Eduardo de Jesús Castellanos Hernández
Por definición, “Una curva de aprendizaje describe el grado de éxito obtenido durante el aprendizaje en el transcurso del tiempo. Es un diagrama en el que el eje horizontal representa el tiempo transcurrido y el eje vertical el número de éxitos alcanzados en ese tiempo” (Wikipedia). En seguida, la propia Wikipedia nos consuela un poco: “A menudo se cometen muchos errores al comenzar una tarea. En las fases posteriores disminuyen los errores, pero también las materias nuevas aprendidas, hasta llegar a una llanura”. Si este tema le es desconocido o le interesa saber algo más sobre el mismo, pues nada más tiene que usar su teléfono celular y consultar en la base de datos la palabra “curva de aprendizaje”.
Además, en un lenguaje de conservadores y gente fifí -como ahora se ha dado en llamarles-, se podría decir que la curva de aprendizaje se complementa con las economías de escala. La misma Wikipedia nos dice que la economía de escala “es una reducción de los costos de producción consecutiva al incremento de la producción. Permite mejorar la productividad de una empresa”. Si estas definiciones modosas, aunque solo sean de la Wikipedia, las pasamos al lenguaje coloquial podríamos traducirlas a algo así como que echando a perder se aprende y que si compra o produce uno más de lo mismo pues sale más barato.
Se me ocurrió lo anterior cuando vi en los periódicos la foto del secretario de Gobernación del Gobierno Federal Mexicano, dirigiendo una reunión de trabajo a la que habían sido convocados los empresarios o directivos de las líneas aéreas -supongo que habrán sido los dueños para que sus empleados no salieran luego con que iban a consultar y no se tomara ningún acuerdo-, donde se acordó reducir el número de vuelos que despegan y aterrizan en el Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” de la ciudad de México, al mismo tiempo que se incrementan los vuelos en el nuevo Aeropuerto Internacional “Felipe Ángeles” -recién reconstruido por el gobierno federal actual, aunque todavía no terminado, pero ya debidamente reinaugurado- y también en el aeropuerto de la ciudad de Toluca. Veamos si se trata de un buen ejemplo de curva de aprendizaje para un buen gobierno.
No sé si usted lo sepa, pero en el Gobierno Federal de mi país hay un secretario de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes que es del que depende, entre otras materias, todo lo relacionado con la aviación civil, particularmente, la gestión del espacio aéreo en la zona metropolitana del Valle de México. Por lo que no deja de ser extraño o peculiar que sea el ministro del Interior, como se le llama en otros países a nuestro secretario de Gobernación, el que se encargue de coordinar este tipo de cuestiones de tráfico aéreo.
Pero esto se explica -aunque no sé si se justifique, usted dirá- porque la semana pasada estuvo a punto de ocurrir un accidente muy serio en el Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” de la ciudad de México, el aeropuerto más grande e importante de mi país tanto para transporte de pasajeros como de carga. Resulta que un avión iba a aterrizar en la misma pista donde otro avión estaba a punto de despegar. Para tranquilidad de los que viajan en avión y de vez en cuando usan ese aeropuerto ya hay una comunicación oficial en la que se minimiza el percance al mínimo y se afirma que se trató de un error humano imputable al controlador del tráfico aéreo.
El pequeño problema es que no se trata del primer percance aéreo grave en esta administración federal, ya van varios y durante el transcurso del año en curso pues se han ido acumulando. Se entiende por percance aéreo grave cuando el piloto del avión tiene que maniobrar para evitar una colisión, como sucedió la semana pasada, cuando el piloto que descendía tuvo que abortar el aterrizaje y remontar el vuelo para no chocar con el avión que estaba en tierra.
Se ha escrito y publicado en estos días, porque al final de cuentas todo se sabe, que hace algún tiempo un antiguo controlador de tráfico aéreo visitó al actual presidente de la república y le dijo que tenía la solución para gestionar el tráfico aéreo en el Valle de México y permitir el funcionamiento simultáneo sin problemas de los dos aeropuertos cercanos, el “Benito Juárez” y el “Felipe Ángeles” -bueno, muy cercanos, si se traslada uno en avión, como lo hicieron los funcionarios e invitados especiales que asistieron a la reciente reinauguración del AIFA, transportados desde el “Benito Juárez”-. Desde luego que no solo fue escuchado con atención, sino que también fue nombrado director general de la oficina que se encarga de esas cuestiones. Para su mala suerte, fue cesado el pasado fin de semana y ya no pudo asistir a la reunión con el secretario de Gobernación.
Sucede que hace veinte años, durante la administración de un anterior presidente de la república se inició la construcción de un nuevo aeropuerto internacional de la ciudad de México en la zona conocida como del antiguo Lago de Texcoco. En esa época el actual presidente era jefe de Gobierno de la ciudad de México, que entonces se llamaba Distrito Federal. Algunos vecinos de la zona fueron movilizados con éxito por grupos políticos para oponerse a dicho proyecto, por lo que el gobierno en turno tuvo que optar por ampliar el Aeropuerto “Benito Juárez” con una nueva terminal, con lo que parcial y temporalmente se pudo solucionar el problema de saturación de vuelos. Gracias a la pandemia la saturación de vuelos también disminuyó, pero ahora que paulatinamente regresamos a la normalidad en todas las actividades pues el problema de saturación ha reaparecido, pero más complicado.
