Su cara sonrojada es inconfundible. El joven vacila frente a un escaparate lleno de peluches. Al final se decide a penetrar en la tienda. Pronto llega otro que también se planta frente al cristal, turulato, sin estar seguro de si el conejito le gustaría a su novia más que un ramo de flores. O quizás, concluye, pese al encarecimiento incipiente de la vida en Irán, decirle “te quiero” junto al osito mastodóntico que sonríe al otro lado del vidrio: 66 euros de amor en felpa y algodón.
Las tiendas de regalos de la céntrica calle Mirza-ye Shirazi, en el barrio cristiano armenio, hacen su agosto en San Valentín. “Lo que más vendemos son bombones, rosas y peluches”, explica Sara, una de las vendedoras. “Este año triunfan los cerditos”, añade Ramin, otro vendedor, quien explica que la mayoría de veces son los hombres quienes hacen el regalo. “Son propensos a venir a última hora”, admite.
Y, aunque hoy no es tan raro que jóvenes iraníes traten de sorprender a su enamorada apareciendo, en plena calle, envueltos en una pomposa y cursi nube de globos, u organizando una performance en plena cafetería que incluya una gran tarta y kilos de dramatización, el 14 de febrero está proscrito en la República Islámica. En años anteriores, ocasionales detenciones de osos de peluche, por parte de las fuerzas de seguridad, fueron objeto de comentarios jocosos en las redes sociales.
“Los iraníes han celebrado San Valentín desde finales de los 90. Ha habido una campaña reciente contra el día del amor porque es visto como un signo de intoxicación occidental”, explica Holly Dagres, experta en Irán, asociada al Atlantic Council, que pasó su juventud en Irán. “La realidad es que la cultura iraní celebra el amor en su poesía, e incluso lo celebran honrando a los santos chiítas. La campaña es un mero intento de confrontar la influencia de Occidente en Irán”.
La primacía del clero en el poder tras la Revolución de 1979 propició un cambio en las normas de convivencia. “Las leyes de la República Islámica están basadas en la sharía -ley religiosa- que establece que hombres y mujeres deben estar casados si quieren dormir en la misma cama”, dice Dagres. “La realidad”, matiza, “es que la juventud iraní, como en todas partes, rechaza tradiciones y leyes. Los iraníes se citan, tienen sus primeros besos e incluso cohabitan”.
O no todos. Fatemeh, una joven universitaria piadosa, se muestra satisfecha con su matrimonio nacido de un acuerdo familiar. “La familia de mi hoy marido vino a casa con él, y estuvieron hablando con mis padres. Tuvimos tres encuentros así”, recuerda. Comprobada la idoneidad de la pareja a partir de afinidades, ambos tuvieron dos citas a solas y esperaron dos meses más hasta firmar el matrimonio. “No intimamos hasta entonces”, dice. Aún tardarían un año y medio más en convivir.
En la Internet iraní proliferan páginas donde encontrar el amor sin mácula.Algunas invitan a involucrar a la familia en el hallazgo de una esposa o esposo ideal. Otras, aprovechando el sighe, una forma de matrimonio temporal aceptada por la religión islámica, ponen en contacto a personas todavía indispuestas a un sí quiero para toda la vida. Tinder tiene su nicho. Fuera de la red persiste el conocido como dor dor: citas furtivas en ciertas plazas donde chicas y chicos intercambian brevemente sus teléfonos. Y ya se verá.
La relajación de la Policía moral en plazas y parques, en los últimos tiempos de gobierno del pragmático Hasan Rohani, ha contribuido a la proliferación de miradas sugerentes, roces e incluso algún beso furtivo. Pero el tabú persiste. “No se habla de ello en la escuela o en la televisión”, explica Simín, periodista. “Como mucho, hablan de cómo las mujeres deben contentar a los hombres. O advierten a chicas de los peligros de ciertos amoríos”. “El amor”, aclara, “lo vinculan al matrimonio”.
Pese al favorecimiento político de la unión sagrada, no todos la desean. La convivencia sin casarse, llamado a veces “matrimonio blanco”, es, poco a poco y cada vez más, una elección juvenil. Padres y vecinos conservadores son su escollo más inmediato. Nayme y Said llevan un año compartiendo amor y techo en un bloque de clase media a las afueras. “No es fácil para ellos”, dice Said, sobre los padres de ella. “Todavía, a veces, nos sugieren que nos casemos. Pero, definitivamente, no es lo que queremos ahora”.
Con información de el mundo
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