En los usos y costumbres del sistema político mexicano todo el mundo tenía claro el mantra “El que se mueve no sale en la foto” como una de las reglas fundamentales de cualquier aspirante que quisiera mantenerse con vida en la carrera de la sucesión presidencial. Con la transición democrática en el año 2000 la cosas fueron cambiando gradualmente: Desde Guanajuato, Vicente Fox se adelantó a todos destapándose tres años antes de la elección y Felipe Calderón hizo lo mismo en 2004; mientras que la nominación de Peña Nieto estuvo definida gracias al apoyo mayoritario de sus pares gobernadores, la fallida candidatura de José Antonio Meade dentro del oficialismo revivió la autocontención pública de los contendientes.
Todo eso ha quedado atrás ya que la nueva regla instaurada por el obradorismo es la de que “Hay que moverse para salir en la foto”. El cónclave de Toluca del pasado 12 de junio representa no sólo una ruptura más con las viejas prácticas del sistema político, sino un método de resolución de la sucesión presidencial al interior del partido oficial de cara a la ciudadanía, incluso en sus desafectos con respecto a la legítima aspiración de Ricardo Monreal por participar y diferir con el método de elección.
El destierro de Monreal, decretado ya por López Obrador, es el mensaje más preocupante del cónclave por consolidar una carrera mutuamente excluyente en la que cada contendiente no reconoce las aportaciones de sus compañeros de movimiento para la construcción y consolidación de la Cuarta Transformación.
Porque quien sea que termine ganando la encuesta, deberá reconocer las aportaciones de los demás para con ello formar un programa de gobierno que pueda dar continuidad a lo que se ha hecho bien y corregir el rumbo en donde al gobierno le ha faltado capacidad.
Quien obtenga la candidatura, debe reconocerle a Claudia Sheinbaum que la creación de la Agencia Digital de Innovación Pública en la Ciudad de México ha sido un acierto inobjetable que debe replicarse en todas las zonas metropolitanas del país para garantizar la sistematización de procesos, acceso a derechos y un desarrollo urbano resiliente.
Quien obtenga la candidatura, no puede menospreciar que con Marcelo Ebrard se ha retomado el liderazgo en América Latina, el cual se debe profundizar para avanzar en la integración de nuestras sociedades de cara a un entorno global profundamente complejo.
Quien obtenga la candidatura, no puede negar que los tabasqueños bajo el liderazgo de Adan Augusto representan el sentido de acuerpamiento y trabajo en equipo que tanta falta le ha hecho al gobierno en muchas áreas que no han funcionado como se esperaba.
Quien obtenga la candidatura, no puede regatearle una pizca al trabajo legislativo de Ricardo Monreal en el Senado para darle cauce a una bancada tan obradorista como heterogénea y que no obstante ha construido consensos, representando hoy un dique de diálogo ante la estridencia y la polarización.
Cada uno de los logros de los aspirantes tiene que encontrar cabida, porque si no se integran las luces, será muy complicado dar respuesta a los múltiples pendientes que dejará este gobierno: una política educativa a la deriva después de la pandemia, penetración del crimen organizado en territorios y sectores económicos estratégicos, un sistema de salud inacabado y una transición a energías renovables que deja mucho que desear; por poner algunos ejemplos.
La disyuntiva es sencilla. La Cuarta Transformación sobrevivirá unida o se hundirá por separado.
Rodolfo Castellanos es politólogo por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y Maestro en Antropología Social por la Universidad de Sussex.
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