Eduardo de Jesús Castellanos Hernández
Dedico esta colaboración a abordar una vez más un problema que afecta a personas como usted y como yo, frente al cual estamos totalmente indefensos y no tenemos manera de evitarlos. Me refiero al robo de identidad, es decir, a que alguien suplante o tome la identidad de uno para obtener un beneficio indebido en perjuicio de uno, es decir, de usted o yo. No es la primera vez que abordo el tema porque, lamentablemente, tampoco es la primera vez que me sucede y quedo inerme, indefenso o desarmado para poder responder con rapidez y eficacia en contra de quien me ha afectado. Paso a describir estos percances para después tratar de obtener algunas conclusiones.
Desde luego que, para empezar, no voy a mencionar el nombre de ninguna persona jurídica o empresa para no exponerme a, como dice el refrán, ser apaleado además de haber sido lastimado una primera vez. Me explico. Las personas promedio, es decir, las personas comunes y corrientes no solo estamos indefensas frente a la omnipotencia del Estado sino también frente al poderío de las grandes organizaciones empresariales de cuyos servicios dependemos todos los días, frente a cuyos errores y omisiones no tenemos recursos para evitarlos o remediarlos. No mencionaré nombres de alguna de esas organizaciones para no correr el riesgo de ser acusado de dañar su prestigio o reputación o buen nombre comercial.
Mencioné ya en una colaboración anterior que durante el año próximo a terminar, hace algunos meses, alguien hackeó mis mensajes de WhatsApp y solicitó dinero en mi nombre a familiares, colegas y amigos con quienes mantengo comunicación habitual por ese medio. Acudí a la empresa de telefonía de la que recibo dicho servicio, pero de inmediato se me indicó que la de comunicación vía WhatsApp era de otra empresa y que no podía hacer nada para investigar lo que pasaba, ni para ayudarme a recuperar el servicio de comunicación por ese medio, que como ya dije estaba capturado en manos de persona o personas desconocidas.
Así es que después de una serie de intentos infructuosos tanto ante la empresa de servicio telefónico como ante las autoridades penales a través de la línea telefónica para formular quejas de este tipo, me vi en la necesidad de desistir y contratar otra línea y aparato telefónico. Semanas más tarde, en otro centro de servicio de la misma empresa telefónica uno de sus prestadores de servicio con la mayor facilidad, para mi asombro, me ayudó a recuperar el servicio de comunicación vía WhatsApp. ¿Cómo le hizo? Ni idea, solamente que a partir de ese día ya también pude comunicarme por esa línea y aparato telefónico que originalmente contraté. Sin embargo, hasta el momento me veo obligado a tener ambos aparatos telefónicos y a pagar su costo.
Pero resulta que este mes de diciembre recibí el cobro del servicio de teléfono fijo en mi domicilio con una cantidad por pagar tres veces superior al pago habitual por dicho servicio. Cuando acudí a la empresa a preguntar la causa se me informó con la mayor naturalidad que hiciese por la vía telefónica disponible en el mismo local o sucursal de la empresa telefónica el reclamo de un cobro indebido o no reconocido. Después de un largo trámite por esa vía telefónica recibieron mi queja, me dijeron que quedaba cancelado el cargo que yo no reconocía y que al mes siguiente ya me llegaría el cobro normal. Espero que así suceda, pero no tendré la seguridad hasta recibir el siguiente recibo de pago.
Desde luego que me atreví a preguntar la razón por la cual había un cargo extra y se me informó que era el cobro de un teléfono celular que supuestamente yo mismo había cargado a mi servicio de teléfono fijo. Me dieron el número del teléfono celular que había sido cargado al pago de mi teléfono fijo, pero desde luego que no me dieron ni el nombre ni el domicilio de la persona que pretendía que yo le pagase el servicio de su teléfono celular, pues sus datos personales están celosamente protegidos. Para evitar que otro número telefónico que utilizo quedara registrado en el buzón de esta persona preferí no llamar ni preguntarle su nombre y domicilio que desde luego nunca me daría. Tampoco tenía caso que yo le reclamara. Así es que estoy a la espera de que el mes próximo no se vuelva a colgar de mi teléfono fijo para que yo le pague su teléfono celular.
Hasta aquí dos experiencias de robo de identidad ocurridas en el transcurso del año y, una, en este mes de diciembre. Platico ahora la más reciente, la tercera en este año a punto de terminar y también en el mes de diciembre que transcurre, pero igualmente en varios meses anteriores. Hasta ahora no había tenido el cuidado de solicitar la impresión de mi estado de cuenta mensual de la tarjeta de nómina mediante la cual recibo mi pensión como trabajador jubilado, así es que no pude darme cuenta de que desde hace varios meses desde esa cuenta se paga un servicio de cable de una empresa equis.
