, más tarde, puede sacar adelante su programa de gobierno -si es que lo hay, aunque algunos digan que es nada más una serie de ocurrencias y caprichos- gracias a alianzas o coaliciones legislativas en ambas cámaras federales. Pero esto no ha sido suficiente para que invite a sus socios electorales y legislativos a formar gobierno. Y si éstos no se lo exigen pues con su pan que se lo coman -hasta que se cansen de tanto comer, pues ya veremos qué propone la alianza o coalición oficialista en 2024 que no sea más de lo mismo-.

 

Ahora comprenderá usted mejor, amable lector(a), las razones por las cuales no podía dejar de asistir al foro “Unidad y Gobiernos de Coalición”. Desde mi perspectiva, se podía tratar del anuncio de una propuesta efectiva de cambio de régimen político hecha nada menos que por los mismos previsibles candidatos presidenciales de los partidos opositores al gobierno federal en funciones, unidos además con organizaciones de la sociedad civil; justo las que organizaron las dos grandes manifestaciones el año pasado y el actual; una en el Monumento a la Revolución y la otra nada menos que en el zócalo de la Ciudad de México, más las que vengan.

 

Para mi buena fortuna, y la de todos los que hayan asistido o seguido el evento por redes sociales, en la práctica se trató de una pasarela de todas y todos los aspirantes a candidatos presidenciales que en su momento buscarán ser postulados por una coalición o alianza de los partidos opositores. Con la buena noticia de que todas y todos -con mayor o menor énfasis y enjundia- se comprometieron a optar por un gobierno de coalición desde la oferta política partidista que permita su postulación. Pues de otra manera no podrán ser candidatos de la coalición correspondiente, según parece, si es que la hay.

 

Desde luego que esa buena fortuna no se limitó a este compromiso político democrático expreso o implícito -aunque para algunos parezca solo un buen deseo difícil de materializar-. Además, hubo expositores académicos especialistas en los diferentes temas abordados -cambio de régimen, perspectiva constitucional, sociedad civil, seguridad pública y política económica-, que ilustraron el contexto del debate al inicio de cada mesa del foro y al finalizar. Todos ellos especialistas que dominan su materia, aunque destacaron de manera natural la experiencia y solidez de Diego Valadés, jurista eminente, así como el buen humor e ironías de Macario Schettino, no se diga las remembranzas y el testimonio de Jesús Reyes Heroles respecto a la transición chilena a la democracia; José Antonio Crespo, Luis Carlos Ugalde y José Ramón Cossío fueron puntualmente descriptivos pero no formularon propuestas concretas como Valadés; a Guillermo Valdés no lo pude escuchar en vivo pero lo haré en video.

 

Pero lo mejor de todo fue haber confirmado que hay un numeroso grupo de mexicanas y mexicanos con experiencia de gobierno y con una visión muy clara de las cosas que deben cambiarse para beneficio del país frente a la necesidad real de una nueva alternancia en el ejecutivo y en la mayoría en las cámaras federales. Una continuidad y consolidación del cambio ocurrido en 2021, cuando la oposición en su conjunto obtuvo 23 millones de votos y la coalición gobernante solo 21 millones de votos. Además de que la votación con motivo de la consulta sobre la revocación del mandato al presidente en funciones fue mucho menor; de haber sido mucho mayor ya estaríamos en los prolegómenos bien encaminados de una reelección presidencial -aunque con la seducción a los militares nadie sabe lo que pueda pasar-.

 

Desde luego que todas y todos los expositores forman parte de las anteriores élites gobernantes. No podía ser de otra forma, por lo menos por dos razones. Porque para tener experiencia de gobierno hay que haber gobernado. Pero también porque solo los partidos políticos tienen la posibilidad de registrar candidatos; la sociedad civil por más organizada que esté pues de plano parece que no podría. Toda vez que las candidaturas independientes requieren de un proceso bastante complicado para obtener el registro -además de que hay que tener candidato- y, también, porque al menos la de gobernador triunfante como candidato independiente que ya hubo no fue una experiencia que dejara muchas ganas de repetirla. Creo que fue Churchill el que dijo que no hay nada peor que un político profesional, salvo un político no profesional -siempre que no abusen, agregaría yo-.

 

Puesto que hay un buen número de electores que quedaron insatisfechos con los resultados de los gobiernos anteriores y encontraron en el nuevo presidente en funciones actualmente -y la nueva mayoría legislativa en funciones también- una alternativa viable -según ellos, aunque al parecer ya muchos se decepcionaron-, los grandes retos de la coalición opositora me parece que por lo menos son los siguientes.

 

El primero es consolidarse como coalición opositora, pues son muchas las tentaciones y obstáculos para no llegar a esa meta. La primera y fundamental será la tentación -y la presión interna- de postular candidatos propios no solo para la presidencia sino para todos los demás cargos públicos a elección -pero también la presión externa de ya saben quién con sus caballos de Troya-. Una vez salvado este escollo será más fácil conciliar el convenio y el programa de gobierno respectivos -que es otro campo minado, sobre todo cuando le pongan cifras-. Pero todavía les quedaría otra tarea mayúscula: convencer a la mayoría del electorado de que no repetirán más de lo mismo. Es decir, que no volverán a cometer los errores que hicieron que 30 millones de electores votaran por el candidato de un partido entonces de reciente creación y le dieran una mayoría legislativa que no le habían dado a otro presidente desde 1994.

 

Por fortuna, como ya lo señalé, el gobierno de coalición es un cambio de régimen político en sí mismo. Aunque esto que usted y yo ahora entendemos muy bien habrá que explicarlo a todo el electorado y esperar que éste valore sus beneficios. Pero, además, mientras los avances democráticos no se reflejen en el bolsillo o bienestar de los electores, será difícil que muchos de ellos cambien de opinión si ven en peligro el dinero en efectivo que reciben con los programas sociales ineficientes económicamente, pero de gran efectividad clientelar -aunque haciendo cuentas no sea tanto dinero regalado pero muy bien vendido, sobre todo por las mañanas-. 

 

No importa que esa ineficiencia se refleje diariamente en la mala calidad de los servicios públicos que dichos electores reciben cada vez que los requieren -o que ni siquiera de mala calidad los reciban-. Luego entonces hay una pedagogía social formidable a emprender. Esperemos que la paciencia, el tiempo y los recursos destinados a lograrlo sean suficientes. Así como que los candidatos -el o la presidencial y los demás (nueve candidat@s a gobernadores en 2024, por ejemplo, que hasta el momento nadie ha dicho si también serán de coalición electoral para formar gobiernos locales de coalición)- expongan de manera clara y convincente estos hechos, dichos y expectativas.

Ciudad de México, 18 de abril de 2023.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e Investigador. Doctor en Estudios Políticos (Francia) y doctor en Derecho (México). Posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas (España) y en Regímenes Políticos Comparados (EUA). Autor de libros de Derecho Público, Privado y Social; Administración Pública y Ciencia Política; sus libros se encuentran en librerías y en Amazon.

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