Contra los diagnósticos triunfalistas de Francis Fukuyama y otros ideólogos neoliberales luego de la caída del muro de Berlín, no hay fin de la historia: el triunfo del capitalismo no está consumado, y mucho menos ha cesado la guerra fría y la bipolaridad mundial, y con ello la amenaza de una aniquilación nuclear de dimensión global. Primero fue la confrontación Rusia vs Ucrania y la OTAN, luego los ensayos nucleares al alza de Corea del Norte y las advertencias de ataque a Corea del Sur, y ahora es la tensión Estados Unidos-China por la visita de la congresista Pelosi a Taiwán y, en general, los nuevos equilibrios de la geopolítica en el oriente asiático.
El adelanto y la sofisticación de la tecnología militar no hace más que elevar el riesgo y los alcances de una eventual guerra nuclear, como advirtió Antonio Guterres, secretario general de la Organización de Naciones Unidas, al inicio de una conferencia de los países firmantes del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP): “El mundo está a un error de cálculo de una devastadora guerra nuclear, un riesgo que no se observaba desde la guerra fría… la humanidad está a sólo un malentendido, un error matemático de la aniquilación nuclear”.
Se estima que hoy día existen unas 13 mil armas atómicas en los arsenales de los nueve estados con capacidad militar nuclear, una cifra menor que las aproximadamente 60 mil que existían a mediados de la década de 1980, entonces focalizadas prácticamente en dos países, pero ahora con una infinita mayor precisión, letalidad, dispersión y capacidad de devastación extracontinental.
Hay varias zonas de conflicto. En primer lugar, la guerra Rusia-Ucrania prolongada más allá de lo previsto, donde el gobierno ruso ha advertido que no desea escalar el conflicto ni comprometer la seguridad mundial, pero no descarta usar su potente arsenal nuclear, un poder de destrucción masiva que iría mucho más allá de Ucrania y del bloque de países europeos.
Ahí está en juego no sólo el control de un territorio que antes formó parte de la Unión Soviética, sino los equilibrios del llamado viejo continente, ante las pretensiones de algunos sectores de sumar a Ucrania al bloque capitalista occidental, la OTAN, algo a todas luces inaceptable para el gobierno ruso, que tendría las armas de sus adversarios prácticamente a la puerta de su casa.
Lo grave en el caso no es sólo los efectos perniciosos en la economía global, especialmente las limitaciones para el acceso a los alimentos y la energía de Rusia para Europa y otros países del mundo, sino el riesgo inminente de una conflagración mundial con las armas devastadoras de nuestro tiempo.
En Corea del Norte, en lugar de cesar se han incrementado los últimos meses y días los ensayos nucleares de ese gobierno, como una manera de reclamar la supremacía regional, con base no en la fortaleza económica y el poder adquisitivo de sus habitantes, sino en el poder de sus arsenales nucleares, cada vez de mayor potencia y mayor alcance continental.
Ahora es el oriente la región que innecesariamente se convulsiona, con la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes estadunidense, Nancy Pelosi, a varios países del área, pero especialmente Taiwán, una isla de 23 millones de habitantes y a 128 kilómetros de la costa de China, que ancestralmente perteneció a ese país, y que ahora reclama, pues en su perspectiva se trata de una sola China, pero esa zona fue arrebatada por la lógica del colonialismo, luego de que los nacionalistas del Kuomintang se replegaran allí en 1949 tras perder la guerra civil contra los comunistas de Mao Tse-tung, y luego recibieran el apoyo de las potencias capitalistas para alejarse de su nación de origen.
Hoy día, se trata de una economía de mercado esencial para la industria del resto del globo por su dominio del mercado de semiconductores de alta gama.
La congresista Pelosi es la funcionaria estadunidense de mayor rango en acudir a la isla desde finales de la década de 1990, hace 25 años, lo que evidencia la importancia de la visita, una imprudencia para unos analistas, incluso una provocación para otros, dadas los crecientes reclamos de China luego del desmoronamiento de los viejos referentes y artificiales fronteras creadas por el imperialismo expansionista en los siglos XIX y XX.
El Ministerio de Relaciones Exteriores ha declarado explícitamente que China tiene jurisdicción sobre el estrecho de Taiwán y, sobre todo, el presidente chino, Xi Jinping, ha dejado en claro, más que sus antecesores, que la unificación de Taiwán con China es una de las metas principales de su mandato. En este contexto, las incursiones chinas en el espacio aéreo y marítimo cerca de Taiwán se han vuelto más ostensibles en los últimos días, lo que aumenta el riesgo de un conflicto global. Incluso voceros de Japón se quejaron de que cinco misiles chinos habían caído en el mar territorial de su jurisdicción.
En suma, es imperativo evitar que los resortes de la geopolítica mundial, y aún la imprudencia de algunos actores, socave los delicados equilibrios de una paz mundial cada vez más precaria. Evitar una conflagración nuclear, donde ya no habría vencedores y vencidos, sino que todos perderíamos, es una responsabilidad que atañe a toda la comunidad internacional.
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