Desde hace muchos años, quizá siendo todavía un niño, noté una frase recurrente en los discursos de los políticos: “Pueblo de gente buena y trabajadora”. Con los años empecé a notar que esa frase aplica para muchos pueblos, por no decir para todos.
Es una frase común, simple, positiva y quedabien; un recurso que puede utilizar cualquier persona que quiera echarle flores a determinado territorio, aún sin conocerlo en absoluto.
Desde que me di cuenta de eso, he dicho -un poco en verdad y un poco de broma- que es la frase que por excelencia utilizan los políticos cuando no saben casi nada del lugar que visitan. Hay lugares donde puedes hablar de su cultura, o de su historia, o de su gastronomía, o de sus recursos naturales, o de tantas otras cosas. Pero si no sabes nada de eso, ¿a quién le molestaría que lleguen a tu casa a decirte que eres bueno y trabajador? ¿Quién se atrevería a revirar diciendo: “no es cierto, no nos conoces, nosotros somos malos y huevones”?
Así como esa, hace 3 años noté que hay otra frase (o más bien una idea) de la que hemos abusado en México, y no solo los políticos, sino muchos más: la famosa solidaridad de los mexicanos.
En los sismos del 2017 que afectaron principalmente los estados de Oaxaca, Morelos y la Ciudad de México, volvió a relucir nuestra famosa solidaridad en los mensajes para levantar el ánimo.
No puedo mentir: sí vi muchos actos solidarios.
Pero vi mucho más protagonismo y alarde de una idea que siento más como un fantasma, como una aspiración o una añoranza, que como una realidad y una cualidad innata de los mexicanos.
Supongo que gran parte de esa idea viene de la activación de la ciudadanía para protegerse y ayudarse a sí misma después del sismo de 1985 que devastó parte de la Ciudad de México, tras la evidente incapacidad de un gobierno que quedó pasmado.
Esos momentos de inmensa solidaridad quedaron marcados en nuestra memoria y nuestra historia. Incluso se dice que fue un sentimiento tan fuerte que inspiró, tres años después, el nombre del programa emblema de Carlos Salinas. Tan fuerte que seguimos hablando de ello 35 años después.
Ahora, cada que hay un desastre natural escuchamos y leemos por todas partes sobre la enorme solidaridad de los hermanos mexicanos; cuando hay una crisis hablamos de la solidaridad de los mexicanos que nos hará salir adelante; cuando queremos hablar bien de nosotros mismos, decimos que somos solidarios como ningún otro pueblo. A veces pareciera que la solidaridad es nuestra principal característica.
¿De verdad somos tan solidarios? ¿Somos dignos de mantener ese adjetivo después de tantos años?
La crisis del 2020 me dejó muchas dudas. Tengo la impresión de que en la crisis del Covid la solidaridad llegó con el primer llamado a hacer cuarenta, y se desvaneció cuando empezamos a hacer consciencia de que esto iba a durar más que un par de meses.
Desde entonces, ¿cuántas irresponsabilidades hemos cometido pensando en nosotros y nuestro interés personal? ¿A cuánta gente hemos expuesto? ¿Cuántos empresarios hemos visto protegiendo sus carteras a costa de la seguridad de sus trabajadores? ¿Cuántos políticos hemos visto lucrando con la tragedia? ¿Cuántos familiares y amigos sumamente irresponsables conocemos? ¿Cuántas veces hemos sido nosotros mismos los irresponsables y egoístas? ¿Cuánta gente ha ido a lugares concurridos diciendo que “se está cuidando” cuando sabe que no lo ha hecho? ¿Cuánta gente ha abusado de la pandemia para sacar provechos personales? Fiestas clandestinas de cientos de personas en el punto del pico más alto de contagio. Esa idea elitista que ha tomado fuerza sobre facilitar una vacuna privada, porque “no tengo por qué esperar si tengo para pagar”. Visitas a familiares y amigos vulnerables sin tener los cuidados básicos o mintiendo sobre los cuidados que no hemos tenido. En fin.
Todos hemos sido o conocemos a alguno de ellos.
Por supuesto que hay gente solidaria en este país. Miles. Millones. Por supuesto que hay momentos en los que hemos demostrado y fomentado ese valor con orgullo. Pero creo que no podemos continuar describiéndonos, de manera altiva y autocomplaciente, como un pueblo cuya principal característica es la solidaridad. No es lo que mejor nos describe hoy en día.
Si queremos serlo (o volver a serlo), tenemos que destruir el mito y empezar por reconocer que hoy no lo somos para, entonces sí, empezar a trabajar en ello.
El paso del chapulín.
Que no se equivoquen los defensores de oficio: a nadie le molesta que López Gatell descanse o que tome vacaciones. Tampoco se trata de si lo que hizo fue legal o ilegal. Lo que indigna es la incongruencia, la soberbia y el cinismo.
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