El valle de Galwan del sector Ladakh (Cachemira) junto al Himalaya, a 4200 metros de altura, temperaturas bajo cero y angustiante falta de oxígeno, es uno de los puntos más calientes del mundo. En ese sector designado como Línea de Control Actual (LCA) de la extensa frontera entre la República Popular China y la Unión India, de más de 3500 kilómetros, donde el pasado lunes murieron al menos veinte jawans (soldados) del Ejército indio, según lo han reportado las autoridades de Nueva Delhi, tras los enfrentamientos que se extendieron por más de siete horas con efectivos del Ejército Popular de Liberación (EPL) chino.
Este ha sido el primer choque entre estas dos naciones con bajas mortales desde 1975 y el más grave desde los incidentes de Nathu La y Choen de 1967. Los choques fronterizos tienen cierta periodicidad. El último, en 2017, se produjo cuando China inició la extensión de una ruta cercana a India y Bután, que alcanza a otras regiones más remotas como la provincia autónoma de Xinjiang. Por lo que Nueva Delhi envió cientos de efectivos, para bloquear esos trabajos. Tras dos meses de negociaciones los jawans debieron abandonar sus posiciones y las obras se reiniciaron.
Fuentes indias indicaron que la escaramuza se produjo el lunes 15 de junio por la noche, cuando patrullas indias sorprendieron a efectivos chinos en un punto, según Delhi, cinco kilómetros dentro de su territorio. La refriega se habría iniciado cuando un oficial indio, cayó a la garganta de un río, tras ser empujado por un efectivo chino, con quien se encontraba discutiendo acerca de cuál era la patrulla que había violado los límites, de una frontera que jamás fue trazada con el acuerdo de China, y que los indios han tomado como buena tras haber sido establecida por los británicos en 1914, lo que se conoce como la Línea McMahon, un antojadizo trazo con el “acuerdo” inicial de Tíbet, el que finalmente rechazaría y al que China jamás se subscribió.
La trifulca inicial hizo que cientos de efectivos de ambos bandos hayan concurrido al lugar, generando discusiones y empujones. Según se supo, los muertos fueron a causa de golpes y armas blancas ya que, por acuerdos anteriores, los efectivos de ambos países no pueden circular con armas de fuego en los sectores más críticos. Nueva Delhi, al tiempo que reconocía las 20 bajas, dijo que China había perdido 45 hombres, lo que no fue corroborado por Beijing.
Estos sucesos son un paso más en la escalada iniciada el pasado mes de mayo, cuando en ese mismo sector en la noche del 5 al 6, tras una pelea a puños, piedras y palos, se encendieron todas las alertas, aunque en esa oportunidad solo hubo unos cuantos contusos y se replicó el día 9 con algún suceso similar, dando la oportunidad a el presidente norteamericano Donald Trump, a ofrecerse como mediador, oferta que fue desestimada por ambos contendientes.
Beijing, respecto a los hechos del lunes se negó a confirmar cualquier baja entre sus hombres, pero si acusó a India de haber cruzado la frontera en dos oportunidades. La tensión fronteriza si bien siempre está latente, se reavivó en abril pasado cuando, según fuentes indias, miles de efectivos del Ejército Popular de Liberación (EPL) se instalaron a lo largo de la Línea de Control Actual, intentando evitar que India refuerce sus instalaciones militares en ese sector fronterizo. La LAC, fue establecida después de la guerra que mantuvieron ambas naciones en 1962, la que finalizó con una tregua y la creación de ese límite provisorio, que no ha evitado cientos de enfrentamientos de muy baja intensidad, que cada tanto eclosionan. Los territorios reclamados por ambos países tienen una extensión de más de 90 mil kilómetros cuadrados en el este del Himalaya y otros 38 mil en el oeste.
La presencia de China en las áreas en disputa se corresponde con lo vertido por un funcionario del expresidente George W. Bush, Ashley Tellis, especializado en asuntos estratégicos asiáticos: “China ha tomado posesión física al ocupar territorio donde antes esporádicamente tenían presencia algunas patrullas”. Esta avanzada china, sorprende a India, después de que hubo cancelado los ejercicios anuales de formación en Ladakh, a raíz de la Covid-19, en plena expansión en la Unión, donde ya murieron cerca de 12 mil personas.
Según algunos observadores indios, el EPL habría avanzado algunos kilómetros en territorio que se arroga India, ocupando un sector importante del valle del río Galwan, el lugar de los choques del pasado lunes. Esa ocupación podría interrumpir la construcción de un camino de importancia estratégica para India.
