EDUARDO DE JESÚS CASTELLANOS HERNÁNDEZ
Después de la Segunda Guerra Mundial vino un reparto de zonas de influencia en el mundo por parte de las dos grandes potencias militares vencedoras: Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); el ejemplo más gráfico de ese reparto lo encontramos en la división de Alemania y, específicamente, de la ciudad de Berlín.
Los Estados Unidos y sus aliados europeos se agruparon militarmente en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en tanto que la Unión Soviética y los suyos en el Pacto de Varsovia. Pero, más allá de la fuerza militar de cada alianza había un modelo de organización política, social y económica que cada una de ellas reivindicaba como el que debía prevalecer, es decir, hubo también una lucha político-ideológica, en nombre de la cual se sucedieron una serie de conflictos armados regionales y nacionales.
El modelo adoptado por los americanos y sus aliados fue el modelo de la democracia política y económica; entendida aquella como la realización de elecciones libres y auténticas para la renovación periódica de los poderes públicos de representación popular, en tanto que la democracia económica fue identificada con la economía de mercado y la libre empresa. Por su parte, el modelo adoptado por los soviéticos fue el del llamado socialismo realizado, en esencia, un capitalismo de Estado y la dominación política de un partido único; en torno al cual hubo también una profusa difusión ideológica y movilizaciones políticas y militares. Pues cada potencia hegemónica defendió su ámbito geográfico y político de influencia con las armas.
Paradójicamente, los países del socialismo realizado, sobre todo la Unión Soviética y China, tuvieron un saldo de varios millones de muertos por hambrunas causadas, al mismo tiempo, por el fracaso de su modelo económico y por las luchas internas por el poder político. No quiere decir esto que al interior de la otra alianza y su periferia no haya habido igualmente millones de muertos por las mismas razones; pero en el caso de los dos grandes imperios -Rusia, entonces llamado URSS y China- donde se materializó el socialismo realizado, finalmente hubo un colapso económico y político que deshizo su alianza militar, de tal forma que la mayor parte de los países europeos del bloque soviético actualmente forman parte de la Unión Europea y, obviamente, de su modelo político y económico. En el caso de China, su alianza económica con los Estados Unidos durante el gobierno de Richard Nixon, le permitió un crecimiento económico que la ha convertido actualmente en una potencia mundial.
Desde luego que nada de lo anterior es expuesto por Obama en su libro, pero después de una lectura atenta puede uno advertir que lo da por supuesto, es decir, por sabido de sus lectores. Así es que lo dice de manera elegante y sutil, por ejemplo, cuando afirma:
“Dada su tasa de crecimiento y su tamaño, el PIB de China prometía sobrepasar en algún momento al de Estados Unidos. Cuando se añadía eso a un poderoso ejército, una mano de obra cada vez más cualificada, un Gobierno astuto y pragmático y una cultura cohesionada de más de cinco mil años, la conclusión parecía evidente: si había una nación que podía acabar con la preeminencia global estadounidense, esa nación era China.”
Pero después de sus intercambios con los líderes chinos llegó a la conclusión que “los chinos no tenían prisa por hacerse con las riendas del poder mundial, les parecía un quebradero de cabeza innecesario”. En efecto, una buena parte de su libro es una reseña de su cotidiano quebradero de cabeza para resolver problemas en cualquier parte del mundo.
Por el lado de los rusos, describe a Vladimir Putin de la siguiente forma:
“Nacido en una familia sin conexiones ni privilegios, ascendió metódicamente por la escalera soviética; hizo la instrucción de reservista en el Ejército Rojo, estudió Derecho en la Universidad estatal de Leningrado, hizo carrera en el KGB. Después de años de leal y eficaz servicio al Estado, se aseguró un puesto de tamaño y respetabilidad moderada, solo para ver cómo el sistema al que había dedicado su vida se hundía de la noche a la mañana con la caída del Muro de Berlín en 1989.”
Describe después la meteórica carrera política de Putin a la sombra de Boris Yeltsin -al que después de su salida garantiza una amnistía total-, pero concluye respecto a Putin -después de describir su estilo soviético para asegurar un poder regional-, que “Solo había un problema para él: Rusia ya no era una superpotencia”. Es decir, la única superpotencia mundial, ahora, es Estados Unidos.
Después de una cena con Sonia Ghandi -de origen italiano, viuda del ex primer ministro Rajiv Ghandi, asesinado igual que su madre Indira Ghandi, y líder del Partido del Congreso-, su hijo Rahul y el primer ministro Manmohan Sing, de 78 años de edad, Obama está impresionado por la India -país que desde luego incluye entre las grandes sociedades multiétnicas y multiconfesionales como Estados Unidos-, por lo que se pregunta sobre la suerte del prolongado dominio del Partido del Congreso frente al nacionalismo divisivo del Partido Popular Indio.
Pero es más importante su interrogante sobre la posibilidad de que el cumplimiento del Estado de derecho, la elevación del nivel de vida y la educación sean suficientes para “atemperar los impulsos más bajos de la humanidad”, siempre presentes en las luchas políticas y que define como los impulsos “de violencia, codicia, corrupción, nacionalismo, racismo e intolerancia religiosa; ese deseo tan humano de aplacar nuestra propia incertidumbre, mortalidad y sensación de insignificancia subyugando a otros”, a los que considera “demasiado fuertes como para que cualquier democracia pudiera contenerlos de manera permanente”.
Capítulos más adelante, antes de la reseña del asalto al complejo de Abbottabad para capturar a Osama Bin Laden, con lo que concluye esta primera parte de su libro en dos tomos, se refiere a Donald Trump, del que dice lo siguiente:
“Los promotores y líderes empresariales neoyorquinos que conocía lo describían sin excepción como alguien que era todo fachada, que había dejado a su paso un rastro de bancarrotas, incumplimientos de contrato, impagos a empleados y acuerdos económicos turbios, y cuyo negocio ahora consistía en gran medida en cobrar por permitir que su nombre figurase en propiedades que él ni poseía ni gestionaba.”
Al momento de escribir estas líneas, en la ciudad de Washington ocurren actos de violencia que interrumpieron la sesión para convalidar, en el Senado americano, la decisión de los colegios electorales que conforme al voto popular otorgaron el triunfo al presidente electo Joe Biden; actos de violencia amparado en la acusación de fraude electoral encabezada por el presidente Donald Trump. Una historia que nosotros conocimos en México en 2006 y que puede repetirse muy pronto, este año y el siguiente.
Ciudad de México, 6 de enero de 2021.
Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.
Profesor e Investigador. Doctor en Estudios Políticos (París) y en Derecho (CdMx).
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