Es inadmisible creer que los Estados Unidos no habían tenido en cuenta la consecuencia que podría acarrear su retiro del noreste de Siria y cuál iba ser la actitud del presidente turco Recep Erdogan, que ahora está libre para alejar a los kurdos de la frontera turco-siria y aniquilar Rojava, el enclave kurdo, en el norte sirio, que podría resultar siendo el embrión del tan deseado estado kurdo.
Ankara y Washington fueron dos muy viejos conocidos, desde finales de la II Guerra Mundial, hasta el intento de golpe contra Erdogan en julio de 2016, cuando los presidentes Trump y Erdogan parecieron tomar rumbos distintos y la intensa relación entre ambas naciones fundamentalmente en el plano militar y de la inteligencia, comenzó a enfriarse.
Durante siete décadas Washington, en el marco de la Guerra Fría y más allá, asistió a las fuerzas armadas turcas, con ingentes recursos materiales, entrenamiento y formación de su oficialidad, lo mismo ha sucedido en el plano de la inteligencia formando a cientos o miles de agentes por lo que creer que esos setenta años de relaciones, no hayan dejado en los militares turcos una fortísima impronta de dependencia ideológica y que la CIA no tenga agentes infiltrados en el complejo engranaje militar del país euroasiático es ingenuo o intencional.
Por otro lado Erdogan, un hombre que no es un outsider de la política, es muy bien conocido por el Departamento de Estado cuyo giro hacia Rusia y China, de los últimos años también habrá sido minuciosamente analizado y monitoreado por las especialistas del Pentágono. También son norteamericanas las armas que Turquía utiliza desde hace décadas para combatir las luchas reivindicatorias del Partiya Karkerên Kurdistan (Partido de los Trabajadores de Kurdistán) o PKK en una guerra sucia que se libra en el sudeste del país a la vista de todo el mundo y a pesar de eso, son siempre escasa las voces que denuncian el genocidio.
La embestida por parte de Erdogan contra las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF), y las Unidades de Protección del Pueblo (YPG), ya ha provocado la muerte de cerca de mil peshmergas (combatientes), un número desconocido de muertos civiles y el desplazamiento de 100 mil refugiados kurdos.
La hipocresía, quizás sea el músculo más ejercitado de Trump, y es lo que le ha permitido sorprenderse por la virulencia de estas acciones, cuando es claro que esta jugada no es más que una operación estratégica, para poder decir adiós al conflicto sirio, con la vista puesta en las elecciones norteamericanas de noviembre del 2020, pero de alguna manera intentando mantenerlo abierto, para poder volver cuando la oportunidad y los intereses norteamericanos lo requieran.
La aventura contra Siria desde 2010, en los tiempos de la Primavera Árabe, que intentaba derrocar al presidente Bashar al-Assad y particional el país en tres o cuatro estados para, entre otros objetivos, arrebatarle a Moscú y a Teherán, un fiel e histórico aliado. Esa “revolución libertadora” contra al-Assad, representó y sigue representando una inversión multimillonaria por parte de los Estados Unidos y un importante números sus aliados occidentales particularmente: Francia y Reino Unidos y de la región: las monarquías sunitas del Golfo Pérsico e Israel, en recursos y vidas para que todo haya sido en vano, por lo que los objetivos siguen siendo los mismos, más que ahora se ha consolidado la alianza Moscú, Beijing, Damasco y Teherán, con la que Ankara también coquetea.
Por lo que el reciente acuerdo de 13 puntos, que se conoce como el “acuerdo de Ankara” al que llegó el vicepresidente Mike Pence con Erdogan que implica un alto el fuego de 120 horas y una “zona de seguridad” para Turquía, indefinida en sus límites y de donde la artillería pesada turca no será removida, hasta ahora no es más que una nueva estación del Vía Crucis del pueblo sirio.
Todo ha quedado demasiado prolijo, la amenaza de sanciones estadounidense contra Turquía fue suspendida y su presencia en la zona fronteriza turco-siria fue santificada, por lo que al presidente al-Assad, se le aleja la posibilidad de unificación del territorio, dar por terminada la guerra y comenzar la reconstrucción de un país devastado hasta los cimientos.
