Joel Hernández Santiago
Una de las razones por las que los partidos políticos se debilitan y pierden fuerza efectiva al interior y al exterior de su institucionalidad es la división de sus integrantes y de sus grupos; sobre todo si representan gran fuerza política y utilidad electoral.
Uno de los casos más recientes y más emblemáticos de que una división puede costar su práctica desaparición del panorama político nacional es el caso del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el que luego de haber sido un instituto dominante desde su particular propuesta de izquierda, hoy en la práctica está “viviendo horas extras”…
La división interna y la lucha entre grupos y actores políticos fue su detente; fue el resultado de que entre sus candidatos y militantes predominó más la ambición personal y de grupos que el objetivo supremo que le da razón y vida a todo partido político en democracia. Sus tribus acabaron con él.
Hoy comenzamos a ver cómo el partido dominante, Morena, comienza a dar muestras de lucha interna, de división y de ambición de poder entre muchos de sus personajes políticos. ¿Se repetirá la historia del PRD?
Morena adquiere relevancia gracias a que fue el partido que organizó Andrés Manuel López Obrador el 2 de octubre de 2011 y el que obtuvo su registro como partido político por el Instituto Nacional Electoral el 9 de julio de 2014. Su fuerza radicó, primero, sus fundadores salieron del PRD hartos de aquellos pleitos.
Luego aglutinó de todo; tanto a los migrantes del PRD como a inconformes del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y de otros organismos políticos. Morena surge como un crisol colores y de militantes y simpatizantes de distintos partidos pero…
… Y ahí su talón de Aquiles: sin ideología contante y sonante Morena participó en una coalición y una frase emblemática sin compromiso político: “Juntos haremos historia”…
Se dice de izquierda, pero no dejó de aliarse con partidos de distinto talante en las elecciones de 2018 como fue el de ultraderecha Partido Encuentro Social (PES) y el que luego de perder el registro por ausencia de votos directos, pasó a conseguir su registro ahora como Partido Encuentro Solidario (PES), con los mismos principios ideológicos.
En todo caso lo de las divisiones ya está a la vista. Morena entra en una fase de lucha interna por conseguir las candidaturas más preciadas, tanto las que tienen que ver con la presidencia de la República, como las de estados de la República –caso Oaxaca– que pronto entrarán en fase de cambio de gubernaturas, legislativos o municipales.
En el primer caso, la presidencia del país, la joya de la corona de todo político que ambicione todo el poder político y el dominio en la toma de decisiones nacionales.
Y ahí están ya, luchando por ser el mejor candidato, a ojos del presidente de México; no a ojos de los militantes de Morena o a ojos del ciudadano común y corriente en todo el país: no; lo importante es que al viejo estilo priista, será el presidente de México el que decida quién será el candidato ganador para, con toda su fuerza y poder, impulsarlo y hacerlo ganar, caiga quien caiga.
Morena es la fuerza política más poderosa en el momento. Tiene enfrente a una oposición débil y dañada, sin fuerza ni vitaminas para levantar la mano de forma contundente. No hasta ahora.
Por tanto saben que en este momento van gananciosos hacia las elecciones presidenciales de 2024. Y se disciplinan. Y obedecen. Y callan. Y hacen obras que pueden ser agradables al presidente, aunque no lo sean para los ciudadanos. No importa. Importa ganar la candidatura…
Ahí está Claudia Sheinbaum, la jefa de gobierno de Ciudad de México que se siente con todas las fuerzas para ser ella, el presidente la apoya de forma evidente, le cobija, le consiente aciertos o errores. La mira como a la alumna querida que ‘será su digna sucesora’.
Ella lo cree también y trabaja para mantener esta preferencia. No importa que haya perdido más de media Ciudad de México en las elecciones de junio de este año; no importa que se haya caído un vagón del Metro durante su gestión por falta de mantenimiento. El diagnóstico danés no involucra a nadie: nadie fue culpable, por lo menos hasta ahora. Y esto es politizar el tema…
Marcelo Ebrard hace todo por llamar la atención. Lucha con todas sus fuerzas. Se involucra en todo lo que se le asigna y en donde él quiere participar. Se trata de atraer reflectores y ser el ‘indispensable’ del presidente, quien decidirá su pase al poder y a la historia.
Y está Ricardo Monreal, obediente operador legislativo, cuya ambición política es permanente y quien está dispuesto a “aparecer en las boletas electorales de 2024” a como dé lugar, con quien quiera que sea… Está el nuevo secretario de Gobernación Adán Augusto López, a quien el presidente mima, apoya, lo hace su gran amigo y colaborador aunque todavía no tenga fuerza política… Y más…
La lucha no es con otros partidos u otros liderazgos. Es la lucha dentro del mismo partido Morena para conseguir el beneplácito presidencial. Como antes. Como ahora.
Pero en esa lucha interna está la debilidad del partido que con esto entra en fase de desestabilización, de fraccionarse, de dividirse y confrontarse. Para los personajes en la lista no importa Morena, sí su futuro político etiquetado por Morena. Es así.
Es la lucha por el poder en el que todos van contra todos mientras se sonríen, se abrazan, se elogian… Pero cuyas sombras al verse atraviesan el pie, para hacer caer al adversario.
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