¿Cómo fue que me di cuenta? Por mera casualidad hice dos retiros consecutivos uno al día siguiente del otro y pude darme cuenta de que el nuevo estado de cuenta no correspondía al que debería ser el nuevo saldo como consecuencia de la cantidad que un día antes había retirado. Por mera casualidad entre uno y otro día también se cargó o se descontó el pago de servicio de cable de esa empresa, lo que permitió o facilitó que yo lo advirtiera. Así es que esta vez fui a una sucursal del banco donde se deposita mi pensión y del que tampoco digo su nombre o razón social para no ser demandado por pretender causarle algún perjuicio.
Nuevamente se me indicó acudir a la línea telefónica instalada en la propia sucursal bancaria. Por fortuna se me orientó para contactar a la persona o extensión que debería atenderme, pues no solo tuve que esperar cerca de media hora para que entrara mi llamada, sino que además la configuración del servicio telefónico no es amigable, de tal forma que sin la orientación de la empleada del banco jamás hubiera logrado comunicarme.
Aquí la espera en la gestión del trámite fue mucho más prolongada que en la empresa telefónica, pero por fortuna hubo un banco en el que me pude sentar durante las dos horas que duró dicho trámite telefónico que, por cierto, deberé continuar el día de mañana. En principio, cancelaron ya en mi tarjeta de nómina el pago del servicio de cable de esa empresa equis, pero todavía está por verse si me reembolsarán alguna cantidad de los dos meses que son los únicos que la persona que me atendía vía telefónica me dijo que podría tramitar su reembolso.
Una vez que terminó esta llamada y trámite telefónico tuve ánimo para solicitar mis estados de cuenta de seis meses anteriores; como resulta que desde hace seis meses por lo menos pago el servicio de cable de esa empresa equis, debo hacer un trámite por escrito en la sucursal donde fue abierta mi cuenta de nómina; pues si lo solicitaba en la sucursal a la que hoy acudí debería pagar equis cantidad por cada estado de cuenta adicional que solicitara. Así es que para enterarme desde cuándo estoy pagando una cuenta que jamás autoricé tendría que pagar por la información.
Con la mayor ecuanimidad que me fue posible le expresé a las personas que me escuchaban en el otro lado de la línea telefónica que esos cargos a mi recibo de telefonía fija o a mi tarjeta de nómina solo podían haber ocurrido a causa de un empleado desleal de la empresa, sea por sí o en complicidad con terceros. En ambas empresas me dijeron que lo más probable es que una persona que conoce mis datos, incluso tal vez de mi familia, pudo haber gestionado esos cargos indebidos. Ellos desde luego, o las empresas a las que sirven, eran incapaces de haber cometido una falta.
Pero la señorita que me auxilió en la llamada telefónica me dijo que lo que había visto en el caso de otro cliente es que con su registro federal de causantes alguna financiera a la que le debía dinero sin haber pagado hizo el cobro de esa manera y que para lograrlo solo necesitaba conocer mi registro federal de causantes; ni siquiera tener una identificación escrita de mi parte o una identificación digital. Por lo pronto ya me di cuenta de que el conocimiento por terceros de mi registro federal de causantes, sobre todo por parte de mis presuntos acreedores, resulta muy peligroso. Nada más que se trata de datos que en cualquier ocasión que usted yo acudamos a solicitar un crédito son los primeros que nos van a solicitar.
Lamento haberme extendido con esta historia de terror. Bueno, de terror para mí por las razones ya expuestas. Solo espero que a usted nunca le vaya a suceder algo de lo que aquí he reseñado. Aunque creo que también debería ser de terror para usted, pues puede suceder que un buen día usted se entere que le están cobrando o que ya lleva un buen tiempo pagando un adeudo que usted nunca solicitó y que sin identificar a quien lo solicitaba la empresa telefónica o bancaria se lo está descontando.
Ciudad de Oaxaca, 27 de diciembre de 2022.
Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.
Doctor en Estudios Políticos por la Universidad de París (Francia) y doctor en Derecho por el Instituto Internacional del Derecho y del Estado (México); Especialista en Justicia Electoral por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación; maestro en Administración de Empresas por la Universidad Autónoma del Estado de México; licenciado en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México;
Sé el primero en comentar