El periodista Jorge Ramos escribió en The New York Times sobre el intercambio que tuvo el viernes pasado con el presidente Andrés Manuel López Obrador, donde lo cuestionó sobre todo por la violencia en los primeros meses de su administración:
En su columna, apuntó que “la principal labor social de los periodistas es cuestionar a los que tienen el poder. A nosotros nos corresponde ser contrapoder y hacer preguntas difíciles. Pero eso no lo parece tener muy claro el presidente mexicano. Hace poco alabó a los periodistas “prudentes” y sentenció: ‘Si ustedes se pasan, pues ya saben lo que sucede. Pero no soy yo; es la gente’”.
Al respecto, Ramos comentó que “las críticas en la jungla de las redes son brutales cuando se toca a López Obrador. Es un presidente muy popular, muy poderoso —controla el congreso— y que ganó la presidencia con un gran respaldo social —más de 30 millones de personas votaron por él— en una nación sumida en la violencia y la corrupción. Tras el desastre del gobierno del priista Enrique Peña Nieto, es entendible que AMLO haya logrado acumular todas las esperanzas de cambio. Particularmente entre los mexicanos más vulnerables”.
Sin embargo, “eso no significa que AMLO sea intocable. Sería gravísimo que México resucitara algunas de las prácticas de la época —de 1929 a 2000— en que los presidentes dictaban qué publicar y qué no. Y la única manera de evitarlo es siendo imprudentes y desobedientes con el poder. Esa es la tolerancia que López Obrador debe extender. No es falta de respeto; es la manera en que se hace un periodismo vigoroso e independiente”.
“El presidente, para dejarlo claro, no es nuestro jefe. Los periodistas nos debemos a la gente que nos lee, nos ve y escucha y, sobre todo, a la verdad. Al final de cuentas, es una simple cuestión de credibilidad. Y eso nunca se logra estando cerca del poder o alabándolo”, sostuvo.
No obstante, reconoció que “AMLO aguantó y respondió todas mis preguntas durante la conferencia de prensa en Ciudad de México, mientras que Trump, en 2015, me expulsó con un guardaespaldas de una de ellas en Dubuque, Iowa”.
Además, “los gobiernos de México y Estados Unidos —tengo que agradecerlo— actuaron en conjunto recientemente para sacarme de Venezuela, junto con un equipo de Univisión, después que el dictador Nicolás Maduro nos detuviera y confiscara nuestras cámaras y las tarjetas de video de la entrevista con él. Y todavía no nos han devuelto nada”.
Por ello, “está claro: México no es ni será Venezuela y AMLO no tiene nada que ver con Maduro. Ni con los desplantes racistas y xenófobos de Trump. Pero el presidente de México no tiene por qué descalificar a periodistas que cuestionan su labor; ese es precisamente nuestro trabajo. Los ataques personales sobran y, desafortunadamente, se multiplican e intensifican con mucha peligrosidad en las redes. Sobre todo si el presidente los origina. AMLO puede hacer mucho para proteger y dar a respetar el oficio periodístico”.
“La relación poder-prensa siempre estará cargada de tensión. Pero en una democracia en construcción como la mexicana es fundamental discutir, diferir y dialogar; no descalificar. El reto está en seguir viviendo juntos, aunque a veces no estemos de acuerdo”, concluye.
“Sí, estos son otros tiempos en México. Los periodistas y el presidente estamos aprendiendo a coexistir. Pero habitamos espacios distintos. El nuestro, siempre, debe ser del otro lado del poder. Sea quien sea quien lo ejerza”, abunda.
Aquí mi columna para el New York Times sobre lo que pasó en la “mañanera” con @lopezobrador_
con información de Aristegui Noticias
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