Guadi Calvo*.
El viernes treinta, en horas de la noche, el capitán de artillería Ibrahim Traore, líder del movimiento, que horas antes había derrocado al presidente, el teniente coronel Paul-Henri Damiba, informó en un mensaje televisado, a los veintiún millones de burkineses las razones del golpe.
Una vez más, en una ex colonia francesa de África, se vuelve a producir, dos golpes de estado en menos de un año. Damiba, había derrocado al presidente constitucional, Roch Marc Kaboré, el pasado 24 de enero.
En la proclama del capitán Traore, también se informó, el cierre de fronteras de manera indefinida, la prohibición de toda actividad política, la suspensión de la constitución y de la Carta de Transición, en la que los golpistas de enero, se imponía un plazo de tres años, para dar una salida democrática, al país.
La incertidumbre se había establecido, desde la mañana en Uagadugú, la capital del país, cuando se comenzaron a escuchar disparos intermitentes, mientras helicópteros artillados empezaron a volar sobre la ciudad.
Este segundo golpe, en menos de diez meses, subraya la crisis de seguridad que viven el país, que más allá de los esfuerzos del ejército y la intervención otras fuerzas regionales, no logran contener a las khatibas, del Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM) tributarias de al-Qaeda y en menor medida Daesh del gran Sahara, que se han irradiado desde el norte, hacia Níger, Burkina Faso, y a través de ese país, a varias naciones del golfo de Guinea como Ghana, Togo y Benín.
La insurgencia takfiristas, ha obligado a más de dos millones de personas del norte burkinés a abandonarlo todo, en búsqueda de refugio hacia el interior del país y algunas zonas seguras de Mali.
Los ataques constantes de los grupos wahabitas, contra unidades del ejército, ha generado miles de muertos entre las filas regulares, y precipitado, finalmente, la asonada de viernes. El detonante fue el asaltó contra un convoy de abastecimiento, el pasado martes 27, en la localidad de Gaskindé, en la norteña provincia de Soum, que se dirigía a la ciudad de Djibo, sitiada por los muyahidines desde hace más de dos meses. En el ataque murieron once soldados, una veintena resultaron heridos, mientras que cincuenta civiles, en su mayoría comerciantes, están desaparecidos. Este fue el segundo ataque de magnitud, en menos de un mes, contra un convoy de suministros. En el agitado norte del país. El día cinco de septiembre, un IED, (artefacto explosivo improvisado, por sus siglas en inglés) estalló cerca Djibo, matando a 35 civiles e hiriendo a otros 37.
En enero, cuando se conoció el golpe contra Kaboré, amplios sectores de la sociedad civil lo respaldaron con entusiasmo, dado su inoperancia en la lucha contra el terrorismo. Por lo que las promesas de Damiba, de terminar con la insurgencia, ilusionó a muchos que creyeron que esa vez la cuestión tomaba un rumbo definitivo: Aunque en el transcurso de estos meses, dicho respaldo se fue diluyendo, a la misma velocidad que se incrementan las acciones terroristas, hasta disparar el golpe del pasado viernes treinta.
El ahora ex presidente, Paul-Henri Damiba, incluso había amenazado a operadores occidentales en la región, como Francia y Estados Unidos, con convocar a la empresa de seguridad rusa conocida como Grupo Wagner, tal como lo hizo la junta militar malí.
Algunos observadores insisten que la convocatoria a los rusos, finalmente, no fue ejecutada por la presión de Francia, que, como en otros países de la región, sigue teniendo una fuerte influencia.
La larga historia del colonialismo y la constante injerencia de París en la política interna de Burkina Faso, tras conocerse el nuevo golpe de estado, miles de ciudadanos salieron a las calles de Uagadugú, no solo a festejar el cambio del gobierno, sino que, al igual que en las protestas de Mali y Níger, se expresó un inédito espíritu anti francés, con consignas y quema de banderas, al tiempo que flamearon estandartes rusos y se aclamaba a Moscú y al presidente Putin.
Una vez confirmado el golpe, distintas versiones señalaban que Damiba, de quien se desconocía su paradero, y que no había firmado la renuncia, se encontraba refugiado en la embajada francesa. Por lo que muchos manifestantes marcharon hacia esa representación, a la que atacaron lanzando antorchas y bombas molotov, provocando incendios en el interior del edificio.
Otras versiones indicaban, que el depuesto presidente había llegado a la base militar francesa de Kamboinsin, próxima a la capital, donde se alojan unos cuatrocientos hombres de las fuerzas especiales de la Operación Sabre, activaba desde 2009, y que hasta el último viernes estuvieron a cargo de dar entrenamiento a militares burkineses.
Los temores de una contraofensiva por parte de Damiba, que se creía podría reagrupar a los sectores militares que continúan apoyándolo, se diluyeron en la noche del domingo dos, cuando se conoció su capitulación, tras lo que partió a Togo.
