Partidos políticos en extinción

Joel Hernández Santiago

 

Hoy los partidos políticos en México están en proceso de extinción. En gran medida esto ocurre por la propia voluntad de cada uno de ellos, de sus dirigentes y su cúpula política, digo. 

 

Porque es evidente que quienes los dirigen se ven más en el ámbito del interés personal que en el ánimo de formar partidos de ciudadanos con ideas similares, que busquen ser interlocutores legales entre el gobierno y los ciudadanos y que representen a sectores de la ciudadanía para expresar distintas formas de entender el futuro del país y de su gobierno. 

 

En México el sistema de partidos es un fracaso luego de que uno de ellos, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se apoderó del poder político por más de setenta años y gobernó por encima de los preceptos constitucionales y por encima de la voluntad democrática nacional. 

 

A cambio, sí, creó instituciones del tipo social que beneficiaron a una buena parte de los mexicanos; la educación, la salud y el trabajo fueron su prioridad para contener a una población cada vez más creciente y demandante de servicios. 

 

Y lo dicho: el PRI anuló a la democracia como forma de participación social en la formación de gobierno y en la toma de decisiones públicas. Sí hubo alternancia en 2000, pero nada, fue como un trago amargo para millones: 

 

El Partido Acción Nacional (PAN) gobernó de acuerdo con su perspectiva de derecha, encumbrando a la clase económica del país, a lo empresario y disminuyendo los beneficios sociales a los trabajadores. Las desigualdades sociales y la injusticia fueron crecientes y más profundas durante sus dos gobiernos: Vicente Fox y Felipe Calderón.  

 

Sí construyó contrapesos para garantizar una transparencia que sirvió de válvula de escape a las tropelías y chanchullos de gobierno. Por ejemplo el Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI)… y muchas más que ahora, por obra y gracia de los operadores de López Obrador en el Poder Legislativo, han desaparecido.   

 

En 2012 volvió el PRI con Enrique Peña Nieto, pero fue de otro modo lo mismo a aquellos viejos años del poder omnímodo, abusivo, corrupto y desmesurado. En estos seis años predominó la ostentación y la frivolidad del presidente. Los mexicanos fuimos espectadores y víctimas de los desfiguros presidenciales y de los abusos colosales de su gobierno. 

 

Y cuando todo parecía que habría de cambiar, cuando se nos dijo que todo aquello terminaría, que ya no habría corrupción, ni nepotismos, ni abusos de poder, ni venganzas, ni persecuciones políticas, ni encumbramiento de los ricos en contraposición de los pobres indemnes… 

 

Y que se conseguiría con un presidente que representó a un “Movimiento social y político”, al “Movimiento de Regeneración Nacional”: “Morena”, creado el 2 de octubre de 2011 por el sempiterno candidato a la presidencia de México: Andrés Manuel López Obrador. 

 

Con este ‘Movimiento’ de la ‘Cuarta Transformación’ (4-T), con presunción de izquierda, AMLO llegó a la presidencia en 2018. Las promesas fueron muchas. Los compromisos de campaña irradiaron soluciones, promesas, compromisos, juramentos: Todo estaría solucionado para todos. Sí, pero no. 

 

Si consiguió que  muchos confiaran en las grandes posibilidades de cambio que representaba Morena para el fortalecimiento e impulso del país hacia la prosperidad compartida y hacia el fin de las desigualdades sociales, la injusticia, el quebranto social y la falta fortaleza económica. 

 

Sin embargo López Obrador gobernó con dádivas económicas que se convirtieron en votos. Gobernó cargado de resentimientos, de venganzas, de odios, de rencores. 

 

Construyó un andamiaje de poder único en el que el presidente sería la máxima autoridad nacional, por encima de los otros dos poderes. Lo consiguió fácilmente con el Legislativo. Y heredó a su continuadora, Claudia Sheinbaum, la destrucción del Poder Judicial para transformarlo en uno a su modo y beneficio político. 

 

AMLO gobernó con ánimo destructivo de instituciones democráticas, de equilibrios de poder y de una oposición a la que menguó y prácticamente hizo desaparecer. 

 

Esa oposición que nunca estuvo a la altura de su posición política, porque se sabe bien que en democracia la oposición que no llegó al poder es un factor de equilibrio si asume su condición de ser ojo supervisor de los actos de gobierno. No. 

 

Simple y sencillamente la oposición mexicana se anuló a sí misma por sus odios internos, por sus pleitos internos; por la lucha de sus dirigentes de hacerse del poder de su partido, aun en agonía. 

 

El PAN, el PRI, el PRD, Movimiento Ciudadano… perdieron la elección y perdieron la oportunidad de ser el orgullo de su lucha por conseguir un mejor país. Pero el país es lo que menos les importa. A cada uno de sus líderes lo que les importa es estar y seguir en el ajo político; contar con las prerrogativas y las sobras de poder que todavía les consuela. 

 

Los partidos políticos no existen en México. Son entelequias de ambición. Son agrupaciones de lucha por el su pequeño poder, hedonistas al fin.

 

Y mientras tanto la democracia, que se nutre, en primera instancia, de partidos políticos, de fuerzas y organizaciones políticas legalmente aceptadas, muere. La democracia se nutre de ideas y de sueños de un mejor país justo y equilibrado, a través de partidos políticos. No los hay. 

 

Y sin partidos políticos y sin ciudadanos activos en democracia, no hay democracia. En México hoy no hay democracia.

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