A principios de junio el Ejército chino realizó una serie de maniobras en las que movilizó miles de paracaidistas que, en cuestión de horas, pudieron llegar desde la provincia central de Hubei a una apartada cordillera del Himalaya, donde los hombres del EPL se movieron con velocidad a pesar de las bajas temperaturas y la falta de oxígeno, según destacaron medios chinos. Algunos analistas interpretaron ese ejercicio como un mensaje a Nueva Delhi, sobre qué podrían esperar de cruzar las fronteras. Mientras que Modi, el pasado miércoles declaró que: “el sacrificio de los soldados no sería en vano y que India es capaz de dar una respuesta adecuada si se le provoca”.
De ambos lados de la Línea McMahon se intensifican las amenazas y las acciones, poniendo en alerta al mundo frente a un posible choque entre dos potencias nucleares.
Lo que vendrá.
Desde pocos días después de los incidentes de principios de mayo, ambas partes han estado trabajando para disminuir la escalada, objetivo que parecía estar dando sus frutos, pero sin duda los muertos del pasado lunes han llevado la cuestión a foja cero. Esto hace que la situación sea mucho más enmarañada, quitándole tiempo para extender las negociaciones, las que deberán ser encabezadas por las máximas autoridades de ambas naciones: el presidente Xi Jinping y el primer ministro Narendra Modi.
Un conflicto desatado podría traer consecuencias geopolíticas desconocidas, ya no solo para la región, sino para el mundo. China e India son las dos naciones más pobladas de la Tierra, además de disponer de armamento nuclear y los dos países se encuentran viviendo convulsiones internas graves; que podrían repercutir seriamente en el plano exterior.
China vive las revueltas de Hong-Kong, alentadas desde occidente, prácticamente atada de manos, obligada a actuar de manera casi quirúrgica. Al tiempo que en las últimas semanas su Marina, tuvo incidentes con buques de Malasia y Vietnam en el Mar Meridional de China, al tiempo que uno de sus portaaviones que debió navegar en aguas cercanas a Taiwán, dio pie a los medios occidentales para comentar la noticia como una nueva amenaza a la isla, reclamada por China como propia. Además, de profundizarse el conflicto en la LAC no sería “extraño” que estallen nuevas protestas, ya no solo en Hong-Kong, sino también en la provincia autónoma de Xinjiang, donde la cuestión de la etnia uigur, mayoritariamente musulmana, siempre está pronta a exigir su independencia, al igual que las provincias de Nepal y Tíbet, siempre dispuestas a encenderse contra el Gobierno central chino. A lo que se le debe sumar la guerra comercial declarada por Donald Trump y los recientes roces diplomáticos con Australia.
Como aliados China cuenta la siempre inestable relación con Moscú y Pakistán, su socio principal en el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda. Al tiempo que Irán, otra potencia clave en el mapa asiático, debería mantenerse ciertamente equidistante ya que tanto con China como con la Unión India, tiene lazos comerciales muy importantes.
A su vez, el frente interno de India se encuentra sumamente complicado. Por un lado la siempre crítica situación de Cachemira a la que Modi, con la decisión del año pasado de anular el artículo 370 que daba a la provincia de Jammu y Cachemira ciertos grados de autonomía, terminó generando semanas de choques con los separatistas cachemires, por lo que de hecho el Ejército indio prácticamente ha ocupado la región, como verdaderos invasores extranjeros. A lo que se le debe sumar la controvertida Ley de Enmienda de Ciudadanía o CAA, también impulsada por el gobierno islamofóbico de Modi, un hinduista fanático que ha encontrado en los 200 millones de musulmanes de la India la mejor excusa para desarrollar el ideario ultranacionalista o Hindutva de su partido, el Bharatiya Janata Party (Partido Popular Indio o BJP) con el que llegó al poder en 2014, desde donde no ha dejado de originar problemas con la colectividad musulmana, como la Ley de Enmienda de Ciudadanía (CAA), con la que pretende quitar la nacionalidad a millones de topiwalas (musulmanes) que a pesar de haber nacido en India, no pudieron regularizar su filiación. La CCA ha provocado importantes protestas a lo largo de todo el país que han dejado decenas de muertos e infinidad de propiedades de musulmanes destruidas el pasado mes de febrero.
En el plano exterior las políticas de Modi fueron continuar ahondando las diferencias con Pakistán y Bangladesh, ambos países musulmanes, al tiempo que inauguró una estrecha amistad con Israel, el enemigo jurado del Islam y renovó la alianza con los Estados Unidos, a la que Modi se dejó llevar por su ministro de exteriores Subrahmanyam Jaishankar, un fervoroso pronorteamericano.
Modi sabe, tiene que saber, que está jugando con fuego, ya que no solo está desafiando a China, sino que su prédica nacionalista ha hecho que millones de hindúes, salgan a las calles a respaldar sus acciones y a pedir venganza por los soldados muertos, arrastrando a casi 1400 millones de indios y otros 1400 millones de chinos a las fronteras de odio, de donde sé sabe, es casi imposible volver.
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