Para quien lea estas líneas y sea habitante de otro país, es necesario platicarle que durante la administración del presidente de la república inmediato anterior al actual, por fin se inició y avanzó la construcción del aeropuerto en Texcoco y ya casi iba a la mitad cuando el actual presidente ganó las elecciones. Parece que la idea de ese aeropuerto no le gustaba mucho al actual presidente, pues los grupos políticos que movilizaron a los vecinos ya mencionados le eran afines. Por lo que siendo presidente electo convocó a una consulta popular -no regulada en ley alguna, pero por lo visto no era tan necesario-, en la cual la mayoría de los votantes votó por suspender dicha obra pública y nada más se canceló.
Parece que además de los problemas que trajo la cancelación de la obra en marcha -como sanciones por los contratos firmados y en curso, además del dinero perdido por nada-, que para estas fechas ya estaría terminada y dando servicio, el principal problema era el del tráfico aéreo, justo el que el antiguo contralor aéreo había ofrecido solucionar, que por lo visto no quedó resuelto. Pero el caso es que en dos patadas el nuevo gobierno construyó el AIFA, más bien lo remodeló, porque desde hace setenta años es un aeropuerto militar. Pero el nuevo aeropuerto civil (y militar) está muy lejos del centro de la ciudad de México -de donde se supone parten y a donde se supone llegan como destino los usuarios de ese aeropuerto o donde se conectan a otros destinos-, no tiene vías terrestres fluidas de circulación para llegar y salir, ni medios de transporte público -metro o tren suburbano- con rutas directas, y para acabarla de amolar ese asunto del tráfico aéreo que ahora está encargado de resolver el secretario de Gobernación.
Regreso ahora a la curva de aprendizaje para el buen gobierno de un país, de una entidad federativa -si se trata de una república federal- o de una región o departamento administrativo -si se trata de una república administrativamente centralizada-, de un ayuntamiento municipal, alcaldía o como se le llame ahí donde usted habita. Pues, se supone, que para eso hay una planeación del desarrollo de esa demarcación territorial y circunscripción político electoral, y un presupuesto anual de ingresos y egresos -en México se les llama Ley de Ingresos y Presupuesto de Egresos-. Se supone también que hay una serie de gastos que ya están comprometidos -por ejemplo, el pago de salario a todos los empleados públicos o de los contratistas y proveedores de las obras y servicios públicos o el pago de la deuda pública-. Pero además de estos datos internos a la administración pública de que se trate, también hay que tener en cuenta los impactos externos que modifican y a veces determinan las decisiones de gasto público. Teóricamente, no hay un solo gobierno en el mundo que pueda dejar de tomar en cuenta todos estos factores y otros más, muchos más.
Pero lo que sí puede hacer un gobierno, y al parecer hay varios o muchos que lo hacen con frecuencia, es ignorar esos datos o factores. El problema es que puede ignorar esos factores, pero no puede dejar de sentir sus efectos. Entonces, los gobiernos que para fines didácticos aquí llamaré populistas, recurren a prácticas de distracción, engaño o manipulación de sus administrados o gobernados que por cierto también son sus electores. Bueno, para ser sinceros, también algunos gobiernos no necesariamente llamados populistas hacen lo mismo, aunque sus prácticas de dicha naturaleza no sean tantas ni con tanta frecuencia y profundidad -en principio la diferencia es de grado, pero lamentablemente también por otros aspectos que esta vez no abordo-.
En el caso del tráfico aéreo en la zona metropolitana del Valle de México, en mi país, mis connacionales -particularmente los que utilizan transporte aéreo-, pueden estar tranquilos pues el presidente de la república ya le encargó al secretario de Gobernación que resuelva este problema. Antes, en los momentos más álgidos de la pandemia, nuestro presidente le encargó al secretario de Relaciones Exteriores que ayudara al secretario de Salud a resolver el problema de conseguir vacunas. Después de todo, hay imprevistos que no pueden estar contemplados en la planeación inicial, máxime si ésta bien a bien no existe. Hay aquí también una curva de aprendizaje a remontar.
En el gobierno de los asuntos públicos de un país la curva de aprendizaje es un proceso gradual que a veces se resuelve cuando hay reelección. Se supone que el gobernante reelecto ya echó a perder lo suficiente como para aprender lo que no debe volver a hacer. Pero, a veces ni eso. Porque el gobernante reelecto puede pensar que en un segundo intento su propuesta puede prosperar, la fe es lo último que se pierde. Lo malo es que sucede lo mismo con los electores, así es que resulta un cuento de nunca acabar. Salvo cuando existe cultura política democrática en el electorado y controles institucionales democráticos en el gobierno -que puedan hacerle ver, de manera efectiva, al gobernante equivocado que está equivocado y detenerlo en sus equivocaciones-.
Pero si un gobierno trata de desmantelar esos controles democráticos y acusa a quienes los ejercen de traidores a la patria, lo único que se puede decir es que las cosas en esos asuntos públicos van mal, muy mal. Y pueden ir peor, salvo que la ciudadanía, en su mayoría, tome conciencia de que eso está mal. En caso contrario, simplemente se aplica la sentencia popular que recuerda que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen.
Ciudad de México, 10 de mayo de 2022.
Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.
Profesor e Investigador. Doctor en Derecho por el Instituto Internacional del Derecho y del Estado (México) y doctor en Estudios Políticos por la Universidad de París (Francia); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas por la Universidad de Alcalá (España) y posdoctorado en Regímenes Políticos Comparados por la Universidad de Colorado, Campus Colorado Springs (EUA); autor de “La Relación entre Plan Nacional y Planes Regionales de Desarrollo” (Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca); coautor de los cuatro tomos de la colección “Fiscalización, Transparencia y Rendición de Cuentas” (Cámara de Diputados del Congreso de la Unión); autor de “Técnica Legislativa, Control Parlamentario y Gobiernos de Coalición” (Instituto Internacional del Derecho y del Estado, Editorial Flores).
Sé el primero en comentar