La amenaza Trump

Joel Hernández Santiago

 

El próximo 20 de enero de 2025 tomará posesión como presidente de los Estados Unidos de América -por segunda vez- el republicano, archiconservador, racista, xenófobo y mal intencionado Donald J. Trump. 

 

Llega triunfante luego de su primer mandato y de los desfiguros nacionales que encabezó para no reconocer el triunfo de Joe Biden como presidente demócrata de Estados Unidos hace cuatro años. Lo que parecía impensable, luego de acusaciones judiciales en su contra, de distinto calibre y origen, se hizo realidad una vez más. 

 

Se hizo de un mayor número de estados de la Unión Americana con lo que obtuvo un triunfo aplastante, con una mayoría republicana en la Cámara de Senadores y una mayoría republicana en la Cámara de Diputados de aquel país, así que gobernará de forma holgada y pocos problemas.

 

Parece mentira, que una sociedad tan politizada como es la estadounidense haya votado por un presidente locuaz, enfermo de poder y con una visión del mundo archi restringida; con una estructura mental fundamentalista y que invoca al nacionalismo estadounidense a cada paso: 

 

“Hagamos más grande a Estados Unidos de América” fue su lema de campaña, haciendo alusión a su primer mandato en el que supone que engrandeció a su país en lo económico, en su seguridad nacional -que tanto preocupa a los estadounidenses luego de los atentados de 2001—y en su estabilidad social, aunque ciertamente polarizó a los estadounidenses.  

 

Pero para este triunfo también tuvo que ver -y mucho- la mala gestión presidencial del Joe Biden. En 2020 Biden tenía a su favor una inesperada aunque precaria mayoría en el Congreso, lo cual alimentó entre sus partidarios el optimismo de que su gobierno llevaría adelante una agenda ambiciosa:

 

Recuperar la economía del país tras los embates de la pandemia, instaurar un salario mínimo federal de 15 dólares por hora, estudios universitarios gratuitos para la mayoría de los estudiantes, aumentar los recursos federales destinados a salud y educación, poner fin a la política migratoria de línea dura de Trump, dar prioridad a la lucha contra el cambio climático y resolver las tensiones existentes con los aliados internacionales eran algunas de las piezas clave de esa agenda.

 

No todo se cumplió. La lentitud en la toma de decisiones. Las crisis mundiales en los que participó EUA polarizaron a la sociedad estadounidense, como fue el caso de su apoyo a la beligerancia cruel del gobierno de Israel frente a Palestina y el deterioro en la región… Ucrania y Rusia en guerra con poca intervención que diera paso a la diplomacia… Tanto más.

 

Los estadounidenses veían muy difícil que Biden repitiera. Y prácticamente desde el Congreso de los EUA pidieron que renunciara a sus aspiraciones. Lo que ocurrió y dio paso a Kamala Harris como candidata demócrata, quien de forma tardía intentó recuperar el terreno perdido. No lo consiguió porque Trump tenía ventaja de años y meses en su lucha por la reelección. 

 

Pero sobre todo porque Trump se montó en un tema que cala a los estadounidenses: la migración, sobre todo si ésta proviene de países latinoamericanos. 

 

La presentó todo el tiempo durante su campaña como un peligro para el país; un peligro para su seguridad nacional; una amenaza que podría ser incontrolable si se seguía permitiendo la llegada de migrantes “malos-delincuentes-criminales-terroristas” según afirmaba. 

 

Y más aún, la culpa de todo lo que ocurría a los “atribulados” estadounidenses en tanto migración, se la achacaba y se la achaca al gobierno de México que permitió el paso de miles de migrantes que buscaban entrar a territorio estadounidense. 

 

Y vinieron las amenazas para cumplirlas una vez que tome posesión de la presidencia: Aranceles especiales para productos mexicanos si no se contenía esta “avalancha migrante”, dijo. Más aranceles crecientes si exportaba México a EUA autos y productos de origen chino. 

 

Deportaciones masivas de migrantes, particularmente hacia México, y la “intervención suave” en territorio mexicano para perseguir a narcotraficantes que exportan fentanilo “y matan a nuestros muchachos”, dijo-dijo-dijo. 

 

Al comenzar el año el gobierno de México tendrá que ver si se cumplen estas amenazas en contra de la economía, de la seguridad nacional mexicana, de la estabilidad financiera y en contra de los mexicanos que viven en Estados Unidos y que hoy mismo están en vilo ante estas promesas de expulsión del país del norte. 

 

El gobierno mexicano ya debe tener listo uno-dos-tres planes de reacción a lo que pudiera ser la agresión del entonces presidente Trump y de su gabinete hecho a la medida de sus ideas: claramente anti migrante y claramente anti gobierno mexicano. 

 

El secretario Ramón de la Fuente no ha dicho ni pío ante todo este panorama en el que él tendrá mucho que ver para evitar conflictos internacionales, sobre todo con EUA. Ojalá despierte y proponga un plan de acción coordinado con las secretarías de Estado que ven los temas de intercambio comercial, de seguridad y social con EUA. 

 

Las amenazas son eso: amenazas. Las realidades serán tomadas de acuerdo con su dimensión y su impacto en nuestro país, todo. No se trata de confrontar, pero si de no permitir agravios y acosos: Nunca. Pero tampoco es bueno envolverse en el discurso de la soberanía nacional. Sí se trata de defender la soberanía nacional, el territorio y la paz social mexicana: al país todo.  

 

Veremos si el gobierno mexicano de Claudia Sheinbaum está a la altura de las circunstancias o mantendrá el discurso de confrontación que utilizó su predecesor. Al país no se le defiende con discursos. Si con fortaleza, con hechos y estrategias en las que la diplomacia es el primer paso. 

 

Nos vemos en enero. Felices fiestas para todos en casa.

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