La diplomacia francesa había desmentido, la presencia de Damiba, tanto en la embajada como en la base militar, por lo que nunca se conocerá si realmente, el ex presidente, no buscó refugio con los franceses, o si al fin, París, consideró que no era oportuno iniciar un conato de guerra civil en su antigua colonia. Más cuándo la situación, se había desbordado hacia el interior del país, donde se conoció que en Bobo-Dioulasso, la segunda ciudad más grande de Burkina Faso, a 360 kilómetros al sudoeste de la capital, grupos anti franceses habían destrozado el Instituto Francés local.
Tanto la Unión Africana, como la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEEAO), presurosamente han condenado el nuevo golpe de estado. Ambas organizaciones fueron acusadas por Mali, en plenario general de Naciones Unidas, de septiembre último, de estar alineadas con occidente. (Ver: Malí. J’accuse a Francia)
Una fortaleza que se desmorona.
Las acciones criminales que Francia perpetró, y sigue perpetrando, contra los pueblos que sojuzgó a lo largo de la historia, no la dejan demasiado lejos de la Alemania nazi, en el podio de los carniceros de la humanidad. Es por esta razón, que las naciones africanas, que sufrieron las atrocidades de la vieja metrópoli, en esta reconfiguración del orden mundial, vuelven a intentar distanciarse de París. Como ya lo habían intentado, tras los procesos independentistas de los años sesenta, en el marco de la Guerra Fría, los que, finalmente, fueron ahogados en sangre.
En una alianza con otras potencias coloniales como el Reino Unido y Bélgica, acompañadas lógicamente por Estados Unidos y la Sudáfrica segregacionista, Francia recicló su presencia en el continente, sumando a una recua de tiranuelos locales, a quienes, les permitieron, no solo robar a sus países, sino que masacrar a sus pueblos, sin ninguna consecuencia.
Tras décadas de absoluta dominación, a excepción de Argelia y Libia, los regímenes occidentales han saqueado a su antojo, los recursos naturales del continente, las que también provocaron la contaminación de vastas regiones, que sumadas al cambio climático, hoy están totalmente inutilizadas.
Es por ello, que durante las turbulencias que han generado los golpes militares de estos últimos años, ha emergido un profundo sentimiento de desprecio y odio a Francia; al tiempo que se ha recreado un clima de simpatía y admiración con Rusia, quizás por ser considerada como la única opción para contener el neo-colonialismo, que tras la entente contra el Coronel Gaddafi de 2011, se ha desenmascarado tan voraz como la de los siglos XIX y principios del XX.
En países como Malí, Níger, la República Centroafricana y nuevamente reactivada ahora, Burkina Faso, se ha tomado conciencia de los abusos franceses.
Por ejemplo, en un reciente estudio del Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar (IRSEM), del Ministerio de la Defensa francés, en un alarde único de hipocresía, se dice que el espíritu anti francés en Mali, fue provocado, por la mala información recibida por los malíes, siempre destinada a “denigrar la presencia francesa y justificar la rusa”. Cómo si las atrocidades cometidas por la Operación Barkhane, contra la población civil en estos últimos nueve años y denunciadas por Mali en Naciones Unidas quince días atrás, fueran producto de la mala información.
En Níger, donde todavía el gobierno está en manos de personajes que reportan al establishment occidental, el 18 de septiembre, en una inédita protesta, miles de personas se manifestaron en las calles de la ciudad de Niamey y en Dosso, al suroeste del país, para expresar su rechazo a la presencia de la dotación de la Barkhane, que acababa de abandonar Malí. Esas movilizaciones fueron alentadas por un nuevo grupo compuesto por unas quince asociaciones civiles, conocido como Unión Sagrada para la Salvaguardia de la Soberanía y la Dignidad de las Personas o M62, alineándose con de los coroneles malíes, reclaman la salida de las fuerzas francesas de su país, a quienes responsabilizan de la desestabilización del Sahel.
También, la presencia militar francesa, irrita en la República Centroafricana, donde tras poner fin a la Operación Sangaris en octubre de 2016, de manera unilateral, en el momento que el país salía de una guerra civil de casi diez años. Desde la retirada de los franceses, las relaciones entre las dos naciones se han deteriorado profundamente, dando oportunidad a Bangui, de convocar a la Wagner, para que colabore con la seguridad interior.
Si bien todavía no se percibe más desmoronamientos, en la costosa construcción colonial francesa, en Senegal y Costa de Marfil, un sentimiento anti francés, se comienza a percibir en algunas protestas, por lo que algunos creen que en estas dos antiguas colonias, poco a poco el adieu la france, parece haberse disparado, como un murmullo en peligroso crecimiento.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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