Joel Hernández Santiago
Son treinta y cinco periodistas asesinados de diciembre de 2018 a la fecha; tan sólo en lo que va de 2022 han sido once. Nada lo justifica. Nada lo explica. Nada tiene que ver con las libertades y los derechos que nos tienen prometidos según nuestra Constitución y el juramento que gente de gobierno hace para respetarla y hacerla respetar: nada: muertos los periodistas se muere un poco la libertad de expresión…
Apenas el 9 de mayo pasado fueron asesinadas dos mujeres periodistas en Cosoleacaque, Veracruz. Yessenia Mollinedo y Sheila García. Habían transcurrido apenas cinco días luego de que fue asesinado en Culiacán, Sinaloa Luis Enrique Ramírez un periodista muy prestigiado… Y así antes y antes y antes… Todo muestra un momento sombrío para el periodismo mexicano…
Sobre todo para el que se hace bajo condiciones de peligro en distintos estados del país, en municipios y en zonas de alto riesgo social e inseguridad pública para ejercer el periodismo libre.
Parece no tener fin esta danza macabra de amenazas, acoso, persecución y muerte de periodistas en México. Sobre todo durante este sexenio de gobierno en el que la impunidad prevalece en el caso de los homicidios cometidos en contra de informadores. ¿O acaso será por eso? Porque son profesionales de la información, de la noticia, de la nota, del análisis, de la crónica y reportaje en los que se da a conocer el detalle de la vida mexicana durante la 4-T.
Mucho tiene que ver en todo esto el discurso de odio que se genera desde el gobierno federal y que se contagia a los gobiernos estatales y municipales: Ver a los periodistas como adversarios de gobierno, como enemigos del régimen, como oponentes a que se cumplan sin chistar los mandatos y cosas de gobierno, sean cuales fueren…
Hoy mismo parece que no han transcurrido doscientos cincuenta y cinco años y tantas tribulaciones para el periodismo mexicano en su lucha por garantizar la libertad de expresión, desde que el Marqués de Croix, virrey que por entonces era de la Nueva España, lanzara aquella tenebrosa advertencia a todos y cada uno de los novohispanos de entones.
Era 1767 y era la expulsión de la Orden de los Jesuitas cuando, al enterarse del enojo popular por esa decisión anunció aquella consigna que hoy parece tan vigente como entonces:
“… Porque su majestad declara incursos en su real indignación a los inobedientes, o remisos en coadyuvar a su cumplimiento, y me veré precisado a usar del último rigor, o de ejecución militar contra los que en público, o secreto hicieren con este motivo, conversaciones, juntas, asambleas, corrillos, o discursos de palabra o por escrito; pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno”. ¿Es 1767 o 2022?
La organización Artículo 19 que da seguimiento al proceso de deterioro en la libertad de expresión y vida de periodistas, muestra que en el mayor de los casos son funcionarios de gobierno los que atentan en contra de los periodistas, seguidos por el crimen organizado y por militantes de partido…
Y lo dicho, en esto tiene que ver el discurso político de polarización, de enfrentamiento, de división entre “los buenos” –simpatizantes del gobierno—y “los malos” – críticos de los actos de gobierno–. Esto que se ha dicho hasta el cansancio parece no calar en las respuestas de gobierno, de cualquiera de ellos, independiente de su color o ideología, para solucionar esta situación tan grave.
Nada se hace para contener esta masacre de periodistas. Nada genera un dejo de preocupación en los gobiernos. Apenas el discurso de “Lamentamos mucho lo ocurrido” y “No pararemos hasta encontrar a los responsables de estos asesinatos”. Muchas carpetas de investigación y magros, magrísimos, resultados.
Ya desde la ONU han enviado al gobierno federal de México oficios en los que muestran su preocupación por este panorama trágico; el Parlamento Europeo no hace mucho pidió al gobierno de México dejar de perseguir y acosar a periodistas y detener los homicidios en su contra: la respuesta del gobierno mexicano fue tan airada como elemental, insensible y grosera. Y más.
¿Quién se hace cargo de parar esta situación de gravedad absoluta? ¿Quién garantiza que hoy mismo se deje de acosar a periodistas, amansándolos de muerte o de atentar “en contra de su reputación”? así dicho. Y lo peor. La sociedad mexicana se ha polarizado, a tono con el discurso de odio. Y hoy para muchos el periodismo y los periodistas “se merecen lo que les pasa por ser enemigos de la supremacía nacional”. Esta es la situación. Esta la respuesta. ¿Hasta cuándo?
Y si de apotegmas se trata, también está aquella frase sacramental con la que se coronaba a los reyes de Aragón: “Nosotros de quienes uno es tanto como vos, y juntos más que vos, os hacemos rey para que cuides nuestros fueros y privilegios, y si no, no.”
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