Turquía mantendrá 440 kilómetros desde el Éufrates hasta la frontera con Irak, y otros 32 kilómetros en el interior de Siria, que llegan hasta la autopista M4, que corre de este a oeste a través de la región, marcando la línea detrás de donde tendrán que reubicarse las poblaciones kurda al tiempo que los peshmergas, de todo ese sector tendrán que entregar sus armas pesadas.
El martes 22 el presidente turco viajará a la ciudad rusa de Sochi, para entrevistarse con el presidente Vladimir Putin, con quien tendrá que consensuar la nueva situación, lo que sin duda obligará al líder ruso, un gran jugador en el campo de la realpolitik, a un trabajo de alta cirugía diplomática, para que Erdogan no provoque más daños en la exhausto pueblo sirio.
Los sospechosos de siempre
Las autoridades kurdas en Siria mantienen a cerca de 12 mil hombres pertenecientes al Daesh y a al-Qaeda, en diferentes prisiones en el norte de Siria y a unos 70 mil familiares de esos cautivos en el campamento de al-Hol, en la provincia siria de al-Hasaka, por lo que se corre el peligro, que tras el caos producido por la invasión turca, sus “hermanos” intenten alguna operación de liberación en esas prisiones. Algunos informes mencionan que ya se han producido algunas fugas lo que podría nuevamente en acción a los fundamentalistas, que estaba prácticamente derrotados.
Las última posiciones del Daesh en la ciudad Baghouz, cayeron en marzo pasado, por lo que los sobrevivientes se diseminaron en las áreas rurales, entre los que se cree estaba el Califa Ibrahim, (Abu Bakr al-Bagdadí) el líder de la organización, buscando reorganizarse y atacando patrullas de las SDF. Mientras que en las ciudades de Raqqa y Dayr az Zawr, antiguos bastiones terroristas algunas células recolectan información para preparar, asesinatos, ataques suicidas, secuestros para financiarse y apoyo de las tribus sunitas locales para iniciar una nueva ofensiva.
La banda fundada por Osama bin Laden al-Qaeda y dirigida desde su muerte por el inhallable Ayman al-Zawahiri, también está aprovechando la nueva situación de SDF, para movilizar sus hombres hacia el oeste sirio, tras haber abandonado a principio de año la provincia de Idlib, expulsado por la coalición libertadora encabezada por el Ejercito Árabe Sirio (EAS).
El golpe a las organizaciones terroristas dado por el EAS, con colaboración de Rusia, Irán y el Hezbollah libanes, ha provocado desde 2017 hacia el interior de las bandas wahabitas, que operan en Siria, como el frente al-Nusra, afiliada a al-Qaeda, micros sismas que reconfiguraron el mosaico terrorista dando la aparición de nuevas bandas como Hurras al-Din, (Guardianes de la religión) liderado por Abu Humam al-Shami, un veterano de la guerra.
La invasión turca ha permitido que los grupos terroristas que no habían sido aniquiladas totalmente, comiencen a dar muestras de su resurrección. El objetivo de Ankara que ahora se centra en exterminar Rojava, permitirá otra vez el libre movimiento de las células del Daesh y al-Qaeda, en esa región.
Más cuando el SDF parece incapaz de contener a los miles de muyahidines en sus prisiones y a sus familiares en el campamento de al-Hol. Lo que una fuga masiva permitiría que una vez más se vuelva a encender el noreste sirio y que estas organizaciones puedan filtrar combatientes para generar caos es las ciudades y zonas liberadas.
Por su parte las SDF, enfrentadas al gobierno central de Damasco han intentado ahora un acuerdo con el presidente al-Assad, quien ya había enviado tropas del EAS, para mantener la integridad territorial de su país, repeler la presencia turca y recuperar el control de las norteñas ciudades de Manbij y Kobani.
De afianzará el presidente al-Assad, chiita de la secta alauita, en el noroeste del país, y si la presión de Putin a Erdogan, fracasara el martes 22, provocará la reacción de los sunitas, situación que volverá a ser utilizada por el fanatismo wahabita, para reclutar más hombres a las hueste de al-Bagdadí o de al-Zawahiri, e intentar llevar todo al punto cero, aunque el margen para ellos también es muy estrecho, si de alguna manera no fueran a ser financiados otra vez por las monarquías wahabitas y los Estados Unidos, interesados siempre en mantener el fuego.
– Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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