Moisés MOLINA*
Estos fines de año son también estudiantiles. Las épocas de exámenes finales nos rememoran lo mejor y lo peor de nuestra vida escolar y sobre todo universitaria.
La enseñanza del derecho está cambiando. No tanto ni con tanta fuerza y rapidez con que debería estarlo haciendo, pero está dando algunos pasos -aunque desarticulados- en algunas escuelas y facultades de México y de Oaxaca.
Está cambiando la forma de enseñar, de aprender y de evaluar el derecho, porque una de las cosas que primero se enseñan en este campo es que su naturaleza es cambiante. De ahí el popular dicho de que un plumazo del legislador puede desaparecer bibliotecas enteras.
Pero al margen del derecho escrito, están cambiando también los métodos de su aplicación sobre todo en los tribunales.
Y es que la oralidad llegó para quedarse. El proceso penal abrió la puerta al ejercicio oral de la argumentación jurídica y ahora hay que convencer a los jueces – a partir de la palabra hablada- de la verdad y la corrección de nuestros argumentos.
2026 será el año de la oralidad civil y familiar. Iniciará en Oaxaca la implementación del nuevo Código Nacional de Procedimientos Civiles y Familiares y no será fácil ni libre de inconsistencias.
Pero los abogados tienen la obligación de llegar preparados no solo sabiendo el qué, sino además el “cómo”.
Y es que el cambio de argumentar por escrito a defender oralmente nuestros argumentos no es cosa menor.
Todos tendrán que aprender y rápido a argumentar oralmente en el momento.
Por eso hoy, en las escuelas, cobran relevancia materias que antes se consideraban “ociosas”, como la oratoria forense y su disciplina madre, la retórica que a la luz de los nuevos procesos judiciales guardan estricta y necesaria relación con la tan socorrida materia de argumentación jurídica .
Por eso en la Benemérita Universidad de Oaxaca enseñó la retórica y la oratoria forense desde la práctica. El objetivo no es que los futuros abogados sepan qué son la retórica y la oratoria, sino para qué le sirven al abogado. Y les enseño a usarlas en la vida real.
Por ello, este viernes último, nuestro examen ordinario fue dio generis, como no se hacen en otras escuelas del país.
Cada sustentante invitó a tres familiares a presenciar su examen, que fue claramente oral.
Cada joven disertó en no menos de cinco minutos un discurso sobre una sentencia relevante en derechos humanos ya fuese de la Suprema Corte de Justicia de la Nación o de la Corte Interamericana de Derechos humanos, poniendo el énfasis en la argumentación constitucional y convencional de la decisión.
Ahí, frente a sus familias y en una transmisión de Facebook live, los jóvenes vencieron sus miedos, sus complejos, sus inseguridades y descubrieron que pueden ser dueños de su voz.
Fueron discursos de inconformidad, de reproche, de indignación contra una realidad extendida en todo el mundo que hace de la sistemática violación de los derechos humanos de las personas, una tragedia a la cual no encontramos salida.
Tratamos de formar buenos abogados a partir de buenas personas.
Porque para ser un buen abogado no basta conocer todas las respuestas que las normas jurídicas ofrecen para resolver conflictos y ganar asuntos.
Los buenos abogados entienden también la realidad que los circunda, la interpretan y buscan transformarla en aquello que va contra los valores de lo jurídico.
Hoy necesitamos, más que nunca, abogados activistas, comprometidos, líderes con sentido social que conozcan las preguntas y las respuestas para que nuestras sociedades vivan mejor.
Y uno de los primeros pasos para ejercer un liderazgo transformador es el manejo experto de la palabra hablada que pone en las manos de otros jóvenes la teas llameantes para quemar las injusticias del mundo.
Los pueblos que no hablan se suicidan.

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